1/1

231 16 14
                                    


10 de junio de 2016

23:07

El mitin en Málaga había sido agotador. Entre los nervios por ser el primero de la campaña y de la coalición, el calor del sur y la adrenalina y emoción al ver a toda la gente aglomerada en la plaza, Alberto Garzón e Íñigo Errejón estaban destrozados. 

Llegaron al hotel con el resto del equipo del partido después de una cena muy agradable a base de espetos junto al mar. Habían pasado una buena velada recordando momentos del primer acto y comentando, con emoción e ilusión, como serían los siguientes. 

Alberto e Íñigo se despidieron cordialmente en el pasillo del hotel y entraron cada uno a sus respectivas habitaciones. 

Íñigo aprovechó para quitarse las lentillas y dejar que sus ojos descansasen un poco. Alberto, por otra parte, se cambió de ropa y se puso algo con lo que estar más fresco: una camiseta de manga corta y unos pantalones cortos. 

Ninguno de los dos quería irse a dormir a pesar del cansancio. Estaban haciendo tiempo, esperando a ver quién sería el primero en dar el paso. Al final Alberto se cansó de esperar, salió de su habitación, se dirigió a la de Íñigo y le llamó por teléfono.

- Hola. - respondió Íñigo con una sonrisa al ver quién llamaba. 

- ¿Te apetece que nos veamos? - preguntó Alberto en voz baja. 

- ¿No crees que hoy nos hemos visto suficiente? - respondió Íñigo sarcásticamente. - Claro que me apetece. - añadió al instante. 

- Pues ábreme. 

Íñigo se levantó a abrir la puerta todavía con el móvil en la mano y vio a Alberto esperándole. 

- Hola. - dijo Alberto, aún hablándole al teléfono. 

- Mira que eres idiota. - contestó Íñigo, colgando el teléfono y dejando pasar a su compañero de partido. - ¿Qué te trae por aquí? - preguntó, haciéndose el tonto y sentándose en la cama. 

- Tú sí que eres idiota. - respondió Alberto, sentándose encima de él para rodearle con los brazos y darle un beso en los labios. - Pero si quieres me voy... - comentó cuando sus labios se separaron. 

- Ni en tus mejores sueños. - Íñigo le agarró de la cintura y lo atrajo más hacia sí mismo, besándole con intensidad. - Este momento es para nosotros. - le susurró en el oído a Alberto. 

Alberto respondió con la misma intensidad al beso, tumbando a Íñigo en la cama y comenzándole a besar por el cuello, para después pasar a lamerle y morderle suavemente el lóbulo de la oreja. Escuchar a Íñigo gemir levemente fue todo lo que necesitó para empezar a desabrocharle los botones de la camisa y quitarse él la suya propia. 
Alberto recorrió con la lengua el cuerpo de Íñigo, haciendo que este se retorciese de placer. Cuando comenzó a quitarle los pantalones vio el tremendo bulto que se escondía en ellos. Y sonrió al pensar en lo que la noche le deparaba. 

Una vez que le hubo quitado los pantalones, tanteó con su mano el miembro de Íñigo mientras le miraba. Su cara era una mezcla entre placer, deseo y exasperación. Alberto decidió no hacerle esperar más y comenzó a chuparle la polla. Íñigo le agarraba de la cabeza y le acariciaba el pelo con fuerza pero con suavidad al mismo tiempo y eso a Alberto le ponía muy cachondo. 

- No puedo más. - dijo Íñigo con un suspiro, quitándose los pantalones y la ropa interior del todo y poniéndose a cuatro patas. 

Alberto se quitó toda la ropa también y miró extrañado hacia los lados.

- ¿Y el...? - comenzó a preguntar, pero Íñigo le cortó. 

- En el neceser, en el baño. 

Alberto fue al baño y rebuscó en el neceser hasta encontrar la botellita de lubricante que necesitaba. Se echó un poco en los dedos e insertó uno en el culo de Íñigo. Luego dos. Y para finalizar tres. A cada dedo que iba añadiendo notaba como la respiración de su compañero de partido se iba acelerando. 

- YA POR FAVOR. - dijo Íñigo entre suspiros y Alberto sonrió. 

Se echó un poco más de lubricante en las manos y masajeo su polla para que estuviese bien lubricada. Luego, lentamente, comenzó a penetrar a Íñigo. 

- Uffffff. - le escuchó decir. - Joder, qué bien. - dijo después, una vez que la tuvo entera dentro. 

Alberto también gimió de placer una vez que estuvo dentro por completo y comenzó a sacarla y a meterla cada vez más rápido. Para los dos aquella relación había sido la primera relación homosexual que habían tenido y cada vez disfrutaban más y más de sus encuentros sexuales. Ya iban conociendo mejor sus cuerpos y qué cosas les gustaban más y qué cosas les gustaban menos. Y Alberto sabía que a Íñigo le gustaba cuando él le embestía con rapidez.
Mientras Alberto le penetraba con fuerza, Íñigo se hacía una paja sintiendo que iba a explotar de un momento a otro. 

- Me voy a correr, Alberto. - gimió Íñigo. 

- Yo también. - gruñó Alberto. 

***

11 de junio de 2016

00:32

Íñigo miraba con dulzura la espalda desnuda de Alberto. Supo que él dormía ya porque podía escuchar la profundidad y calma de su respiración. Él también se sentía en calma. Se sentía tranquilo. Se sentía feliz. Y era por Alberto. Él le transmitía esa calma, esa tranquilidad, esa felicidad. 

Comenzó a acariciarle la espalda con suavidad. Era suave y agradable al tacto. Al principio comenzó a trazar líneas sin sentido, pero después se descubrió a sí mismo escribiendo 'te quiero' una y otra vez en la espalda del malagueño. No se lo había dicho nunca, no aún, pero era lo que sentía. Después de mucho tiempo, volvía a estar enamorado de alguien. 

Notó que Alberto se movía y paró. Alberto se dio la vuelta y se acurrucó contra el pecho de Íñigo. 

- Yo también te quiero. 

Caricias en tu espaldaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora