Prólogo

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Ya casi estaba acabado. Simplemente faltaba escribir el final perfecto para una historia que parecía ser perfecta ambientada en un mundo imperfecto, o al menos eso pensaba Dennis. Tenía la muñeca abierta de tanto escribir con su estilográfica en aquel cuaderno de hojas amarillas que en su día se compró para un solo propósito: dar rienda suelta a su imaginación y plasmar sus ideas en el folio desnudo. Los terribles pinchazos en la articulación eran sofocados por el olor de la tinta oscura y por el delicado y maravilloso roce de los dedos contra el viejo papel que a Dennis tanto le gustaba sentir.

<<Las viejas costumbres nunca deberían perderse>>, solía decir él casi siempre. Dennis era un amante de lo antiguo y siempre, a pesar de no ser religioso, había admirado a los monjes de clausura de los siglos XII y XIII porque eran los únicos en aquella época que se interesaban y preocupaban por la difusión de los textos durante la Edad Media en Europa. Bies es cierto que también eran los responsables de la censura de los escritos pero hasta que no se inventó la imprenta el destino y la difusión de los libros estaban en sus manos. Entre sus más preciados volúmenes se encontraban algunos textos de Santo Tomás de Aquino que él mismo había traducido del latín y que releía con entusiasmo para conocer más sobre aquella filosofía tan estricta: ora et labora. Entre estas obras se encontraba por ejemplo: De Veritate.

Al igual que los clérigos copiaban con sus propias manos los libros, Dennis primero escribía un manuscrito de sus ideas y creaciones y luego las mecanografiaba. Así las antiguas costumbres nunca se perdían.

La mano ya no iba tan fluida como antes a pesar de que la imaginación no dejaba de manar de la cabeza de Dennis. Los pinchazos estaban empezando a ser muchos más dolorosos e insoportables, pero aquel era el precio que había que pagar por el desenlace que tantos meses le había costado pensar y al que tantos años le había costado llegar.

-¿Has pensado ya algo para tu libro?-Le preguntaban a Dennis sus amigos cada noche que se pasaba por el Salón, acontecimiento que ocurría muy poco durante los últimos dos meses, para referirse al acabado de su libro.

Ante esta pregunta Dennis siempre contestaba lo mismo y siempre lo hacía de la misma manera. Primero bebía un poco de su copa de vino que él siempre solía tomar en el Salón y luego respondía:

-Por lo que veo la paciencia sigue sin estar entre vuestras innumerables virtudes, ¿verdad amigos?-En esta parte de la respuesta sus compañeros más cercanos soltaban una débil risita que era suficiente para que Dennis no se enfadara y para que escuchasen el esperado desenlace del viejo, si es que este o contaba claro.-Siento decepcionaros pero todavía sigo estancado en los capítulos finales.-Y luego seguía bebiendo de su copa.

De vez en cuando alguien en el Salón quería ir más lejos todavía, indagar un poco más en Dennis, y le preguntaba el quid de la cuestión para todo aquel que había leído los escritos del viejo.

-¿Cómo es el final?

En este momento que alguien lanzaba esa pregunta Dennis siempre soltaba una risita traviesa y miraba el fondo de su copa antes de responder. Algunas veces no contestaba al instante sino que se regalaba a él y a sus compañeros unos segundos de reflexión acompañados por un incómodo silencio.

-Es un final perfecto para una historia perfecta basada en un mundo imperfecto.

-¿Y cuál es ese mundo?

La última pregunta era de nuevo el quid de la cuestión. Solo se la había formulado una persona a Dennis en los últimos meses. Como premio para aquella persona el día que se dijeron esas cinco palabras al final de una conversación que se había mantenido en vilo durante semanas en el Salón, el viejo se levantó de su cómodo sillón y dejó la copa de vino en la mesa. Abrazó al curioso que se planteó la cuestión y le susurró al oído:-Hijo, ¿cuántos mundos conoces tú?

Bajo el cielo oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora