Héroe

52 5 1
                                    

Y allí estaba él, en lo alto de aquella colina, meditando sobre el pasado, el presente y el futuro. Lo que había hecho hasta ahora ya no importaba, todo se podía perder en un instante. Con decisión el joven se levantó y miró hacia el horizonte. Un castillo enorme se alzaba a unas cuantas leguas de su posición, con toda una legión de guerreros aguardando su llegada. Y entonces partió a lo que podía ser su fin. Caminó con la mente fría hacia la entrada del castillo, pensando en su familia, en sus amigos y en todos los momentos que había pasado con ellos. Pensó en los buenos y en los malos momentos que le habían acompañado. El era un chico normal, un nombre más que quedaría en el olvido, hasta que se unió al ejército de la ciudad imperial en tiempos de confrontación con el reino vecino. Entrenaba cada día el arte de la espada con su maestro, el que era denominado por todos "Señor de la guerra", un hombre admirado incluso por el Rey. Sin embargo él nunca fue un individuo que presumía de sus dotes ni de su habilidad para matar. Él siempre le había dicho que cada gota de sangre podía significar la tristeza de muchos, aún así, disfrutaba en el campo de batalla, de ahí el nombre que le fue otorgado. Solía decir que el arte de la lucha no se diferenciaba del arte de la danza, y que las personas no eligen su arma, más bien al revés. Definitivamente fue un buen maestro, al menos hasta que le llegó su hora, como a todo el mundo. No era la primera vez que el joven perdía a alguien querido, y puedo asegurar que no sería la última. Y aquí está ahora, el último que queda en pié de su escuadrón, sólo ante la muerte. Se acercó al castillo y se preparó. En un gran patio exterior se podía ver a un grupo de guerreros en formación esperándole. El joven se paró en frente de ellos y desenvainó su espada, acto seguido la alzó ante ellos y emitió un grito de guerra desgarrador que resonó por todo el lugar. Momentos después se abalanzó sobre toda la legión, atacando con furia y serenidad al mismo tiempo. El acero de su espada hacía un sonido metálico al atravesar las armaduras de sus contendientes. Las palabras de su maestro aparecieron en su cabeza una vez más -"El arte de la guerra no se diferencia del arte de la danza"-. Los gritos de sus enemigos y el sonido del acero chocando con acero se volvió una melodía agradable para sus oídos. A medida que avanzaba el combate el miedo en su cuerpo desaparecía y su disfrute y diversión crecían por momentos. Sentía algo que nunca había sentido antes en anteriores batallas, algo que le hacía sentirse vivo. Quizá fuera la posibilidad de perder la vida, o quizá el hecho de disfrutar de la guerra. Antes de darse cuenta, el joven había exterminado a casi todos sus rivales. Miró a los ojos del último hombre que quedaba en pié. Le apuntó con su espada y el individuo cayó al suelo atemorizado. El campo de batalla quedó bañado de un color rojo carmesí, que se veía intensificado por la luz del ocaso. El joven miró a su alrededor y observó con cierto aire de tristeza a sus rivales caídos. Un silencio envolvía el escenario hasta que el joven dijo -"Ven conmigo"-. Su rival, con los ojos rebosantes de lágrimas asintió firmemente. Se levantó y, acompañado del joven, caminó hasta abandonar el campo de batalla.
-"¡Traidor!"- Exclamó un enemigo al que habían dado por muerto. El joven dejo de caminar y se giró para observar al sujeto, el cual intentó ponerse de pié con sus últimos esfuerzos. Este caminó hacia ellos mientras sollozaba y maldecía por debajo. Con espada en mano y escudo en alto le dijo a su antiguo compañero:
¿Nunca te gustó esto de la guerra eh? Apuesto a que sólo te alistaste a la Guardia para impresionar a tu familia. Apuesto a que lo hacías para impresionar a aquella chica, la misma que te dejó por aquel imbécil que conoció en la taberna. ¡Siempre has sido un fracasado, un inútil! Nadie ha creído nunca en ti. Ni siquiera tienes valor para enfrentarte al hombre que le arrebató la vida a tus compañeros. Y no solo eso, ahora te vas con él. Gente como tú me pone enfermo, sólo sois sucios traidores, no os merecéis ser parte de este mundo, por eso ahora voy a dar mi último aliento para acabar contigo.

El joven miró al que ahora se convertiría en su aprendiz y le dió el yelmo que anteriormente le había quitado. -Póntelo- dijo el jóven. Su nuevo aprendiz lo hizo, lo que ocultó su cara cubierta de lágrimas. -¿Que sientes?- le preguntó el joven, a lo que su aprendiz respondió -Ira-. El aprendiz desenvainó su espada y atravesó el pecho de su antiguo camarada. Poco después la retiró, se dió la vuelta y la envainó. Momentos más tarde ambos abandonaban el terreno de combate.

Años después el joven se había convertido en maestro y había transmitido todos sus conocimientos a su aprendiz, el cual había decidido tomar el camino de la batalla, el sendero de la guerra, el mismo que te hace sentir vivo cuando más posibilidades tienes de perder la vida, aquel que enseña a matar sin sentirse superior y aquel que más responsabilidad conlleva. El camino en el que puedes ganar mucho y perderlo todo en un solo instante.

Héroe (OneShot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora