La Masculinidad sin Ágata

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Me sentí como un espectro volviendo a casa, tan transparente y sola como el agua de los arroyos que transportan pesadas piedras errantes en su interior, tanta era mi excesiva sensación de soledad que me sorprendió por sobre manera ver mi figura esbelta y pálida  reflejada por el espejo; me extendí en el kline estirando todo mi cuerpo, me acomodé correctamente sobre la cabecera, debía comportarme correctamente, debía suprimir todos esas repulsivas actitudes pasionales… ¡Oh! Pero con qué suerte nacen algunos bendecidos por los dioses para conseguir la admiración y el respeto de todos ¡Con qué bendición nacen para conseguir ser kalokagathos! ¿Acaso serán conocedores de su suerte? Si, deben conocerla, porque en su lugar, algunos somos tan desdichados, tan cercanos del Areté pero a su vez, tan lejanos, como si estuviese en nuestras manos recortar esa lejanía, como si estuviese en nuestro poder la decisión de nuestro sexo y nacionalidad, como si de alguna manera pudiésemos todas las mujeres decidir ser hombres para tener un plato tan extenso y divino de libertades…

            -¿Ágata? – una voz dulce se extendió a lo largo del hogar, sin embargo no dejaba de ser un obstáculo para el silencio y mis pensamientos -. Ya llegue.

            -Aquí estoy hermana… - me levante del kline y camine hacia ella que estaba en el umbral -. ¿Cómo te fue hoy? Creí que llegarías mucho antes que yo.

            -Erato… - se sonrojo un poco mientras agarraba un trozo de pan y me entregaba lo que le había pedido a comprar –. Bueno ya lo sabes, luego de decirme su maravilloso discurso, pasamos un tiempo juntos.

            -No puedo creerlo. – Dije con repulsión,  no solo por la forma en que decía que estuvieron juntos sino la manera en la que comía el trozo de pan -. ¿Cómo puedes disfrutarlo?

            -¿Qué? – a la opaca luz que emitía la lámpara de aceite pude percatarme de que su piel blanca empezaba a adquirir pinceladas rosadas que me irritaron aún más –. Son cosas naturales Ágata ¡Por favor!

            -Naturales de los animales Gea, son repulsivas. – Me cruce de brazos -. ¿Te has dado cuenta de cómo hablas? ¡Ni siquiera intentas ser decente! – Ella se acercó a mí con sus  brazos a los lados de su delgado cuerpo.

            -No sé si te has percatado querida hermana, de que somos mujeres, - trague saliva -: animales parlantes, con el objeto de complacer a nuestros amos.

            -Hasta donde yo sé, no camino en cuatro patas, ni pongo huevos, ni relincho y tampoco ladro…

            -Pues justo ahora parece que ladras como un perro.

            -¡Somos Hetairas! ¡Merecemos más respeto que las propias mujeres de nuestros hombres!

            -Amos. – Me corrigió Gea y me indigne.

            -Zenón no es mi amo, es mi hombre y único cliente.

            -Es tu amo Ágata, él paga por tus servicios. – dijo bajando la guardia.

            -Es decir que nosotras somos las dueñas de los artesanos y comerciantes, nosotras pagamos por sus servicios, sin nuestro dinero ellos no pueden hacer sus vasijas, ni los vestidos ni cultivar las comidas. –concluí.

            -Es distinto.

            -Explícame. – me senté a la espera.

            -Eres imposible Ágata, tu actitud te meterá en problemas.

            -Y tu conformismo no te meterá en nada. – Ella enfureció, me dio la espalda y se fue de mi casa.

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⏰ Última actualización: Oct 21, 2013 ⏰

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