Lo que ella aprendió es que las apariencias engañan, que una persona puede parecer de una manera y ser completamente de otra. Que alguien que aparenta que le da igual todo al final es el que más se preocupa y que por mucho que eso se convierta en un juego psicológico de quién esconde mejor sus sentimientos, todo acaba apareciendo, en los detalles más mínimos, en esos que nadie tiende a fijarse.
Él era diferente, decía cosas que pocas veces la gente entendía, le miraban con gestos extraños y no se lo tomaban en serio. Se reían de lo que decía por el simple hecho de que pensaban que solo bromeaba y era eso lo que él quería conseguir, por que no quería que nadie viera lo que realmente era. La persona que era de verdad, lo que había vivido de verdad.
Ella entendió que no era la única que se había centrado en los demás en vez de preocuparse por ella misma, que no solo ella había puesto una barrera para que la gente no viera lo que de verdad era, se dio cuenta de que había más gente que prefería ser así.
Al principio la curiosidad sobre ese chico solo se basaba en eso, en curiosidad, en querer saber más, en querer indagar por el simple hecho de lo extraño que le parecía. Por querer descubrir qué le provocaba esa curiosidad. Poco a poco esa curiosidad se fue convirtiendo en algo más, en querer pasar más tiempo con él, en querer ver cómo vivía su vida y si acercándose más a él conseguiría llamar su atención. Esas ganas de llamar la atención se convirtieron en confianza, confianza que poco a poco se fue haciendo más grande, confianza que hacía tiempo que ella no entregaba a nadie más que a sus amigos de siempre.
Empezó a confiar en él cómo en quién más, hablaban a todas horas, quizás la mayoría de tiempo de cosas sin importancia, temas sin sentido, pero que a ella le hacían ver todo lo que necesitaba sobre él. Poco a poco esas conversaciones se convirtieron en algo que necesitaba, el simple hecho de mantener una conversación con él le hacía bien.
Era necesario.
Cada momento a su lado, cada tontería que él hacía, por mucho que no se diera cuenta de que ella se estaba fijando se convertía en una sonrisa más para que ella supiera que algo estaba cambiando. Poco a poco algunas cosas le recordaban a él, su relación con él cada vez era más real, él ya tenía toda su confianza, de alguna manera la había conseguido.
Le hacía bien, se dio cuenta de que cada cosa que él hacía le hacía bien a ella. Sin él darse cuenta la reparaba cada día un poquito más. Se convirtió en uno de sus puntos de apoyo en menos de un año. En una persona esencial.
Y ella solo quería hacerle ver que era así, quería ayudarle en todo lo que pudiera. Siempre le preguntaba si necesitaba algo, cada momento que podía quería saber si él estaba bien. Quería transmitirle que pasara lo que pasara ella intentaría estar ahí, echar una mano para lo que hiciera falta. Pero por alguna razón él no quería su mano, no quería involucrarla en los problemas de su vida. Quizás aún no tenía la misma confianza en ella que ella con él.
Pero ella no se rindió, siguió queriendo ayudarle todo lo que él sin darse cuenta le estaba ayudando a ella. Quería devolverle lo que él había hecho, pero al final empezó a darle sin querer nada a cambio, solo le ayudaba por verle feliz, por poder sentir que realmente le estaba ayudando en lo que necesitaba. Por que se sentía útil.
Su ayuda se convirtió en una excusa para poder pasar más tiempo con él, de poder descubrir más cosas sobre él y querer que él descubriese más cosas sobre ella.
¿Podía algo salir mal? Ni siquiera había motivos para que la historia se torciera. Nunca los había habido.
Pero nada nunca es perfecto del todo. Una amistad se puede convertir en algo más cuando el corazón no quiere hacer caso a la cabeza.
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Te quiero, pero, te odio
Teen FictionY es que cada vez que lo veía sabía que la dañaría, la rompería, pero no quería dejarlo. No quería darse cuenta de que la persona que más feliz le estaba haciendo podía ser el que la destrozase del todo en cualquier momento. Le odiaba, pero le amab...