Miro por la ventana. Veo como varias gotas de lluvia resbalan por el vidrio, recordándome a las lágrimas de tristeza que derramé en ese funesto día; el vendaval agita las copas de los árboles ferozmente haciendo que mi pequeño cuerpo se estremezca de una manera violenta, me abrazo a mí misma tratando de calmarme en vano, con temor a lo que pasará. Giro y observo; las pocas ropas raídas desparramadas por el suelo, la delgada y ajada tela que está deshecha en mi cama, mi vestido desgastado por el constante uso dado por mí, me hacen entrar en una especie de estupor, la pena me invade y bajo la mirada a la prenda sucia e impura que estoy usando. Como si fuera lo más entretenido del mundo contemplo las tablas de madera que al pisarla rechinan igual ratón hambriento; bache acá, agujero allí, los cuento como si no hubiera un mañana.
Levanto la cabeza al escuchar pasos subiendo por la escalera, tiemblo más por miedo que por frío, al deparar lo que me espera. El terror me invade y convulsiono al notar una sombra por debajo de la puerta; sé lo que me aguarda, lo sé hace tiempo. Desesperada, muevo los ojos de un lado para el otro, buscando la manera de escaparme o esconderme, mas no puedo hacer tal cosa. Mi cama es solo un colchón enjuto en dónde con suerte lograba dormir, por lo tanto, la idea fugaz de esconderme debajo era ridícula. La habitación en donde estoy es demasiado minúscula, albergando solamente el colchón y un guardarropa. Y por último y no menos importante, era que cualquier paso en falso que se me ocurriera, el castigo era peor. Claro está que al abrir la ventana se me ocurriera saltar y escapar de esa maldita casa, siendo para mí el infierno en la Tierra, pero solo a una persona extremadamente loca se le ocurriría hacer eso, ya que saltar de esa altura seguramente perderías tu vida, y como mi mente aún estaba cuerda era mejor soportar mi pesadilla que perder la vida en un intento absurdo de salvarme.
Caer en la dura nieve no debe ser una sensación muy bonita, y si por milagro llegara a librarme de la muerte, no saldría viva de esta al ser perseguida por él. Irónico, ¿no? Si no fallezco en la caída, esa persona me mata. Vuelvo a la realidad al darme cuenta que la perilla de la puerta se mueve lentamente. Al abrirla, un fuerte golpe resuena contra la pared gracias a la fuerza que él utilizó. Petrificada del pánico, se acerca tan calmo para así aumentar mis nervios. Alza los brazos hacia mí, sin embargo en lo único que me fijo son en sus manos. Esas manos que tanto pavor me causan, que tanto repudio y asco me provocan. Llenas de marcas de años de maldad y violencia. Manos que marcaron mi cuerpo. Manos que odio, que temo.
De repente, ojos negros como la oscuridad misma se hacen presentes en mi mente. Ojos tan negros como la boca de un león. Ojos que miran con ternura y amabilidad, entregándote la confianza necesaria para abrirse y sonreír al mundo. ¿De dónde son?, ¿Por qué se me hacen conocidos?, ¿Los he visto en alguna parte?, ¿Y si no es así, por qué están en mi memoria implorando para ser recordados?
Como desearía poder acordarme de ellos; como desearía poder saber en qué momento de mi vida los he visto. Pero, ahora agradezco que se mostraran. Por lo menos, con esa mirada de afabilidad, podré soportar un poco más lo que estoy viviendo.
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Permanece a mi Lado
RomanceNo puedo recordar cuando empecé a fijarme en esos ojos. Solo sé que me cautivaron desde el primer momento en que los vi. Todo de él me embriagaba, y por más que quisiese alejarme, sus brazos me retenían. No podía escaparme de él, a pesar que la situ...