Todo empezó un buen día, hace más o menos siete años. Era mi primer día de la escuela de verano, una escuela donde lo que hacían los niños era dar unas clases de las materias que daban en el colegio, pero de manera divertida, mientras que sus padres trabajaban. Me encantaba ese sitio, pero como me había mudado hace un par de semanas, no conocía a nadie. En mi primer día, me sentaron al lado de una niña muy simpática, y rápidamente entablamos una amistad. Ella, me presentó a dos amigos suyos que iban a su colegio. Ah, se me olvidó decir algo, en aquella escuela de verano iban niños de todos los colegios, pero los que más abundaban eran los de dos colegios principales: el Antonio Machado, el mío, y el Sierra Bermeja, el de ellos. Volviendo a la historia, aquellas tres personas se convirtieron en mis primeros mejores amigos aquel lugar. Aunque ellos no lo sepan, me empezó a gustar unos de ellos, y rápidamente se convirtió en alguien muy especial para mí. Por si no lo he dicho antes, yo tenía ocho años. Y así, pasó el verano, y llegó el invierno, el frío invierno. Yo empecé el colegio normal, mi querido Antonio Machado, y sí, aunque hiciera amistades y tal, no se parecían en absoluto a mis amigos de la escuela de verano. Así fue pasando el tiempo, hasta que llegó el verano de nuevo. Empecé de nuevo a ir a la escuela de verano, y pronto, los volví a ver, a los tres. No os podéis ni imaginar lo feliz que estaba. Bueno, aquí los días siguieron pasando, y otra vez, el verano terminó. Volví a las clases normales y pronto, a fuerza de no verlo, conseguí olvidarle del todo, aunque todavía quedaba toda aquella amistad que había conseguido conservar a pesar de lo que sentía en mi interior. Pronto, empezó a gustarme otro chico de mi clase, y él, por culpa de una estúpida pija de mi clase, se enteró. Él, con lo tan buena persona que era, siguió hablándome y sonriéndome cuando le miraba. Ese chico se me olvidó rápido, tan rápido como recuerdo, claro. Aún así, no era nada comparado con el mero recuerdo que quedaba de la amistad veraniega que me unía a aquel chico de la escuela de verano. Los veranos siguieron pasando, los meses, los años, y no volví a ver a ese chico.
15 de Septiembre 2009, mi primer año de instituto. Recuerdo mi reacción cuando me enteré que el colegio Antonio Machado y el Sierra Bermeja eran los dos colegios que iban a ir al mismo instituto. Estaba eufórica, por así decirlo. Y al llegar a las puertas del instituto en el que sabía que pasaría seguramente los próximos cuatro años, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, pensé - “Aquí estoy, empiezo una nueva etapa de mi vida. ¿Cielo o infierno? Pronto lo sabremos.” - Entré con la cabeza bien alta, miré junto a mi mejor amiga el tablón de anuncios para ver cuales eran nuestras clases y...llegó la primera decepción. Mi mejor amiga no había caído en mi clase. Que putada. Y de repente lo vi. Su nombre. En la clase al lado de la mía. - “No, no puede ser.” - pensé - “Todo el infierno que pasé, ¿para esto? Venga ya.” - Bueno, decidí ignorar lo que sentía y disfrutar de mi primer día.
Entré a mi clase y me senté casi al fondo del aula. Miré a mi alrededor y noté que había caído con un par de personas que conocía desde el colegio, que siempre estuvieron en mi clase. Como vi que una de las chicas conocidas estaba sentada sola, me levanté y le pregunté si me podía sentar con ella, y al escuchar un tímido “Sí.” me senté en la silla. Llegó la profesora y empezó a explicar de que consistía el primer curso. Llegó el recreo y salí a buscar a mi mejor amiga, y pronto la encontré. Estaba hablando con alguien y me acerqué a ellos. Otra persona del colegio. La cogí del brazo y la llevé a rastras al patio.
- ¿Qué tal tus primeras clases? - preguntó con interés
- Por ahora bien. - y finjí una sonrisa – La tutora es maja.
- Me alegro por ti. – y sonrió – Mi tutora es una amargada.
Reí. Oh, sí, estos años iban a ser de locura total. Sonó el timbre y volvimos a nuestras respectivas clases. Llegando a la puerta, reconocí a un chico que no había visto antes del recreo. Me resultaba muy familiar, aunque no sabía de qué. Era más bajo que los demás chicos, pelirrojo rizado, de ojos azules, pecas y piel más bien pálida. Y de repente caí. ¡Claro! ¡De la escuela de verano! - “Oh, mierda.” - pensé - “No puede ser, no, por favor.” - Resulta, que el pelirrojo estaba hablando con otro chico en la puerta de mi clase. Hablaban animadamente y se reían. Lo reconocí de inmediato. No quiero parecer dramática ni nada, pero me inundó una tristeza profunda nada más verle. Sí, se trataba del otro chico de la escuela de verano, mi primer amor, resultado un desastre. ¿Qué había hecho yo para merecer esto? ¿El Karma? Já. Que yo supiera, con la excepción de desobedecer a mi madre, no había hecho nada malo. Esto era solo el destino. Supongo. Decidí entrar a mi clase lo más rápido posible, y pasar por al lado de ellos, ignorándoles. Y eso hice. Entré por la puerta y me dirigí a mi asiento. Me senté y puse mis manos sobre la mesa. Lás miré hasta que pasaron diez minutos y todos se sentaron, anunciando la llegada del profesor de matemáticas. Seguía temblando al terminar la hora - “Un tío listo y carismático.” - pensé – Cuando el profesor se fue, me dirigí a la puerta de atrás de la clase y me asomé. A mi gran sorpresa, me encontré con él, cara a cara. Me sorprendió su cara de idiota embobado al verme. - “Creo que no me ha reconocido.” - pensé – “Qué ironía.” -