Concluimos el curso y se iniciaron las vacaciones de diciembre entre días soleados y despejados. Era la época para montar en bicicleta y recorrer la sabana de Bogotá desde las primeras horas de la mañana, cuando el trafico de automóviles era mínimo y el aire limpio y sin contaminar inundaba los pulmones de manera gratificante. Por lo general tomábamos la carretera hasta Suba y allí desviábamos a la izquierda hacia Cota, no por la vía principal, sino cruzando los caminos despavimentados que iban a todo lo largo de los cultivos de flores. En Cota parábamos a tomar un refresco y a revisar las bicicletas. Luego pedaleábamos por la carretera que nos llevaba hasta Chía en medio de sauces llorones y espigados eucaliptos que nos acompañaban con sus figuras imponentes y silenciosas. En Chía torcíamos a mano derecha antes de entrar al pueblo y regresamos a Bogotá por la Autopista del Norte a toda marcha, exigiéndonos al máximo para dejar atrás a aquellos que no podían mantener el ritmo intenso que imponían nuestras bicicletas engrasadas y bien calibradas. Éramos competitivos porque en la adolescencia las posiciones se definen a pulso, por méritos propios. Por eso el que en esa etapa es considerado un imbécil, aunque después triunfe en sociedad y alcance altos honores, cuando se reencuentre con sus viejos amigos de juventud volverá a ser el mismo idiota de siempre. Es una edad maravillosa porque hay que demostrar coraje y ganas de vivir. Se es lo que es,sin trucos.
A mediados de diciembre, una semana antes de Navidad, un escándalo agitó los ánimos de los vecinos del barrio. El asunto comenzó en secreto y tuve el privilegio de estar al lado de los protagonistas y de acompañarlos en el momento decisivo, cuando fue preciso entrar en acción. Estábamos con Bruno haciendo algunos pases con el balón de fútbol y llegó de improviso su hermano menor, Alfonso, que tendría por aquel entonces once o doce años. Estaba nervioso y asustado. Se acercó a nosotros, se sentó en un tronco de madera a observarnos unos minutos, respiró profundo y le dijo a Bruno:
-Tengo que hablar contigo.
-¿De qué?- preguntó él pateando el balón hacia arriba.
-Es importante
-¿Qué tan importante?- la pelota bajó y Bruno la cabeceó hacia el frente, donde yo la aguardaba.
-Muy importante.
-¿En serio?- dijo él mirando a su hermano pequeño por primera vez.
-Si.
-No me vayas a salir con una cretinada.- recibió el pase que yo le había hecho con el muslo, bajó la esférica y le puso el pie encima.
-Es una cosa grave.
-A ver, dime qué pasa.
Nos acercamos al enano con paso de matones de película y noté que le estaba temblando la mano derecha. Se veía que Alfonso había pasado por una prueba dura y nada fácil. Bruno también se dio cuenta del estado alterado por el que estaba pasando su hermano.
-¿Qué te pasó?- le peguntó Bruno con voz dulce.
Dos lagrimones se insinuaron en los ojos de Alfonso.
-Tranquilo, dime qué pasó.
Un llanto suave y pausado le impidió hablar al pequeño.
-¿Fueron los de la Cuadra China?¿Te hicieron algo?
Bruno se esforzaba por controlar la agresividad que sentía correr por su sangre. Alfonso negó con la cabeza la pregunta.
-Bueno, cálmate y cuéntanos por qué estás así.
Alfonso se secó las lagrimas con la manga del saco y se apretó los parpados cerrados para detener el llanto.Dijo:
-No le vayan a contar a nadie.
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Relato de un asesino o El viaje del loco Tafur
Teen FictionUn hombre, Tafur, esta en prisión. Trata de reconstruir su vida a través de sus memorias para llegar a entender qué lo llevó a cometer un cruel asesinato. Con una prosa que cautiva desde el comienzo, Mario Mendoza sumerge al lector en la ambivalente...