cap 12

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El papá de Peter los dejó en la puerta de la escuela. Después de ayudarlo a sentarse en la silla, les recordó que pasaría a buscarlos a Las dos, para que lo esperaran en la puerta, y se fue. Pablo ni siquiera preguntó si tenía que empujar. Había lugares donde era necesario hacerlo, otros donde daba lo mismo y otros donde ni locos se les ocurriría dar esa triste imagen. Este era uno de ellos. Peter y Pablo no necesitaban aclararlo. Ellos se entendían. Así que, ante la mirada atónita de los chicos que todavía estaban en laccalle, Él impulsó solo su silla hacia la entrada,avanzando al lado de su amigo. Pero el trayecto fue demasiado corto: para entrar a la escuela había que subir tres escalones.

—¡Oh, oh! —dijo Pablo—. Estamos en problemas. Miraron alrededor. No había rampas por ningún lado.

—Dale, subime —dijo Peter. Pablo  que ya tenía alguna cancha en esto de subir escalones con la silla, agarró las manijas, la giró y empezó a tirar, caminando, él y la silla, hacia atrás. Todos los miraron con mayor atención, pero nadie se lesacercó. Ellos no hubieran aceptado ayuda, de todasformas.

—Suerte que no es en el primer piso —bromeó Pablo cuando estuvieron arriba. Se detuvieron frente a la puerta.

—Preparate, porque en cuanto entremos vamos a hacer un desparramo —dijo Peter.

—No te agrandés, Chacarita, que por ahí no enganchamos nada.

—No lo digo por eso —le contestó Él  Lo digo por mí. Vas a ver cómo todo el mundo me mira.

—Es que sos un rico tipo, chabón —bromeó Pablo

—.Bueno, ¿qué hacemos? ¿Empujo o entrás solito?

—Muy gracioso.

Entraron. La música estaba muy fuerte. El juego de luces no permitía ver mucho, pero Peter sintió como si alguien hubiera prendido un reflector para enfocarlo solo a él. Todas las cabezas se dieron vuelta, todos los ojos lo miraban, todos los codos se codeaban. A medida que avanzaba, los chicos se apartaban para dejarlo pasar. La silla era como un bote que se abría camino en aguas turbulentas, dejando a su paso una silenciosa calma.

—Me parece que estamos llamando un poquito la,atención —le dijo Peter a Pablo, casi a los gritos.

—Como siempre. ¿Por qué no firmás autógrafos?

—Nadie me los pide. Capaz que piensan que los paralíticos tampoco podemos Escribir.

Ellos  miraron alrededor. No sabían paradónde ir, ni dónde ponerse.

—Si es difícil encontrar acá a una mina que conocés,encontrar a una que ni siquiera conocés va a ser imposible —dijo Pablo.

—Vos dejame a mí—lo tranquilizó Peter.

Pero él no estaba nada tranquilo. Pablo tenía razón. ¿Cómo iba a descubrir cuál era Luciérnaga entre tanta gente? Se veía poco, el ruido era infernal, casi todos estaban bailando y moviéndose. Se sintió verdaderamente incómodo. Si no hubiera sido porque no quería que Pablo pensara que era un cobarde, se habría ido en ese mismo momento. —Vayamos a la barra —propuso Pablo—. Mientras tomamos algo podemos estudiar el panorama. Lo de "la barra" era una expresión de deseo, porque lo que hacía las veces de tan sofisticado lugar eran solo unos escritorios viejos, que los padres de la Cooperadora habían puesto como mostrador para vender bebidas y panchos. Bordearon la pista para no molestar a los que estaban bailando. Los ojos de Peter  eran un periscopio: iban y venían de una chica a otra, de un lado a otro, de adelante,hacia atrás y de atrás hacia adelante. Lo único que le faltaba era girar la cabeza ciento ochenta grados. Pero no había nadie parecido a Luciérnaga, al menos a la,Luciérnaga que él se había imaginado. Todas las chicas eran iguales. Pablo le señaló a un pibe que, con su pantalón blancocbien ajustado, bailaba sobre un parlante, mientras a su alrededor, un grupo de chicas festejaba y gritaba.

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⏰ Última actualización: Jan 09, 2017 ⏰

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