—Ayúdame, Astrid —dijo la rubia con la voz entrecortada mientras releía una vez más esa nota.
—Astrid, ¿te encuentras bien? —le pregunta, curiosamente Brutacio.
—No, nada está bien —encajo su hacha a un árbol. Sentía un nudo en la garganta. Su amigo estaba en problemas, y no sabía qué hacer.
—¿Qué pasa, Astrid? —esta vez era Patapez, quien se le notaba mortificado ante la seriedad de la rubia.
—Chicos, Hipo está en peligro —soltó de golpe. Todos los presentes se sorprendieron.
—¿Crees que se trate nuevamente de... Viggo? —preguntó el rubio regordete.
—Yo creo que si —nunca se sintió bien siendo líder, de hecho nunca le había tocado serlo. Hipo siempre estaba encargado de dirigir a los jinetes, pero esta vez él estaba en peligro, por lo tanto ella tendría que tomar su lugar —. ¡Jinetes, a sus dragones! —ordenó. Sin embargo, ni ella misma estaba concentrada en sus palabras. No dejaba de pensar en aquella nota. Ayúdame, Astrid, esas palabras seguían resonando en su cabeza.
Los jinetes le obedecieron. Todos estaban preocupados por ella, hasta Patán, que según él, le vale todo.
Jamás habían sentido a Astrid de tal modo; tan apagada, fría, dura. Era la segunda vez que se le veía así. La primera fue por un grande problema que tuvo con Hipo. Qué curioso, ambas veces que se ha visto así han sido por el castaño.
Volvemos a lo mismo, es inútil seguir negando lo que sienten, después de todo, aquella vez que él la rescató por segunda vez se habían demostrado lo mucho que se importan el uno al otro.
Brutilda le preguntó a Astrid que si sentía algo por Hipo, y está como siempre, lo negó. Así era siempre, ya era costumbre.
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—Tus amigos van a caer directito en la trampa, Hipo —le dijo. Hipo aún no entendía cómo había caído en esta trampa. Era todo tan lógico. Un barco —como siempre— abandonado, lleno de cajas vacías y comida en estado de putrefacción.Lo que había llamado su atención era aquella escama color negro, le dio una esperanza de que fuera otro furia nocturna, pero no, solo era un pedazo de hoja pintando de negro, una trampa. El líder de los jinetes cayó en la trampa de una manera tan fácil. Que ingenuo, se pensó.
—Por favor, Viggo, déjame ir.
—Oh, eso no, Hipo... Sabes, pensé que eran un hombre de palabra.
—Y lo soy, no sé qué te hace pensar que soy como tú.
—Pero esa vez que salvaste a tu amiga habíamos hecho un trato, y ese era entregarme tu furia nocturna... No lo hiciste. ¿Eso es ser hombre de palabra? —no tenía nada para contraatacar. Viggo tenía razón, habían hecho un trato y no lo había cumplido.
—Se que la última vez no cumplí mi palabra, pero debes saber que no tenía elección. También jugaste sucio al soltarla.
—Ya di que amas a esa niña, Hipo, un Furia nocturna vale más que su vida, y fuiste capaz de arriesgarlo solo por ella... —El castaño resopló. A quien engaña, sus dudas sobre lo que siente por Astrid volvieron desde aquella vez —incluso mucho antes— y ahora está más confundido que nunca, o tal vez no, pero la respuesta no le agrada del todo.
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.—¿Ya tienen todo lo necesario? —preguntó la rubia a los demás jinetes fríamente. Todos asintieron.

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Ayúdame, Astrid. ©
Fanfiction"Ayúdame, Astrid." *Situado después de "No puedo imaginar un mundo sin ti". Pueden encontrarla en mi perfil :). Disclaimer: Ninguno de los personajes me pertenece. Son propiedad de Dreamworks, no tengo fines de lucro.