Capítulo I: LA CUEVA

12 0 1
                                    

Estoy perdida, oficialmente perdida. He caminado en círculos durante horas y horas. Ya no siento mis piernas, ni mis brazos. Ha llovido y estoy empapada; las escasas ropas que llevo están rasgadas y pesan por el lodo seco que llevan encima. Pienso en quitármelo todo, pero me moriría de frío más rápido. Así al menos tengo un poco de tiempo para encontrar dónde refugiarme.

Creo que escuché un ruido tras de mí; volví medio cuerpo, pero no había nada. Escucho tronar el cielo otra vez, la tormenta va a comenzar de nuevo, pero ahora con más fuerza que como lo hizo hace unas horas. Camino cuán rápido me lo permiten las piernas casi congeladas, pero no es suficiente como para huir de cualquier atacante, y mucho menos de un cazador. Aunque un cazador no era mi principal preocupación, la promesa de una de tormenta seguro habrá espantado a cualquier humano que hubiera salido de caza; de seguro todos están unos kilómetros abajo, en la ciudad, resguardados del frío en la comodidad de sus hogares de madera, piedra y acero.

¡Qué daría yo por encontrar una cueva! La que fuera, sólo quiero resguardarme de este frío tan terrible. Froto mis brazos con las manos cruzadas mientras avanzo casi sin aliento. Escucho mi dentadura tronar, me estoy congelando. Mi piel está completamente blanca, de hecho, está tornándose morada. Las extremidades me duelen tanto, que resulta agonizante cada paso que doy. Me tiemblan tanto las piernas que siento que tropezaré en cualquier instante. Quiero sentarme, descansar un poco, pero si lo hago sé que no podré volver a levantarme.

Me siento sumamente vulnerable con mi forma humana. Si tan sólo pudiera transformarme. No sufriría de este frío si desprotegida piel humana se transformara en un suave pelaje de ciervo blanco. Y así podría volver sana y salva a mi aldea mucho antes de que comenzara la tormenta. Pero estoy demasiado débil para transformarme. Y muy cansada.

Ya casi no puedo moverme, me cuesta respirar, me estoy congelando. Siento que estoy a punto de caer para ya nunca volver a levantarme. Pero todo ha sido mi culpa; si no hubiera tomado la decisión de tratar de huir de mi aldea, estaría a salvo y calientita en una de esas pequeñas cabañas en las que nos acabamos de instalar junto al río. Caminé durante horas hacia el sur, mientras estaba molesta. Pero al comenzar la tormenta, inmediatamente quise regresar. Fue ahí cuando me di cuenta de que me había perdido. Creo que llevo horas caminando en círculos, sin rumbo. Y sin poder cambiar a mi forma animal, me es casi imposible volver a orientarme.

Mientras tanto, sigo caminando sin saber hacia dónde voy, sólo buscando un lugar cerrado y seguro para pasar la noche. Eso si no muero congelada mucho antes.

Y de repente la veo: una cueva. Sin saber de dónde, saco la fuerza para correr hacia ella y una vez dentro, me tiro al piso. Ya no siento el viento helado congelando mi rostro, la corriente de aire no entra por la boca de la caverna. Estoy a salvo. Sin embargo, aún hace mucho frío; y yo necesito calentarme. Encuentro en el centro de la cueva un montón pequeño de ramas, perfectas para hacer una fogata. Casi no veo nada, está muy oscuro, así que me hinco y a tientas busco en el suelo de piedra algo que pueda usar para iniciar un fuego. Siento un par de rocas y las tomo; me arrastro hacia donde están las ramas y con suficiente fuerza y a un ritmo constante comienzo a chocar las piedras una contra la otra, tratando de crear con la fricción una chispa que encienda un fuego.

Lo hago durante un par de minutos, sin éxito. Y en uno de esos movimientos, choco una de las rocas contra mi dedo meñique, produciéndome un gran dolor. Suelto las piedras y abrazo mi mano, esperando a que la molestia pase.

— ¿Te ayudo con eso?

Un escalofrío recorre mi espalda y me hace sobresaltarme al escuchar aquella voz; una voz grave, masculina, de alguien que parece estar parado junto a mí.

HalfdýrDonde viven las historias. Descúbrelo ahora