Prólogo.

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En la vida todo tiene un objetivo, un inicio y un fin. Pero lo que la gente es indiferente, es que el tiempo puede parecer largo, aunque es corto. Bastante corto. Aquello no sonó tan coherente sin embargo.

Uno nunca sabe lo que depara el camino, Eliza, Mare, Jane, Hanna y Mae son bastante diferentes, lo principal en común es que ninguna de las cinco padece falta de dinero, además de estar en la escuela más prestigiosa de California.

Son sólo apariencias.

Eliza es algo inmadura y es que sus padres se lo repiten a diario, y sin embargo, suele olvidar constantemente lo que ellos dicen; no tiene una vida difícil, pero con el favoritismo a Leah, su hermana mayor, todo el mundo le ha dejado en claro que ella no es comparación y que jamás podrá ser como tal.

Eliza es siempre tachada por una infantil encerrada en su habitación comiendo helado de vainilla y leyendo artículos sobre las mariposas.

No todo es color de rosa eternamente, Eli ha causado un estruendoso caos en la cafetería de su escuela por una pelea de comida y eso la ha llevado a dónde está ahora mismo: frente a otras cuatro chicas con una personalidad peculiar.

—Se supone que debemos interactuar o algo así, ¿no?—inquirió Mae limando sus uñas rápidamente.

—No veo el caso—respondió Jane cortante.

—Calma tu genio—atacó de vuelta.

—No empiecen a discutir por favor, ésta ya sería la décima vez—habló Hanna si despegar la vista del libro.

Mare por otra parte estaba anotando algo en su libreta como algo cotidiano.

—¿Qué anotas?—Se acercó Eliza—. Yo quiero saber—miró el dibujo y se extrañó de lo colores tan lúgubres—, ¿por qué no dibujas algo más que una chica descalza? No sé... una mariposa o un arco iris.

—Déjala, Eliza. Es su libreta del manicomio—se burló Mae soplando ahora su esmalte de uñas rosa.

—No es un manicomio—defendió Mare.

—¿Entonces qué es? Toda tú eres anormal, no sería raro que estuvieras internada en un psiquiatra y nosotras ni cuenta—volvió a interponer Mae con una sonrisa fanfarrona y llena de arrogancia.

—Es su libreta del psicólogo y cállate. Tu voz chillona hace que me truenen los oídos—Jane quien estaba apoyada en el respaldo de la silla, la observó con desesperación, no se caracteriza por principalmente ser paciente y teniendo en cuenta a la hueca de Mae, no hace falta explicar.

—Ya, si tú eres la loca de las chaquetas negras y ruda apariencia, pero eso es, sólo apariencia, Jane. Y además, en qué afecta que...

—Ya cállate, Mae. No busques lo que no quieres encontrar—advirtió Hanna.

—Habló la rata de biblioteca filosófica. Yo no sé por qué estoy aquí soportando esto si yo no hice nada malo—hizo un puchero cruzándose de brazos inconforme.

—¿No hiciste nada malo? Entraste en la escuela a media noche a robar las respuestas del examen, niña inteligente—Eliza espetó con sarcasmo—. Vaya, eso sonó bastante irónico.

—¿De qué color ves esto?—Mae subió su mano para mostrarle el dedo de en medio con su uña pintada de rosa.

—Muy graciosa.

—Bien. No me dejan leer—cerró Hanna el libro harta—. Nunca hablan demasiado y no sé por qué se ponen a hacerlo exactamente ahora.

—Estoy aburrida—Eliza se sentó en el escritorio.

—A mí me jode estar aquí, pero para mis padres esto es una reprimenda de una semana.

—Jane, a ti te jode todo. Eres una... ¿cómo se llaman esas que odian todo?—Mae se puso un gesto de pensar.

—No se te vaya a quemar el cerebro, rubia—Jane la señaló dispuesta a molestar, pero ciertamente parece que Mae no la escuchó, pues ésta estaba completamente centrada en buscar lo que sea que esté buscando.

—Ya, todo está mejor cuando nadie habla—señaló la seria Mare.

Y de pronto, ese silencio que quería se presentó. Confundida levantó la mirada para ver qué sucedía y todas estaban mirando hacia el suelo. Todas. Recordó lo de hace un año; una chica de segundo año estaba en estado de ebriedad y tenía trastornos de personalidad, completamente mal. Sin embargo, nadie pudo ayudarla como se quiso, ella era bastante alejada y mientras Gina, la chica que murió después de haber estado en coma post-traumático por cuatro meses, finalmente se fue. Desde entonces, una campana suena a una hora definida, la hora en la que murió, en su honor por... ni idea por qué, nadie lo sabe justamente; sólo los directivos lo saben y lo cerrarán en una cápsula del pasado intocable.

Demasiado raro.

—Joder. Qué silencio.

—Jane, no es momento para tus palabrotas—interpuso Hanna.

Cuando finalizó el sonido imponente, todas se quedaron quietas sin hacer algún movimiento.

—Esta escuela es un asco. Pero dan almuerzos deliciosos y es lo único que me importa—Eliza se encogió de hombros.

—Eliza...

—¿Qué?, lo hice para aligerar el ambiente, chica—Le guiñó un ojo a Mare—. Que por cierto no funcionó porque siguen con sus caras largas.

—Como las piernas plásticas de Mae, digo, de Barbie.

—No sé si eso fue un cumplido...

—Y hueca también. Sí, no hay diferencia.

—¡Suficiente!, ¡¿no puden callarse y ya?! En serio que no es complicado, ¿por qué no lo intentan?—preguntó Hanna aferrando sus manos al libro con ansiedad.

Ansiedad. Hanna padece de ansiedad.

—Hey, calma tu genio. No porque quieras silencio tenemos que hacer lo que tú quieras, princesa.

—Mae, ya para—intentó Eliza.

—No haremos lo que tú quieras chica de libro. Aveces es preferible que gente como tú sólo cierre la boca y punto.

Y Mae es la persona que le encanta provocar a cualquiera, es así de simple. ¿Por qué lo hace? Probablemente por sentirse bien consigo misma, ese es su mayor problema.

—No quieras hacerte sentir la más grande del mundo, Mae. No te queda—contraatacó Hanna a la defensiva.

—Realmente éste es el jodido infierno incrustado. En serio que si siguen discutiendo, par de locas neuróticas, les arrancaré la lengua—Jane ya se estaba volviendo loca allí y lo lamentable es que aún falta.

Después de aquella dicha, todas volvieron a sus asuntos: Mae a limarse las uñas, Hanna a leer el libro lo más concentrada posible, Jane cerró los ojos y reposó sus brazos tras su cabeza en la silla calmada; Eliza dibujando con rótulos de colores permanentes en el pizarrón y Mare, ella seguía anotando y dibujando en su libreta psicológica.

Detención, simple palabra que tiene un lugar, y ese sitio es el aula 210. Tres números fáciles de decir, pero que pesan con fuerza.

Esas cinco chicas encerradas ahí, con el paso del tiempo sabrán lo más inevitable que terminará por caerles como agua fría y choques eléctricos sin piedad.

Gracias por leer.

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LilyEun

Sin sano juicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora