La lluvia desvanecedora caía sobre los edificios borrando su suciedad y ocultando bajo el estridente sonido de las mil y una gotas que reventaban contra el suelo, dejándo su efímero cadáver reventado en una acuosa e invisible mancha que cubría con una gélida capa líquida, el negro asfalto de las calles, aguardando... el grito de un maníaco desesperado.
Las gotas de agua resbalaban por su ensuciada piel, camuflándose con lágrimas ácidas y escasas, que se escapaban involuntariamente de sus ojos.
Su mueca se retorcía en un gesto de dolor incomprensible más que por él mismo, y su boca se abría sollozando falsas súplicas para pedir piedad por su vida.
Su alma era igual de oscura que el callejón dónde se encontraba.
Aquellas pupilas dilatadas tenían un brillo feroz y voraz, como los ojos de una bestia.
Sus ropas escurrían el color carmesí que impregnaba la tela, gracias a la lluvia desvanecedora.
Cada gota era como la punzada de un alfiler en la piel.
El cadáver que sostenía en sus manos estaba desmembrado y las puras vísceras vomitadas se le salían por todos lados.
Un espectáculo de horror. El primer acto de penunmbra y el segundo de veneno ponzoñoso. El tercero de mentiras. Y el cuarto de muerte.
El rostro de ella, ahora congelado, llevaba los ojos hacia arriba, mirando dónde ahora se encontraba un cielo nublado y azúl oscuro, como si hubiese sido el último lugar que se le pudo permitir ver.
El maníaco si es que se me permitía llamarle así, seguía inmóvil esperando una sentencia de prisión a la vez que ocultaba el fino filo de una navaja tras su espalda.
Como si yo no supiera que aquello estuviese ahí, me dirigió una mirada incesante, abrigando un temor por la vida terrenal que nadie podía arrebatarle.
Sin embargo yo no podía perdonar sus pecados, el cadáver de esa mujer seguía rendido en el suelo mojado, y sus actos delictivos le señalaban con el dedo.
Alzó su cara de nuevo, está vez con decisión y menos desesperación que antes.
- Vienes a juzgarme? - preguntó entre el repiqueteo de la lluvia, con una voz arrogante y desaliñada.
Mis ojos color verde campo se clavaron en los suyos. Como si de un duelo de miradas se tratase. Los de él sin embargo, no mantenían ni un ápice de culpa, pero si de miedo.
- Ahora, la moral. - añadí en un tono frío y cortante. Mis anaranjados y cobrizos cabellos resbalaban por mi frente al compás del agua.
Arqueó una ceja con ansia y su entrecejo se frunció.
- Moral? Qué quieres decirme con eso, eh!? - el brillo furioso de su iris cenizo se iba tornando en un avivado fuego de duda y pavor.
- Arrepentimientos, miles de años, pena carcelaria... - enumeraba sin vacilar observando cada uno de sus movimientos y gesticulaciones faciales.
Interrumpió mis palabras de sanción con imprudencia.
- Eres uno de esos piratas de la muerte!! - vociferó con los ojos desenfrenados en trazos de locura y un babeo incesante frente a mentiras desilusionantes.
Alzó una mirada furtiva y con desenfreno y una sonrisa llena de maldad adoptada, se abalanzó sobre mi, navaja en mano para cortar mi cuello.
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Verdaderos piratas de la muerte.
Non-FictionLa colorida ciudad de Tokyo va perdiendo su último aliento de vida a ojos de Kazunari Satoru, un miembro de la organización "Olympia" que se dedica a erradicar el mal que esconden sus habitantes. Él mismo se pregunta cual es el sentido de la vida y...