¿Salvación azucarada?

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Beverly sabía que todo iba mal cuando empezó a sudar. Al principio no se preocupó.

Era muy típico sudar en esta época del año. Holanda se caracterizaba principalmente por sus altas lluvias y el clima templado que se daban en primavera. Pero ella era Beverly Fighinaldi; cualquier pequeño cambio en su cuerpo estaba asociado con un desastre próximo que hasta incluso, podría terminar con su vida si no se tomaban las medidas necesarias.

Pasaron los minutos y se sumaron los malestares estomacales, junto con unas pequeñas palpitaciones que sabían que irían en ascenso si no hacía algo.

Era momento de entrar en pánico, pero no se atrevió a decirlo. A sus cortos 17 años sufría hipoglucemia, las cuales le daban constantes bajadas de azúcar a su organismo. Lo único que podía saber con certeza es que se podía arreglar con un poco de azúcar (la cual no tenia en estos momentos) para normalizar sus niveles de glucosa.

Pero no. Era terca.

Una oleada de determinación la invadió. Se sentó recta lo más digna posible agarrándose del borde de la mesa de picnic por si se mareaba.

Hoy sería un buen día y se mantendría tranquila hasta llegar a su casa, para luego comer algo dulce o si era un caso más severo se inyectaría la insulina.

Todo estará bien, se repitió mentalmente tratando de convencerse.

Pero su plan tenía algunas fallas.

Primero que nada: su casa se encontraba como a 8 km del parque.

Segundo: el motor de su auto estaba muerto, por lo cual si no era una persona muy atlética como para correr a su hogar; tendría que tomar el transporte público con el dinero que no tenía.

Y la guinda del pastel era que no se encontraba sola.

Al frente de ella se encontraba una chica. Esta poseía un sedoso cabello negro sostenido en una diadema que caía en pequeñas ondas hasta sus orejas dignas de un duende las cuales tenían pequeños brillitos de colores que si veían desde otro ángulo pareciese que un arcoíris fluía desde dentro de su ser. Su piel pálida entraba en contraste con sus labios pequeños, pero carnosos que tenían forma de corazón junto a sus mejillas que siempre estaban rojas. Su ropa al estilo hippie le daba la sensación de estar en un cuento de hadas, pero sobre todo lo que más llamaba la atención eran sus centellantes ojos azules que se encontraban tras unos lentes entintados que te observaban a la espera de burlarse de ti.

Y estos estaban mirando a Beverly. Si no conociese estos ojos tan bien, se hubiera asustado y encogido como hacía con la mayoría de la gente como un acto de reflejo. Pero era su amiga; es más su mejor amiga. Y le estaba hablando.

Un momento ¿Qué?

Movió su cabeza tratando de concentrarse, por el movimiento brusco se sintió desfallecer por unos segundos, pero que importaba. Phoebe Grimwade no se caracterizaba por su paciencia. Ni con ella que la conocía desde que tenía 9 años. Es más, siempre le tiraba algo cuando se ponía nerviosa, por suerte siempre eran cosas pequeñas como llaves u hojas de papel. Pero en este caso lo único que se encontraba a su alcance era un juego de monopoly el cual no era muy liviano. Con la fuerza necesaria la podría dejar K.O.

Respiro hondo, preparándose para el show que iba a presenciar del amor de su mejor amiga. Nótese el sarcasmo.

Le falto el aire ligeramente en el acto y le estaba empezando a incomodar, pero lo oculto bien.

— ¿Qué quieres, Po? —sonrió lo más amable posible. No estaba con ánimos de una pelea. El ojo derecho de la pelinegra tembló por unos dos segundos. Y se hubiera reído si su vista no se hubiera puesto algo borrosa.

My rainbowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora