Capítulo Uno

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"He cometido el peor pecado que una persona puede cometer. No he sido feliz"

Jorge Luis Borges


Pequeñas gotas de sudor frío se deslizan por mi sien, se escurren a lo largo de mis pómulos y caen sobre el cuero negro del sofá. Jugueteo con los pulgares y agito una pierna impacientemente, mientras me remuerdo los labios haciéndolos lucir blancos. 

Tengo una extraña sensación de incomodidad, no sé si sea porque estoy en medio de tres individuos que me aplastan las costillas o porque estoy nerviosa. Creo que es un poco de ambas. Después de todo, jamás imaginé encontrarme en una situación como esta: compartiendo el sofá con tres inadaptados sociales y frente a una psicóloga que no deja de tomar apuntes en su libreta marrón.

Me siento estudiada, como un gorila verde encerrado en una jaula.

El tipo que está a mi izquierda no ha parado de hablar en los últimos veinte minutos. Podría levantarme en este preciso instante para taparle la boca con sus calzoncillos y creo todos me darían las gracias, en especial la adolescente gótica que está sentada a un extremo del sofá. Ella sí que quiere mandarlo al diablo.

Bostezo con disimulo. Mi brazo derecho empieza a entumecerse; lo movería, pero los enormes senos de la mujer que está junto a mí me lo impiden.

— ... y entonces, le pregunté: ¿Qué pasa, Yasmin? ¿Por qué estás evitándome? Y ella dijo: no estoy evitándote, es solo que no aguanto tener una conversación contigo. ¿Pueden creerlo? Digo, sé que tengo un pequeño problema para controlar mi lengua, pero ella debería entenderlo. Creí que había una chispa entre nosotros... 

Sí, mi brazo derecho no puede moverse, pero mi izquierdo está, realmente, considerando la posibilidad de callar a ese tipo con un buen golpe.

— ... puedo soportar que no esté interesada en salir conmigo, pero ¿qué tiene Barry, del Departamento de Archivos, que no tenga yo?

No conozco a Barry pero, si tuviera que elegir entre él y un papagayo con forma humana, no sólo me quedaría con Barry, lucharía por él como una tigresa en celo.

— Algo me dice que están teniendo amoríos en el trabajo y eso va en contra del código laboral...

— ¡De acuerdo, Ted! —exclama la doctora Scheffer, alzando la voz con autoridad—. Has llenado tu espacio de veinte minutos, continuaremos en la próxima sesión. 

Dios bendiga los límites de tiempo de los loqueros.

— Quiero que sigas practicando los ejercicios de que te enseñé la semana pasada. ¿Está bien?

Ted mueve la cabeza de arriba a abajo. Por su semblante de pesadumbre, deduzco que aún tenía muchas cosas que contarnos sobre su miserable existencia.

— Excelente. Ahora, es el turno de nuestra nueva participante: Helena.

Doy un respingo de alerta. La doctora Scheffer me observa con total atención, como si esperase que yo le contara el verdadero motivo por el cual la gallina cruzó la calle.

— ¿Qué te trae a nuestra terapia grupal?

Me rehúso a contestar. No porque carezca de respuesta sino porque aún no estoy segura de que mi problema sea, en realidad, un problema.

— Comencemos por lo básico — continúa ella, al notar mi escasa voluntad para romper el hielo—. ¿Cómo fue tu infancia?

¿Mi infancia? Fue tan buena que me parece mala.

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⏰ Última actualización: Jul 10, 2016 ⏰

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Entre Napoleón y los tulipanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora