Un día, estabas sola, te habías olvidado la comida en la cocina por haberte quedado dormida sobre el sillón. Cuando te das cuenta de lo ocurrido, te levantás y corrés hacia ella. Intentás arreglar el desastre lo antes posible, pero no lo lográs. Ahí es cuando empezaste a prenderte fuego, como una verdadera idiota. Retorciendo, agonizando y quemándote sobre el piso. Quería que te exploten los ojos, quería que sufras mucho más, quería presenciar tu maldita muerte.
Ya no soportabas el dolor, intentaste levantarte para agarrar el teléfono o simplemente hacer alguna cosa. Algo tenías que hacer, no podías quedarte en el piso esperando tu dolorosa muerte, no te ibas a rendir tan fácilmente. Al levantarte te tropezaste agarrando el mantel de la mesa que, por casualidad, justo había un cuchillo sobre ella. Así es como quedaste en el medio del piso, quemándote con un cuchillo en el medio del ojo. Fue ahí cuando ya no podías hacer nada, no te quedaban fuerzas, aceptaste tu final.
El día de tu funeral, esperé que toda la gente se fuera. Entonces fui, bailé sobre tu tumba, solté una pequeña risita y luego la escupí. Por fin había hecho lo que tanto esperé hacer, estaba tan feliz… Pero por desgracia me desperté y me di cuenta que era todo un puto sueño. Me enojé, le di un par de golpes a la pared, agarré un cuchillo y una bengala. Haciendo una risa malvada pensé en que ya era el puto momento de actuar y fui a hacer mi sueño realidad.
Yo era tu amiga, una muy querida amiga, pero nunca iba a perdonar lo que me habías hecho, nunca. Esperé a arreglarme con vos para volver a hacer tu amiga e ir a tu casa, y así cometer este hermoso homicidio. Pasó tiempo, algunos meses, pero ya saben lo que dicen “mejor tarde que nunca”. No creo que te hubieras imaginado que yo hiciera algo así y menos que ese era tu último día.
Ya en su casa esperé a que ella esté distraída. Silenciosamente caminé por atrás y con ayuda de un pañuelo con cloroformo la até a una silla. Al despertarse la asusté un poco jugando con las luces, quería tenerla justo en el punto donde ella sienta tanto miedo que no sepa qué hacer. Ahí fue cuando me mostré en la habitación con el cuchillo en la mano. La miré, la miré y continué mirándola unos minutos... Me acerqué, bien cerca, la miré a los ojos y la escupí. Agarré su boca, la abrí lentamente escupiendo sobre ella.
– Venganza... Venganza… Dulce venganza – le susurré al oído.
– ¿Qué está sucediendo? – respondió aterrada.
– ¿Creíste que en serio te perdonaría?
Empezó a llorar y luchar para desatarse. Me quedé mirándola, caminando a su alrededor y volviéndola a escupirla.
– Intentá... Intentá, seguí intentando... Lo único que vas a lograr es saber que lo intentaste pero no conseguiste absolutamente nada – le aseguré.
Al volver con ella, empecé a lamer el cuchillo. Me corté un poco para pasarle mi sangre por toda su inmunda cara.
– Se siente rico, ¿verdad?
– ... – ni se molestó en responder.
– Mejor, no digas nada. Lo que viene ahora te va a gustar más – le dije con intención de preocuparla.
Parece que había funcionado porque continuaba llorando e intentando escapar. Caminé a donde estaba ella, le mostré mi cuchillo y lo puse justo entre medio de sus ojos. Como empezó a moverse mucho y tuve que dormirla otra vez, así finalmente pude hacer un pequeño tajo entre la frente y su nariz. Y se me ocurrió la brillante idea de hacerle cortes por toda su horrible cara, dejándola más fea de lo que era. Cuando despertó puse un espejo frente a ella. No podía creer lo que estaba viendo, pensé por la cara de horror que puso. Además de que estaba llorando y temblando a punto de agonizar. La tenía donde quería.
Dejó de llorar. No podía soportar el dolor de las heridas cuando pasaban sus lágrimas sobre ellas, así que le tiré alcohol puro para hacerla sufrir más. Entendió que ese era su fin, dejó de luchar, dejó de llora.
– Por favor… Ya es demasiado, matame de una buena vez – sonaba rendida.
– Esto recién comienza, querida –contesté inmediatamente.
– Perdóname, lo podemos arreglar de otra forma – gritó, suplicando piedad.
– Ya es tarde, corazón. Lo hubieras pensado antes.
Seguí cortándole el resto del cuerpo pero no cortes grandes sino pequeños pero muchos, demasiados, tantos que no se le podía ver la piel. Verla era un verdadero asco, no parecía un humano.
– Maldita puta – dije mientras la desaté y la tiré al piso dándole un par de patadas. Sabía que no se podía levantar, defenderse, ni intentar algo. Estaba demasiado débil.
– Morite – dijo con las pocas fuerzas que le quedaba.
– La única que va a morir aquí eres tú, perra – le grité con rabia.
Puse una sábana sobre ella y me acerqué a la mesa lentamente sin quitarle la vista de encima. Agarré la bengala, la miré por unos segundos, muy detenidamente. Observándola sufrir en el piso helado prendí la bengala. Se la tiré apuntando a ella y empezó a prenderse fuego. Yo como siempre riéndome al verla en ese estado, sufriendo, agonizando, gritando, llorando. Mientras me preparaba unos mates, dejé la cámara para que grabe todo este hermoso proceso de homicidio. No había nada más lindo que escuchar esos gritos, esos llantos, pidiendo que pare y que la mate de una buena vez. Lo que estaba presenciando me llenaba el alma, me motivaba a seguir con ese desastre, para algunos, para otros simplemente algo hermoso.
– Hermoso verte sufrir así, espero que lo hayas disfrutado igual que yo, puta, perra, sarnosa – comenté riéndome.
– Mmm… Agh… – sólo omitía ruidos.
La pateé, escupí y le clavé el cuchillo en el medio de la cara, dejándole el rostro totalmente despedazado. Escuché llegar a la maldita policía, siempre arruinando todos mis planes. Mierda. Debo decir que me asusté un poco en ese momento. Yo ya no tenía nada más que hacer en este mundo, había terminado con ese sueño que tuve, ya no importaba nada más. Así fue como escapé rápido para mi casa. No fue fácil pero lo logré.
Al llegar, tomé el revólver que se encontraba sobre la mesita de luz; acaricié a mi fiel gato, lo besé y le dije adiós.
– Dejé el arma sobre el piso y bajé las manos – habían llegado los policías.
– Oh que sorpresa tenerlos por aquí, no esperaba recibir invitados – contesté burlándome y, lentamente, puse el revólver en mi cabeza.
– Hablo en serio, si no quiere salir herida obedezca.
– Interesante pero ya cumplí, ahora puedo desaparecer de este mundo – tiré del gatillo.
Mi cuerpo cayó sobre el piso de mi habitación. La policía encontró mi nota que había dejado cerca de la cámara la cual grabó todo ese hermoso asesinato. La nota decía:
¿Ven esa cámara de ahí? Bueno, en ese pequeño dispositivo grabé parte del encuentro amigable que tuve hoy con mi querida amiga. Échenle un vistazo, estoy segura de que les va a gustar.
Cuando me maté, como siempre, me quedé un rato observando. El cuerpo de aquella chica era pura ceniza, no había quedado nada. No se imaginan la cara de las personas que vieron las fotos y videos. Genial, la verdad, mejor no lo pude haber hecho.