Transformación, final, inicio.

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Marzo 1.
Hace exactamente seis días, regresé del concurso donde se supone, recibiría un reconocimiento por mi trayectoria literaria,  pero no. Obtuve –a lo que mis ojos era-, el último lugar; no es más que la esquina del fracaso. Regresé con manos vacías, la decepción a cuestas y una dolencia lumbar.
Esa noche no pude conciliar el sueño, pues tuve pesadillas que me mantuvieron con el ritmo cardiaco más alto de lo que alguna vez tuve mis expectativas en la vida.
Soñé que ya no era yo; soñé que  era nadie, y que de hecho nunca había sido alguien o algo. Soñé también que entre las penumbras donde había permanecido casi toda mi vida, algo me consumía y no sólo me drenaba la existencia, sino que convertía la vida en dolor; dolor que podía palpar con las manos.

Decidí entonces aprovechar el tiempo y enmendar los errores que me llevaron a fracasar, así que comencé a escribir mis relatos y eliminar de mí, aquellos sentimientos aterradores como lo eran la culpa, la decepción y la resignación. Ninguno era tan bueno como esperaba. Por algún motivo, de mis personajes, ninguno era lo suficientemente digno de ser humano; los veía, y no me parecían más que fantasmas intentando escapar de la realidad que yo había dispuesto para ellos. Es decir, era fracaso tras fracaso. Había algo llevándome a los bordes donde se separa la razón de la locura… la inconformidad misma de no soportar llegar hasta lo más profundo de mí, de aceptar que sólo  no era lo necesariamente bueno para esto.

Marzo 1 (entre tarde y noche).
Ese mismo día, clara regresó de casa de su madre y me encontró ensimismado (lo cuento de manera en que ella lo hizo) en pensamientos incoherentes y la mirada hacia el vacío. Intentó calmarme y darme cobija, pero esa noche mientras descansábamos sobre la misma cama, sentí una mirada. Había alguien con nosotros en la habitación, pero me era imposible decirlo con total seguridad, pues la oscuridad me impedía muchas cosas. De repente, la mente se me nubló y mis sentidos perdieron la conexión conmigo y la miré. Veía cómo su pecho subía y bajaba y volvía a subir y a bajar; descansaba como si nunca hubiese conocido el mal en el mundo, con los ojos cerrados y el cabello corto cubriéndole parte de su delicado rostro. Era tan bella que sentí estar en la obligación de quitarle la vida.
Me puse encima de él y la miré tanto que mis manos en vez de estrangularle,  acariciaron su bello rostro y comencé a llorar. Mis lágrimas la despertaron y cuando eso, me abrazó agitada pero sobre todo, muy preocupada.  Sentí que me había perdonado el considerar quitarle la vida, y la desprecié.

Marzo 2.
Al día siguiente, encontré que la causante de mi dolencia lumbar era una verruga del tamaño de mi uña del dedo pulgar. Era de color café y cada que la miraba me dolía más. Cuando Clara se marchó, me dispuse a escribir lo acontecido. Pues sentía que podía servirme para una historia. Fue una maravilla de historia; todo encajaba, parecía tener vida propia. Y los personajes eran fieles al pedacito de humanidad que les había regalado de mí. Era la primera historia con la cual me sentía satisfecho. En ese momento pensé que regalar un poco mi realidad a su mundo me permitiría abandonar el pozo de fracaso constante donde me encontraba sumergido. Pero algo me hizo salir de aquellas ideas y regresar al mundo real. Ya no estaba solo en la casa, había alguien más conmigo. Caminé por todas partes buscándole. No sabía qué, quién o quiénes eran, pero la angustia invadió cada centímetro de mi cuerpo. Sentía ansiedad pero sobre todo, mucho dolor.
Clara estaba sentada sobre el sofá vino tinto que nos había obsequiado su madre por nuestra boda –aún lo recuerdo, siempre odié ese sofá. Era incómodo para comer o hasta sentarse a respirar. Para cualquier cosa- desde ahí me miraba afligida con esos ojos verdes que siempre amé, y me invitó a sentarme junto a ella. No sé hasta què punto imaginé tal cosa, pero sentí que estábamos sumidos en la misma desesperación. Y que compartíamos la misma agonía. Me tocó la mejilla con su mano y cuando estuve a punto de conmoverme, su rostro ya no era su rostro, sino que vi. En ella todo lo que me aterraba del mundo y esa pulsión de muerte que no aceptaba. Me sonreía dejando que apreciara todos su dientes, y permitiéndome ver que sus carcajadas malévolas provenían desde lo más profundo de su ser. Eran esas carcajadas que se había guardado por tantos años y así supe, que cada que me besaba y me miraba, sólo me mentìa, porque como esposa se habìa comprometido a permanecer conmigo, incluso cuando mis fracasos sòlo fuesen opios y motivos para que ella se entretuviese.
La tomé por el cuello y  apretè lo màs fuerte que mis debiles fuertes me lo permitieron, y entre màs apretaba màs se reìa y era como intentar eliminar el mal mismo con màs maldad. Eran esfuerzos vanos y pateticos, pero me hice preso de la agonìa que me producìa encarar la verdad y comencè a llorar como un niño. Ella se deshizo entre mis dedos similar a un aceite negro y sin olor -¿este era el aroma de la humanidad?-, pero no me extrañó la naturaleza de su cuerpo.

