- Mami, cuéntame un cuentito para dormir, ¿por favor?
La niña mira con ternura a su madre, ella le sonríe con amor, se sienta al lado de su cuna de madera y comienza:
“Había una vez una hermosa joven….”
- ¿Cómo se llamaba mami?
- Hmm… ¿te parece Marisa?
La niña asiente vivamente sonriendo.
“…Marisa vivía en una vieja casona en las afueras del pueblo, la joven era prácticamente una esclava de la malvada dueña de la mansión, ella la maltrataba y la hacía trabajar todo el día hasta que sus manos, sus piernas, su cintura y sus músculos ya no soportaban el esfuerzo…”
- ¿Cómo se llamaba la señora mala mami?
- Helga, mi amor.
. “Ella soñaba todas las noches con la llegada de un príncipe que la rescatara de las garras de Helga y se casara con ella. Pero éste nunca llegaba. Hasta que un día, un gallardo joven apareció montado en un corcel blanco y mirándola desde el jardín la llamó.
- ¿Cómo te llamas hermosa joven?
- Marisa
- ¿Marisa, oh bella Marisa, ¿por qué estás tan triste?
El corazón de Marisa, latió con fuerza y tomando coraje le dijo:
- Soy prisionera de la malvada dueña de esta mansión, trabajo todo el día y como pago recibo unos mendrugos y unas pocas horas de descanso.
El joven conmovido, se apeó de su caballo y golpeó la puerta. Al abrir, Helga intimidada por la presencia del joven le inquirió qué deseaba. El joven sin titubear le replicó.
- ¡Quiero a Marisa!, la llevaré al castillo de mi reino y allí podrá vivir en libertad.
Helga le replicó.
- ¡Marisa es de mi propiedad!.
El joven con determinación, desenvainó su espada, Helga retrocedió con odio, el joven subió las escaleras saltando de a dos en dos y abrió el cuarto de Marisa.
- ¡Ven Marisa, eres libre!.
Marisa triste, balbuceando le explica que Helga es su dueña. El joven con ternura le dice.
- Soy el príncipe Gonzalo del reino del norte, si aceptas ser mi esposa, mi amor, no deberás ser esclava nunca más de nadie.
Marisa llora, y asiente. El príncipe besa suavemente sus labios. En ese beso Marisa se da cuenta que su sueño se había cumplido”.
La niña está dormida en la cuna. La joven la mira con ternura sentada al lado en su catre. La puerta del oscuro cuarto se abre y una figura conocida le dice:
- ¡Vamos Marisa, la clientela espera!.
- Ya voy Helga, sólo un minuto más.
- Sólo un minuto putita, si no ¡a la calle!.
- Sí Helga, sólo un minuto.
La joven Marisa de dieciséis años besa a su hija dormida, una lágrima rueda por su mejilla, le hace la señal de la cruz sobre su frente y termina el cuento en voz baja.
“Y entonces Marisa se casó y se convirtió en princesa, tuvieron muchos hijos y vivieron todos por siempre felices”
Marisa sale del cuarto y entra en el cuarto vecino. La figura rechoncha de su primer cliente espera en el cuarto. Ya está sentado, desnudo en el borde de la cama sonriéndole impaciente.
El hombre mayor se incorpora, le quita con torpeza el sujetador y besa lascivamente sus jóvenes pechos.
Marisa mira al techo.
“Definitivamente éste no es mi príncipe”.
El prostíbulo de la Villa “Los Treinta y cuatro” acaba de abrir sus puertas, una noche más.