3. Por ella.

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No te niego que me enamoré de muchos chicos cuando era una niña. Pero a veces el género opuesto puede hablar tanta mierda como la que suele pensar.
En mi infancia los chicos eran malos, simplemente insultaban y alejaban a las niñas. Y, como el mundo abunda de cosas malas, también existían cosas buenas. Esos chicos que comienzan romances desde el día en que entraron a preescolar. Aquellos que rompen corazones por doquier, y luego yo trataba de reparar.
Pero eso no sucedía en primaria, claro que no, era parte de mi vida en la secundaria.
Mis amigas eran muy enamoradizas de la vida, los chicos, las fiestas. Ese tipo de cosas, ¿sabes?

Por cada estúpido que ellas besaban creyendo cuentos e historias baratas de "yo nunca te haré daño". Yo terminaba en todas las ocasiones consolandolas.

No había tenido novio y mi situación era complicada. Pues no me creía capaz de enamorarme. Sin embargo, en una de las fiestas en las que mis amigas buscaban su próximo error. Yo conocí a una chica. Era muy divertida y tenía cierta personalidad rebelde, no la había visto nunca antes pero ella aseguraba que sí lo había hecho, de lejos.
Los chicos le habían hablado de mí, cosas como: "Ella se hace la difícil" o "es muy friki, piensa tanto en aquellos personajes de las películas basadas en libros. Por eso nadie sale con ella".
Desde cierto punto era verdad que no quería estar con ningún pervertido. Y sí, tal vez pretendía que alguien catalogado como caballero me enamorara algún día.

Pero era imposible.

Si andaba en los lugares que mis amigas solo encontraban amores momentáneos, yo quería algo real. Alguien que no me quisiese temporalmente, si no eternamente.
El nombre de la chica de esa fiesta era Sandy, ella preguntó por el mío y respondí Fernny.

Bonito nombre aseguró.

Esa noche nosotras fuimos a la terraza de la casa donde se encontraba la fiesta. Hablamos por tanto tiempo que no queríamos bajar a bailar. Cuando se hizo mucho más tarde una de mis amigas anunció que debíamos irnos, ya que su novio se había besado con una "perra".
Vaya, dije. Y antes de que pudiera irme, Sandy me pidió mi número de celular. Se lo di y partimos de ese lugar. Al llegar a casa recibí un mensaje, rápidamente me di cuenta de que era ella y lo agende en mis contactos.

-¡Sandy! -respondí en el chat.

-¿Cómo supiste que era yo?

-Supuse que me enviarías un mensaje...

Todo el resto de la noche hablamos por Whatsapp y quedamos de encontrarnos al siguiente día. Recuerdo que dormí solo media hora.
Me preparé para nuestro encuentro y salí de casa, fuimos al cine y caminamos sin rumbo varias horas inmersas en nuestra conversación. Las salidas se repitieron todos los fines de semana y ya las tomaba por rutina. Creo que algo empezaba a cambiar.
En el cine ella me tomaba de la mano, cuando sonreía me fijaba en el brillo de sus ojos y me perdía en ellos. Tú, Sandy, empezabas a gustarme pero sentía que no era correcto. Mi familia solía decir que los gays y las lesbianas comenzaban a alterar a la juventud de hoy en día como si fuese una moda. Y no lo era.
Mis amigas solían molestarme en el instituto, porque sólo salía contigo y no con ellas.
Me llevabas a tú casa y allí fue cuando te di el primer beso, me disculpé contigo por haberlo hecho pero tú me dijiste que me callara y volviste a besarme. Me sentí tan correspondida en ese momento, empezamos a ser más que amigas.
Un día, en la cena dije:

-Soy lesbiana. -todos me observaron y mi hermano simplemente reía-, es broma -concluí y mi madre me regañó por haberla asustado de tal manera. Aseguraba que eso era antinatural, que nunca iría al cielo.
Ese día ella rompió mi corazón.

En una de las visitas a escondidas en tu casa, entre besos y palabras tu madre nos descubrió.
Me apartó de ti y te dio una bofetada. Ella me echó de tu casa y llamó a mis padres. No sabes el miedo que sentía.
Cuando mi familia se enteró no dejaban que cenara con ellos, no me hablaban ni se despedían de mi cuando salía al instituto. Mis amigas se habían enterado de todo y no me dirigían la palabra, los chicos se burlaban de mí y yo simplemente moría de furia y tristeza. Solías contarme que tu madre ya no hablaba contigo, ni tú papá.

Así que decidimos huir.

Los domingos nuestras familias iban a la iglesia del vecindario. Nosotras ya lo teníamos planeado.
Cuando ingresamos toda la gente presente nos miraba asqueados, enamorarse de alguien de tu mismo género daba "asco" y era enfermizo.
El sermón del padre iba en nuestra contra y era obvio. Tú te pusiste de pie y caminaste rápidamente al altar de la iglesia, supe que era la señal.
Me levanté y mi madre me miraba con odio, una mirada que me lastimó demasiado. Caminé a tú lado y tome tu mano, las levantamos frente al padre y el nos miró atónito.

-Sólo Dios sabe... -hiciste una pequeña pausa para suspirar y continuaste-, lo que es amor. Sólo él sabe lo que siento por ella.

La gente estaba aterrada y nosotras salimos corriendo de esa iglesia.

-¿Cómo te sientes? -preguntaste tomando mi mano pero sin embargo agitada por la carrera que habíamos hecho hasta la estación del metro.

-Siento que... ¡Te amo! -sonreíste-, y siento que ya no tengo miedo.

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