Marzo 3 (por la madrugada).
La verruga era ya del tamaño de mi puño, pero en verdad era lo último por lo cual habría de perder la cabeza. Queria encontrar el meollo de todo lo que sentia y por què todo cobraba tan extraña forma justo en semejantes momentos.

Marzo 3 (por la tarde).
Me dispuse a escribir nuevamente, buscando ignorar todo el sinsentido que me rodeaba. Mis personajes seres incluso màs reales que yo. Eran sinceros, temerosos, valientes y hasta mentirosos, pero se mantenian sobre aquella línea la cual yo no era capaz ni de permanecer en pie. Escribia y escribia, y entre màs lo hacìa màs se desgastaba la punta de mi làpiz, pero no me podia permitir escribir con un làpiz que careciera de punta afilada. Era similar a ser imperfecto.

Marzo 3 (por la noche).
Me habia encerrado en la habitación a escribir (puse el seguro para que ella no se apareciese nuevamente), y el dolor lumbar era cada vez màs grande. Sentìa que entre màs pensara en ello, màs grande se hacía y màs me consumìa. No tenia sentido, por supuesto, pero ya no sabìa què lo tenía y què no, porque pensándolo bien: ¿a raiz de què habia nacido todo esto? El que mi fracaso me hiciera perder los estribos me habia puesto sobre una linea donde era inaceptable una realidad igual de mediocre que mis sueños, y donde mis pesadillas eran màs reales que yo mismo.
¿Quièn era yo ahora? ¿Quién habìa sido? ¿Qué iba a ser?

Marzo 4 (por la madrugada).
La habitación permaneció oscura  y hermetica; por momentos me parecìa que descendia. Así no podìa dormir ni escribir.  Veia mi torso y estaba todo cubierto por la rugosa carne que era antes una simple verruga. El dolor era insoportable, pero no me podia confiar, porque sabìa que ella aùn estaba ahí afuera. Esperando pacientemente frente a la puerta con sus largas piernas cruzadas y esa sonrisa…
¡Cómo dormir!
Incluso me tocaba la puerta para que saliese de estas cuatro paredes, pero ya no era tan fácil de engañar. Ella nunca fue real. Pero Amalia sí lo era. Le había brindado mi humanidad y la aceptó con tal devocion que sentì en ella el amor que muriò en mí hacia mucho tiempo.
Se sentaba a los pies de mi cama y me miraba con los brazos cruzando y la cabeza apoyandose sobre ellos. Era mi unica compañía.
Pero dime, ¿Entonces cómo no habìamos ganado? Lo teniamos todo para llegar a la cima, pero caimos cual pajaro sin alas con la esperanza de volar…

Marzo 5 (por la tarde).
Todo es cada vez peor. Hace mucho frìo, pero no me atrevo a salir. No veo mis piernas (es totalmente cierto) ni siquiera veo mis pies. Me siento como un ser solamente con cabeza.

Marzo 6.
Han aparecido figuras extrañas: veo sombras de colores, similar a la paleta de un pintor. Amalia camina por todos lados, pero nunca se olvida de mì. Me ve y me toma de la mano, me conmueve.  Hay algo que cae del techo, no sè què es, pero hay charcos y de ahì aparecen todos esos seres.
Creo entonces que se acerca el fin, pero no tengo ningun temor ni el menor sentimiento negativo. Lo he aceptado todo. A veces creo que Clara se asoma por debajo de la puerta para asegurarse de que aùn vivo, pero dejó de intentar entrar o seguir tocando la puerta.
Se me han comenzado a adormecer el brazo, y me parece que quizás estas sean mis últimas lineas, ¡pero no hay temor fuera de este cuadrado! Al fin siento que entendi la raiz de mi infelicidad, y còmo no, si es la naturaleza del humano permanecer en lo mismo por toda la vida:
El fracaso ya no era lo mìo.

Marzo 7.
Ya no soy.

Cuando Clara regresó de casa de su madre, había abandonado toda idea de divorcio. Encontró la casa completamente oscura, llena de polvo y tapiada hasta los recuerdos. Pero sentía la presencia de alguien dentro, alguien más grande que ella misma. Caminó hacia su habitación y la puerta, que estaba abierta de par en par, le permitió ver una esfera negra flotando sobre su cama matrimonial.

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