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El aire se encontraba muy tenso en el pasillo que conducía a la habitación donde Ranpo reposaba. No había el suficiente orden y la situación no parecía mejorar: los miembros de la agencia esperaban impacientes, con las cabezas inclinadas hacia adelante, a excepción del presidente, que se encontraba con la frente en alto como de costumbre y con las manos entre las mangas de su Yukata.

Había pasado cierto tiempo. Ranpo ya no era el simple muchachito, el niño que había conocido por coincidencia, y que resaltaba por su falta de escrúpulos, su léxico tan característico y su sensibilidad emocional incomprensible, que repelía de inmediato a alguien con la suficiente madurez como para considerarse un adulto, o a alguien que la careciera tanto, como para poder sentirse intimidado por su inteligencia.

Por ello –y por innumerables motivos-, hubo incontables preguntas que resonaban en la cabeza de Fukuzawa, que miraba la puerta sin prestar verdadera atención a esta. Su mirada estaba completamente desorbitada, casi perdida.

Dicha pregunta era sencilla: ¿Qué había cambiado en todo ese tiempo? No lo sabía... O quizá sencillamente fingía no saberlo y que su moral obstruía su sentir para poder dar con una respuesta que necesitaba. Le costaba poder responder a la incógnita, más por elección propia, que por verdadero sentido. Las respuestas a sus preguntas no estaban a simple vista. Ciertamente, Ranpo no cambió su cuerpo o rostro lo suficiente, pues aún quedaban restos de su tierna juventud. Es más, aunque era ya un hombre, seguía viéndose como un joven de no más de veinte años, pese a sus esfuerzos por ayudarlo a ejercitar y por procurar siempre que tuviera una buena alimentación.

De la misma forma, no podría responder a dichos cambios refiriéndose a su mentalidad, pues las actitudes de Ranpo no se habían modificado lo suficiente, como para considerarlo realmente un adulto responsable. Era infantil aún, dulce, algo ingenuo, pero perspicaz cuando debía serlo. Una poco armónica combinación, que iba acorde a su persona.

Entonces, no sabía cómo explicar el cambió completamente, en esos años, la forma en que él veía a Ranpo. No había dejado de importarle ni nada por el estilo. En lo absoluto, le quería y jamás le restaría importancia. Por el contrario, luego de doce años, se percataba cada vez más de aquella cercanía entre ellos. De su obstinación e instinto protector y su incesante preocupación, por más que confiara en él y en su resistencia emocional que había ido forjando. Sin importar como fuera, él deseaba proteger a Ranpo con su propia vida, incluso si debía protegerlo de su propia tristeza. Por eso es qué te le atacaban en ese momento las dudas... Hasta el detalle más ínfimo le atormentaba.

A su cabeza llegaban escenas ya lejanas... Un Ranpo más joven, delgado y bajito, que con las mejillas iluminadas en sonrojos le preguntaba:

—¿Hay alguien? Quiero decir, más bien, ¿Algo que te motive a hacer esto, viejo? ¿A proteger a los demás con la agencia?

Y él sencillamente guardaba silencio. En ese momento, no tenía idea de que contestar.

¿Motivos? ¿Razones? Los tenía y tuvo como cualquiera, pero algo faltaba. Sabía que por más listo que Ranpo fuese, era un muchacho vulnerable ante situaciones entre vida y muerte, sin estar siendo protegido. Por más estrategias que hubiesen de por medio, sería difícil evitar un daño físico. No por tener una habilidad tal calibre, podría ser inmune a los abusos y a ser ultrajado por aquel mundo lleno de hostilidad.

Fukuzawa sabía lo cruel que era el mundo. Las atrocidades que él vivió y perpetró en sus años como soldado y que la sociedad japonesa ignoraba deliberadamente, como si fueran nimiedades, por la cobardía de afrontar el horror que significaban.

Mismas que le constaron un autodesprecio que lo sumió en dolor y mismas que marginaron a Ranpo por su honestidad sobre las cosas que veía. Recordaba bien aquella época oscura de culpabilidad y de sentir el rechazo de otros, por su propia autopercepción. Y bien sabía que Ranpo se sentía igual. El mundo lo había despreciado tantas veces por su inteligencia y sagacidad que se despreció a sí mismo mucho tiempo. Ranpo no entendía que el mundo no lo entendía a él y a nadie, y él quería hacer que Ranpo lo viera. Pero no quería herirlo. Quería, de algún modo, hacerle ver que, aunque el mundo no entendiera la maldad, ni a los demás, no había motivo alguno para no pelear contra la crueldad y para no intentar ser feliz. No quería por nada del mundo que Ranpo desperdiciara su juventud y fuera infeliz.

Una vieja pregunta [FukuRan-Bungou stray dogs]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora