El cruce de Shinjuku es muy amplio y forma una gran cruz en forma de "x", por el que transitan muchos estudiantes y trabajadores en busca de la estación.
El semáforo cambiaba de un ámbar intenso a color verde esmeralda.
Una avalancha de bulliciosa gente se disipa y extiende por el asfalto.
Me encuentro cruzando el susodicho parsimoniosamente en estos momentos.
Sin embargo voy en contra corriente de toda la marabunta de gente, que sale con prisas de todas las direcciones posibles.
Algunos me golpean en el hombro con brusquedad sin darse cuenta, pero no se voltean para pedir disculpas.
La mayoría de gente no nota la presencia de los que están a su alrrededor porque serían unas décimas de tiempo perdidas muy importantes en sus monótonas vidas.
Caminan de manera independiente y egoísta, con exasperación en sus rostros y ajetreo en sus andares.
Por eso, me dedico a observarlos con detenimiento.
Hay personas de todas las edades, desde ancianos con sus nietos, hasta adultos y estudiantes de preparatoria; de todas las etnias, bandas y pandillas, y de todos los colores posibles. La mayoría son de nacionalidad japonesa, pero también hay extrangeros como es de esperar.
Un hombre con sudadera camina algo encorvado entre el resto. No destaca demasiado pero con su lento caminar similar al mío, no pasa desapercibido para mi vista.
Por el rabillo del ojo pude vislumbrar como metía sus largos y escurridizos dedos en el bolso de una mujer despistada que solo posaba su mirada al frente.
Discretamente saca una cartera negra con astucia y sigue su camino en dirección contraria a la de su victima.
Fruncí el ceño con tosquedad y exasperación.
Me dirigí con pasos pausados hasta su posición sin que se diera cuenta de que estaba detrás de él.
Con audacia metí una de mis manos en su bolsillo, agarrando el objeto, y sacándolo cuidadosa y velozmente.
Una vez lo robé, le dí un toque en el hombro para llamar su atención.
El hombre, algo desaliñado y casual, se giró con una expresión algo asustada, pensando que podría ser algún policía, pero al verme se destensó ligeramente.
- Qué es lo que quieres muchacho? - interrogó con una voz áspera y carrasposa arqueando una ceja con pesadez.
- Es que se le ha caído su cartera, tiene su DNI y otras tarjetas dentro... - mentí sacando de esta un trozo fino de plástico con una foto del hombre en blanco y negro, y otros datos como su nombre, fecha de nacimiento y domicilio, que memoricé con rápidez.
Su gestó cambió radicalmente a una cara llena de agradecimiento, duda y asombro.
- Oh! Muchas gracias jóven! Menos mal que me lo has dicho. - espetó amablemente y con emoción.
- Si verdad? Sería horrible perder la cartera con todas las cosas valiosas que hay en ella. - dije con el semblante serio y una falsa sonrisa modesta.
El hombre iba a reafirmar lo que yo había dicho con una mueca agradable, pero antes de que pudiera hacerlo le interrumpí.
- Tenga cuidado, con tanta gente no me extrañaría que se la robasen. Tiene usted suerte de que la haya encontrado yo y no una mala persona. - comenté remarcando esto último entre sonrisas sencillas y retorcidas.
El hombre tragó saliva y asintió con una mueca falsa, irónicamente quejándose de la poca vergüenza de algunas personas y agradeciendome de nuevo.
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Verdaderos piratas de la muerte.
Kurgu OlmayanLa colorida ciudad de Tokyo va perdiendo su último aliento de vida a ojos de Kazunari Satoru, un miembro de la organización "Olympia" que se dedica a erradicar el mal que esconden sus habitantes. Él mismo se pregunta cual es el sentido de la vida y...