Capítulo I

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Todo era extraño, confuso. Las imágenes en su cabeza pasaban tan rápido una detrás de otra, que sólo existe una palabra para describirlo: confuso. Rostros y gritos de dolor y sufrimiento, sangre, miedo, muerte... y la mirada de ese gato.

Todo pasaba demasiado rápido para percibir cualquier detalle. Todo era confuso, todo, excepto la mirada de ese gato. Era nítida, atroz.

Los amarillos y penetrantes ojos volvían su mirada perturbadora e inquietante, y su pelaje profundamente negro helaba hasta la médula.

Las imágenes se volvieron cada vez más borrosas, incluso aquellos ojos, que no dejaban de mirarlo mientras se difuminaban lentamente.

Pronto ya no había nada que mirar. Todo se volvió negro y desapareció en un instante.

Entonces, despertó.

I

J

ames abrió los ojos. Estaba boca abajo y con la cabeza sobre la almohada mirando a su lado izquierdo. Todo había sido un sueño. El mismo sueño durante dos semanas. Él no entendía el motivo de aquellas visiones ni su significado; solo podía dormirse, soportarlas y esperar despertar. Cada vez se habían hecho más intensas, como si algo le dijera que el fin se acercaba. Pero nada podía hacer.

Un escalofrió recorrió su cuerpo. Volvía a sentir eso; volvía a sentir ese frio y la desagradable sensación de que estaba siendo observado. Miró de reojo toda la habitación; no había nada. Era una habitación pequeña: tenía una cama, una mesa auxiliar a ambos lados de ésta y un clóset enfrente. De la cortina, traspasaba la intensa luz del sol.

El timbre sonó. Al oírlo, James se sobresalto porque no se esperaba ese ruido tan repentino. Con dificultad, se movió un poco hacia el otro lado y miró el despertador. Eran poco más de las seis de la mañana de un sábado. Y no solo un sábado, sino el día de su cumpleaños. Sus últimos dos cumpleaños los había pasado pésimo; en uno a su papa se le olvido, en otro no le festejaron y lo único que obtuvo fue un triste "feliz cumpleaños". Tenía la esperanza de que este año fuera diferente; quería divertirse y pasarla bien, aunque fuera solo con sus familiares más cercanos.

Desgraciadamente su cumpleaños ya había empezado mal; no pudo dormir lo suficiente para comenzar bien el día, pues alguien que no tenía idea de lo importante que era para él levantarse tarde hoy ya estaba molestando a esas horas de la mañana. Con toda la pereza del mundo, James se levantó, se puso sus pantuflas y bajó las escaleras. En cuanto abrió la puerta un rayo de luz lo cegó por un momento y solo alcanzó a distinguir la silueta de un hombre.

—Buenos días—dijo James a aquel hombre.

Era el repartidor de periódicos. Un joven veinte centímetros más alto que él, con cabello castaño claro, una mochila y una camiseta de cuadros, además de una gorra típica de las personas que cumplen esa labor.

—¿Tienes una idea de la hora que es?—dijo James un poco molesto—Hoy es un día muy importante para mi y gracias a ti tuve que levantarme temprano cuando esperaba dormir hasta tarde.

El repartidor lo miró un poco extraño y con tan solo su mirada James supo lo que estaba pensando.

—Lo lamento—se disculpó—no es tu culpa, ese es tu trabajo. Yo no quería...olvídalo.

Gritos del PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora