Hasta siempre, Zavent.

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Había un claro en el que parecía no existir el sonido; lo más audible era tan solo el silbido del viento que sonaba apenas como un susurro, el sol lo iluminaba cómo si en él se hallase una entrada esplendorosa al paraíso, no había señales de que algo o alguien hubiese estado allí en mucho tiempo y parecía que los relojes ahí no servirían de nada pues siempre daba la impresión de que todo seguía igual, que la iluminación era igual, que el sonido era igual, que el mundo era igual, como si en ése sitio todo se congelara por toda la eternidad. 

 Me bastó con llegar a él para darme cuenta de que ya no necesitaba la protección de los árboles, me sorprendí y me pregunté cómo es que se había ocultado al mundo ése lugar majestuoso en un bosque tan frecuentado por turistas y visitantes. "Por supuesto" pensé, pues ya sabía yo que me hallaba muy lejos de mi punto de partida perdido en medio del bosque, pero aún así había valido la pena, pues encontrarme alejado de todos era mi objetivo inicial y porque aquél sitio no paraba de llamarme la atención; caminé un poco, lentamente, hasta encontrarme ya en el medio del claro al cuál decidí llamar "Transparencia" pues estaba tan iluminado que no alcanzaba a encontrar mi sombra, me senté y miré al cielo, sorprendentemente no alcancé a divisar el sol sino a muchas nubes, separadas unas de otras, dejando entrever un cielo totalmente azul y otorgando una sensación de tranquilidad que jamás podré explicar en toda mi vida.

Me sentí observado, como si alguien me llamase con la mirada, intenté ver entre los árboles pero la vista era muy clara y no había nada oculto entre ellos, seguía teniendo la sensación de estar siendo espiado, sin embargo, extrañamente no sentía pánico o desagrado, sentía que aquello que me miraba era de alguna forma curioso, llamativo, incapaz de lastimar. Escuché un llamado; era el inconfundible sonido provocado por una siringe, intenté buscar al ave culpable de tal acción y allí la encontré a tan sólo centímetros de mi pierna derecha, un pequeño pájaro de color negro mirándome lateralmente con su ojo izquierdo. Estaba totalmente asombrado de presenciar a un ave tan cerca de mí, siempre había estado acostumbrado al comportamiento propio de evitar a los humanos, pero esto me parecía sumamente inaudito.

Me pregunté de inmediato si se trataba de algo realmente celestial que solo sucedía allí; acerqué mi mano lentamente y apenas estuvo a su alcance saltó encima de ella, me asusté por un instante pero recuperé la calma rápidamente, junté mis dos manos para brindarle un poco más de seguridad, aquél pájaro seguía observándome de una forma curiosa.

-¿No me tienes miedo? -pregunté en voz baja, se movió un poco, cambiando de postura para verme con su otro ojo, estaba claro que no sentía temor de mí.

-¿Desconoces lo terrible que pueden ser los humanos? -esta vez mi pregunta parecía más bien un reclamo o una manifestación obvia de preocupación. Me miraba fijamente, no asustado, no atemorizado, parecía como si simplemente escuchara. Empecé a sentir a aquella ave muy familiar.

Miré al cielo, que ahora se encontraba tan despejado que el azul parecía invitarme a acercarme y perderme en él, como ofreciéndome olvidar los problemas de la vida y como si quisiera prestarme un bienestar eterno. De pronto lo entendí; no era a mí a quién llamaba, sino a su real invitado, aquella ave, que por alguna extraña razón se tomaba su tiempo para finalmente elevarse y surcar aquél cielo del que yo tanto ansiaba ser parte. Extendí mis brazos, abriendo mis manos, implorándole al pequeño pájaro que por favor aprovechara aquello que yo tanto anhelaba, y con tan sólo una mirada fugaz, como de alguien que no quiere marcharse para siempre, descubrí el sufrimiento oculto en aquél animal.

Se elevó con rapidez; alcancé a ver cómo subía más y más, su color hacía contraste con el blanco de las nubes que nuevamente se hacían notar, parecía que el claro comenzaba a iluminarse más y más, le vi dar tres vueltas en el aire y aunque no podía observarle con claridad sentía como si nuestras miradas no quisieran separarse, volvió a elevarse ésta vez de una forma increíble, y cuando ya parecía tan sólo un punto negro en la lejanía, alcancé a ver el sol; cerré los ojos por el dolor que en ellos despertó la radiante estrella, y cuando los volví a abrir con cuidado, ya había perdido de vista al punto lejano. Miré al suelo y observé mi sombra, a la que ya había olvidado por completo, el claro comenzó a perder la luminosidad, y pronto se hizo cada vez más oscuro. Me dejé caer hacia atrás y observando al cielo apagarse, acostado, empecé a llorar. Cuando me levanté del suelo, como por arte de magia, aquél claro ya estaba tan imperturbable como lo había estado antes, de modo que otra vez el tiempo parecía no pasar factura allí. Fue la última vez que alcé la mirada para ver el cielo.

Me alejé de "Transparencia" y después de haber recorrido un largo tramo logré llegar a donde me encontraba antes. Me acerqué a la tumba, escondida entre los matorrales, en la cual reposarían los restos de mi hijo Zavent para toda la eternidad, y me arrodillé.

-Esto es todo, Zavent, mi amado hijo. Es muy tarde para el perdón pero sé que ya estás en un lugar donde ni en el más dulce de los sueños podré estar. -dije alcanzando a sentir el sabor de mis lágrimas. -Vuela lejos; hasta que la penumbra se presente hacia mí como lo hizo el cielo contigo, y hasta que el castigo del que no puedo escapar caiga sobre mí.

Tomé la pala que había dejado en el suelo horas atrás y me fui para siempre.

Hasta siempre, Zavent.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora