Eterna Inmortalidad

Capítulo 2: La Doctora Smith.

Samantha Smith era una psicóloga de gran nombre y trayectoria, que había estudiado en una prestigiosa universidad debido al gran capital que amontonaba su familia.

Era una mujer de unos 50 años, con bucles dorados en el pelo y ojos marrones con un tono verdoso.
Tenía 2 hijos, uno de ellos se encontraba estudiando la carrera de derecho y el otro estaba al mando de una sede de la importante empresa de su padre en Francia.

La Doctora Smith se casó joven a los 20 años con el Sr. Smith, que heredó la millonaria empresa de su padre.
El enlace produjo que se convirtieran en una de las familias más influyentes económicamente de los Estados Unidos. Actualmente sacan los ingresos de la empresa del Sr. Smith y de la cadena de clínicas psicológicas de la Doctora.

Esa tarde acabó la cita con James y se fue agotada a casa. Allí estaban esperando a que viniera para cenar.
Se sentaron en la mesa todos, incluidas las parejas de ambos hijos.

- ¿Qué tal el día mamá? - preguntó Jim, el hijo mayor.
- Bueno hijo ya sabes agotada. - dijo la Doctora. - ¿Ya has recogido todo para partir mañana?
- Si, todo hecho. - afirmó Jim.
- Hoy has estado con James, ¿verdad?- preguntó el Sr. Smith.
- Si cariño. Necesita mucha ayuda. - dijo la Sra. Smith.

El padre de James trabajaba en la empresa del Sr. Smith y acudió a él para que la Doctora tratara a su hijo.
El Sr. Smith tenía un gran aprecio al padre de James, por ello no le cobraba las consultas.
La Doctora como buena profesional no revelaba los problemas de consulta, por más que su marido insistía en saber aquello tan grave que le ocurría a James.

Llegó la mañana siguiente. Samantha se despertó a las 7 de la mañana como siempre, abrió la ventana y se puso a observar la bonita mañana que había. Se podía sentir la cálida luz del Sol a través de la ventana, que brillaba en su plenitud. Los pájaros se apoyaban en las verjas de la puerta de la casa, y los perros corrían por el jardín que ocupaba un gran terreno.

La Doctora cogió el coche y se dirigió a su consulta en el centro de Boston, en uno de los últimos pisos de un edificio enorme que era propiedad del Sr. Smith.
Allí estuvo toda la mañana hasta el almuerzo, que salió a comer a una cafetería donde solía ir.
Ese día tenía de nuevo hora con James, como siempre el último paciente del día al que trataba.

Se despidió la Doctora de una chica de unos 20 años que estaba atendiendo.
Llegó el turno de James, que llegaba muy nervioso.

- Adelante James. - dijo Samantha.
- Ho...hola Doctora. - Habló James con mucho nerviosismo.
- ¿Estás bien muchacho?
- Verás...esto...ha vuelto a ocurrir. - dijo muy bajo James.
- Ya veo, ¿la chica? - repitió la Doctora como el día anterior.
- No solo eso Doctora, algo interesante que le gustaría escuchar. - dijo James con gran misterio.
James se acomodó en la silla y tomó un trago de agua.

Se notaban en James los ojos cansados, tenía ojeras y pestañeaba muy rápidamente.
James no había dormido a penas y solo se había alimentado a base de café en todo el día.
Tenía las uñas mordisqueadas debido seguramente a la inquietud que tenía. Llevaba las zapatillas desatadas y muy sucias, encima llevaba los calcetines de distinto color.
Estaba más pálido que de costumbre y podían verse ciertos arañazos en los antebrazos. Miraba fijamente a la lámpara que tenía enfrente con la mirada perdida y los párpados enrojecidos. Tenía el labio algo inchado y con marcas de mordida, seguramente se mordió de los nervios. Llevaba el pelo completamente alborotado, como si no se hubiera peinado en todo el día.
Crujió sus dedos e hizo intención de hablar pero se calló.

- ¿No te atreves James? Sabes que puedes contármelo. -dijo la Doctora.
- No, es solo que...

James no consiguió continuar la frase.
Samantha puso su mano en el hombro de James y asintió la cabeza para que se animara a contar lo sucedido.