Lo que los ojos no ven.

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Me quedé simplemente anonadado. No tenía palabras para el trágico hecho que había ocurrido justo frente a mis ojos. Lo poco que quedaba del hombre nos daba a entender que era soldado: su casco casi del todo derretido con los colores del camuflaje, al igual que el uniforme del cuál apenas se veía el color verde. El asesino, si no se trataba de un suicidio, se había encargado de quemarlo en donde todos lo podían ver: en el medio de la plaza San Martín, a la hora del té, aproximadamente a las 5 de la tarde, cuando sus gritos desesperados alarmaron a los que vivían en las casas vecinas. 2 minutos después del asesinato, todos se reunieron y trataron de ayudarlo. Yo fui uno de ellos. Pero para cuando llegué ya era demasiado tarde, pues las llamas del hombre bañado en gasolina se habían encargado de eliminarlo lo más pronto posible.

La policía llegó demasiado tarde, para mi gusto, y no pudo hacer nada. La prensa comenzó a sacar fotos y los testigos se dedicaron a contestar preguntas. Miré a mí alrededor y vi gente llorando, otras con cara de no entender lo que estaba pasando y otras (que me llamaron la atención) se estaban riendo. Se reían fuerte, muy fuerte. Me sorprendió que era el único que los miraba, al resto le parecía normal. Tal vez porque estaban demasiado concentrados en sus pensamientos.

Me estaba por dar la vuelta para volver a mi casa cuando mi atención fue llamada por un sol con cara malévola dibujado con tiza en la pared del local que se encontraba cruzando la calle. Era pequeño y yo estaba demasiado lejos, así que me encaminé para poder verlo detalladamente. Pero a medida que me acercaba el dibujo se iba borrando. Me froté los ojos pero el dibujo no estaba ahí. Simplemente lo había imaginado.

O al menos eso creí; miré a la derecha y a mi lado se encontraba un señor con la nariz apoyada en la pared, al igual que yo. Me sorprendió su forma de vestir como de los 70': un traje marrón muy claro con una corbata bordó y un bastón en la mano que adornaba su vestimenta.

- ¿Vos también lo viste?- me preguntó. Su voz era fría y temblorosa.

Asentí algo asustado. Giró su cabeza y apuntó sus brillantes ojos azules hacia los míos. Sentía que las piernas me temblaban pero no las podía controlar.

- Que suerte. Pensé que estaba loco- me dijo extendiendo su mano para estrecharla.

Callado le devolví el saludo educadamente pero retiré mi mano rápidamente pues me había asustado lo fría que se sentía la de él. Me pidió perdón y dijo que el frío de San Martín, del cual no se acostumbraba, le había bajado la temperatura corporal.

- Disculpe señor...

- Fernández- completó mi oración.

- ... pero me tengo que ir. Los hechos me han dejado perturbado.- dije amablemente. Sin esperar respuesta me dirigí a mi edificio a prepararme para mi turno con el médico. Hace días tenía un malestar en la pierna.

Cuando llegué me senté a esperar con el resto y me quedé pensando en el asesinato. Miré a la pequeña televisión del pasillo y pasaban las noticias de esta tarde pero no podía escuchar bien los detalles que el periodista daba. Cuidadosamente me paré en una silla y les grité a todos los que se encontraban en ese salón para que se callen, pero cuando el silencio abrazaba la sala de espera la televisión se apagó. Sentí un escalofrío.

Después de tiempo de espera, noté que nadie salía ni entraba del consultorio de mi médico. Bajé las escaleras y le pregunté a una amarga secretaria si el médico se encontraba atendiendo. La cara de la secretaria se tornó blanca y corrió por las escaleras y pasillos hasta llegar a la puerta del médico. Tocó tranquilamente y mientras esperábamos respuesta me dijo:

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⏰ Última actualización: Jul 07, 2016 ⏰

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