Lágrimas de Acuarela

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En una vieja casa en la ciudad de Venecia, después de cruzar uno de los tantos puentes, se encontraba un niño con un talento oculto, una bellísima cualidad para el arte de la pintura. El niño, asomado por la ventana, admiraba el asombroso paisaje que la ciudad le otorgaba y, por primera vez, decidió plasmar tal belleza en un papel decente y merecedor de aquel mágico paisaje.

El chico, entonces, tomó una caja escondida debajo de su cama, de donde sacó unas cuantas monedas del valor suficiente para poder comprar los materiales que necesitaba, inmediatamente salió de su casa a toda prisa, pues no quería perder esa imagen tan hermosa de su mente; cruzó el puente que unía a su casa con el centro de la ciudad y fue en busca de una de las mejores tiendas de pintura.

El tiempo lo consumía, no se había tardado mucho en la tienda, pues él ya estaba seguro de la clase de pintura que quería, acuarelas. De regreso a su casa iba aún más rápido y la imagen, por suerte, seguía en su cabeza e incluso mejoraba, pero cuando tenía que dar la última vuelta para dar con el puente que tanto esperaba, una pequeña niña con ojos llorosos y cabeza gacha apareció del otro lado de la esquina y sin poder evitarlo, los chicos chocaron, cayendo al suelo.

Un momento de enojo se creó en la mente del chico hasta que levantó el rostro y vió la cara triste de la niña. El tiempo se detuvo, sus miradas chocaron, el enfado se disipó en el aire y un brillo se creó en los ojos del pequeño .

-Lo siento mucho- dijo la niña levantándose para salir corriendo. El niño no pudo detenerla y después de unos segundos, observando cómo la silueta de la niña desaparecía, se levantó y volvió a tomar su rumbo, esta vez, con más calma.

Por fin en su cuarto, el chico extendió su lienzo sobre la mesa cercana a su cama y colocó las pinturas y pinceles que usaría, al igual que un vaso de agua para diluir sus colores. Ya listo y con pincel en mano, el niño se dispuso a pintar pero se detuvo al instante, dándose cuenta que ese paisaje ya no existía más en sus recuerdos. Levantó su vista hacia la ventana, esperando que el paisaje siguiera intacto para poder seguir con su obra, sin embargo, aquel paisaje ya había sido sustituido por nubes grises y una ciudad sin color, él no quería pintar eso.

Rendido se fue a la cama para intentar conciliar el sueño, pero sus pensamientos le impedían obtener esa tranquilidad, pues cada que cerraba lo ojos se encontraba con la niña con la que había chocado y esos ojos llorosos e irritados por las mismas lágrimas. Pasaron la horas y el niño sólo pensaba en la niña, se imaginaba su rostro de perfil, de frente, de todas las maneras posibles pero siempre con esos ojos llorosos. Cuando se dió cuenta, se encontraba sentado en su mesa y con un pincel en la mano, ya sabía lo que tenía que hacer.

Años después, en una de las galerías más importantes de la ciudad, se encontraba la nueva sala dedicada al mejor pintor joven de Venecia. La sala se encontraba llena de pinturas en acuarela, todas asombrosas y profundas, las primeras diez mostraban a una niña de ojos llorosos, algunas de cuerpo completo y otras sólo el rostro. El siguiente grupo, mostraban a una adolescente hermosa con cabello ondulado y labios de un rojo intenso, pero con los misma que tenía la niña de las otras pinturas. El último grupo se encontraba compuesto por cinco pinturas que mostraban a una mujer joven con una ligera alegría pero con los mismos ojos lloros.

Al final de la sala, se encontraba el último cuadro, siendo admirado por su creador, era un trabajo espléndido que merecía estar solo para ser justamente admirado. Si, era un trabajo maravilloso que podías observar para toda la vida, sin embargo, siempre algo tiene que impedirte trasladarte a ese mundo de acuarelas tan hermoso, y fue en ese momento que un pequeña niña, que se encontraba cerca del joven tropezó con su vestido azul, chocando con el pintor más famoso de la época y atrayendo su atención.

-Leila- dijo una voz desconocida al fondo. -Te dije que no te apartaras de mi lado. Lo siento mucho señor-. Aquella disculpa le sonaba familiar. El hombre dirigió su mirada ante la persona originaria de la voz, asombrándose al ver a su interlocutora. La misma mujer que había estado pintando durante años se encontraba ahora enfrente suyo, la misma mujer de la cual se había enamorado desde que la vio en aquella calle con esos ojos llorosos y su mirada triste, el solo verla hizo que una sonrisa se dibujara en su rostro.

La mujer, que hasta ahora había estado observando a su hija, levantó la mirada observando al hombre y posteriormente al cuadro. Sus ojos se iluminaron mientras se llenaban de lágrimas de alegría, era ella. Se acercó a la pintura, realmente era ella, una sonrisa se le dibujó en su rostro.

-No puedo creer que hayas adivinado mis rasgos desde pequeña. ¿Cómo supiste que así me vería de grande?- dijo la mujer sin apartar la vista del cuadro.

-Siempre aparecías en mis sueños. Desde ese día no he podido parar de pintarte ni de pensarte, eres mi musa, lo fuiste desde el momento en que la vida decidió que chocáramos- respondió sonriendo. -Por favor- se arrodilló. -Se mi musa para el resto de mi vida-. La mujer no podía estar más feliz, tenía una hija, eso era cierto, pero se había divorciado hace años y ella tampoco había podido sacarse de la cabeza a aquel chico con pinceles y pinturas corriendo con prisa.

-Si, acepto- fue lo único que dijo antes de abrazarlo con todas sus fuerzas. Se habían encontrado y ahora, ni las lágrimas podrían separarlos, jamás.

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