La lluvia de las tres.

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Aconteció que la lluvia prometía la ausencia de tus besos, sin embargo, una paloma fugaz llegó a mi con la nota usual: te espero a las tres, la puerta estará abierta.

Tengo que cruzar la ciudad entera para llegar al recinto de tus fantasías, donde muchos otros, a lo largo de tus cinco décadas, han disfrutado de las mieles de tu hombría... Pero quiero y me obligas a pensar que, a pesar de que no eres hombre de un solo hombre, soy el único que asalta tus pensamientos.

Pienso muy seguido que el poder de tus palabras se debe a tu experiencia, que de tus labios escurren las voces que sabes deseo oír, pues mis veinte no rivalizan con tus cincuenta.

Sin embargo, el engaño sabe dulce, como el néctar que tu glande sirve en mis labios, frente a ese espejo de gran luna, donde tu mirada me obliga a postrarme de rodillas y recibir el golpe hormonal de tu macho aroma.

Así de dulce es tu masculinidad ante mi olfato, ante mi gusto... Que tus grandes manos tomen con fuerza mi cintura, embistiendo esta cavidad hambrienta que te recibe con anhelo, lamiendo con fuerza mi cuello, besando mi espalda... Es dulce delirio.

A pesar de la lluvia y su fría promesa, siempre espero esa carta de las tres.

El Libro De Las PromesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora