... Siempre he soñado cosas extrañas. Dicen que las mujeres de mi familia tenemos la facilidad de percibir lo intangible a través de nuestros sueños. Así como la vez que todas comenzamos a soñar con cuatro figuras en mal estado (dientes, barro, etc), y unos meses después mi tío tuvo un accidente cerebro vascular. O también, cuando reconocía lugares que había visitado en sueños siendo otras personas.
Yo creo que más que un don, es una especie de maldición. Tengo muy claro cuales son los sueños que indican desgracias, mi madre me enseñó bien a descifrar las señales y también a identificar de quienes se tratan. Esta todo en la intuición, ¿sabes?.
El problema es que nadie te enseña a distinguir cuando éstos pueden llegar a significar algo más...
Hace unos años, comencé a soñar con los pasillos de un hospital. Eran solo imágenes borrosas, caminando por los pasillos, lentamente. Al principio visitaba el lugar un par de veces al mes y a medida que pasó el tiempo, la frecuencia de visitas comenzó a disminuir. Los pasillos eran amplios y espaciosos, los techos no muy altos. Las luces incandescentes le concedían al lugar un aire solemne y pulcro, sin embargo me inquietaba enormemente la ausencia de ventanas. Caminaba y caminaba pero nunca las encontraba. Tampoco escaleras que subieran o bajaran, sin embargo, si habían puertas. A medida que transcurrió el tiempo, recorrí el hospital a través de los sueños y pude ir abriendo puertas para encontrar nuevos pasillos que conectaban con distintas instalaciones en el hospital. Ya casi lo conocía de memoria.
Hace un mes lo sueños volvieron con más frecuencia que nunca, sin embargo, algo había cambiado. Las luces ya no emitían tanta luz como antes. Un poco de sombra y oscuridad había comenzado a comerse las esquinas y en cada paso que daba tenia la apremiante sensación de que algo caminaba junto a mi espalda. Nunca quise mirar hacia atrás mientras realizaba mis eternos recorridos en el sueño, sabia que no había nada más... Pero, ahora sentía como algo me acechaba desde las sombras.
Una noche me llamó mi madre asustada.
- Hija, he soñado contigo...- dijo mientras un pesado silencio parecía llenar cada espacio en la habitación. - La otra noche, te vi. Algo faltaba en tu mirada, estaba vacía... como si te hubieran sac...-
-No.- la interrumpí. - Mamá, yo no creo en esas cosas. Debes estar tranquila. Tendré extra cuidado si eso te deja más tranquila, no debes preocuparte.- Le dije.
Me dijo que me amaba, que vendría a visitarme la próxima semana con mi padre, que estaba orgullosa de mi. Sería la última vez que escuchara su voz.
Me fui a la cama con un pesar en el pecho. No estaba durmiendo más de dos horas debido a mis visitas nocturnas al hospital. Cada sueño parecía durar una eternidad. Caminaba sola por los pasillos cada vez más lúgubre con la constante sensación de ser observada desde la retaguardia.
Ahora solo se habían transformado en pesadillas y muy pronto conocería el real significado de ellas. La noche siguiente, mientras recorría los pasillos, comencé a sentir pasos detrás de mi. Eran rápidos, grandes y pesados. Sentí como la temperatura comenzaba a disminuir y los vellos de mi cuerpo rápidamente a erizarse. Comencé a caminar más rápido, tratando de no mirar atrás. Las luces comenzaron a parpadear y percibí como comenzaban a apagarse detrás mío. Corría hacia adelante con los puños cerrados y la respiración jadeante por el miedo y el cansancio. Parecía que el hospital que tantas veces había recorrido ya no era nada más que una ilusión. La oscuridad me estaba alcanzando, y con ella los pasos, enormes y pesados. De pronto las luces delante mio comenzaron a apagarse. Sentí como el miedo me embargaba y cuando parpadeaba la última luz donde me encontraba percibí unos puntos rojos brillantes, observándome maliciosamente mientras se acercaban. El miedo me consumía y no podía mover mi cuerpo ni emitir sonidos. Apoyé mis puños en la pared y cerré los ojos. Sentí un extremo ardor extendido en la espalda cuando percibí el último parpadeo de la luz.
