El aire que logra colarse por la estrecha abertura de la ventanilla me confunde. Es cierto que ya no estamos en Dakota del Sur, pero incluso algo tan trivial como lo es respirar se me hace distinto.
Mi nombre es Amanda Brown. Aunque sea un nombre que no me atrae para nada, debo respetarlo; fue petición de mi padre antes de que ese accidente de coche sirviera de detonante para la ruptura de lo que hoy sigue intentando ser una familia feliz.
—¿Cuánto queda?
Ese era mi hermano pequeño. No tiene la edad suficiente para darse cuenta de lo que supone una mudanza, pero mejor que sea así con todo lo que a mí se me viene encima a diario. Él solo ha tenido que decir adiós a los niños de su colegio, niños que pasados un par de meses se olvidarán de él y viceversa.
Aunque parezca que la edad enfortece a las personas, realmente las expone a los reveses que obligan a usar esa fuerza.
—Ya llegamos, Dennis —escucho del asiento del conductor—, según esto estamos a dos calles de tu nueva casa.
Mi hermano mayor, Keith, siempre hace ver que sonríe. Y sí, simula estar feliz. El motivo es claro: Ya me salpicó a mí la tristeza de la muerte de papá que se sumió en él y como buen cabeza de familia que es no quiere que esto se repita con mi hermano pequeño.
Finalmente resulta que tenía razón y estábamos literalmente a un par de calles. Nuestro destino es un apartamento en una gran avenida repleta de bloques de piso.
—Es aquí, ¿no? —digo.
—Eso parece —dice Keith mientras aparca justo enfrente—. Amanda, saca a Dennis y vamos a subir cosas.
Obedezco saliendo por mi puerta y yendo a por mi hermano pequeño mientras escucho cómo Keith trata de despertar a mi madre.
Mi madre es una mujer que no ha tenido mucha suerte en la vida. Tras la muerte de mi padre se entregó al alcohol y no supo salir de ese pozo pese a los tratamientos a las que se ha visto sometida.
Aun así espero que en cuanto nos instalemos aquí este tema mejore. Cerca de nuestra antigua casa no había ninguna clínica con ayuda para este tipo de adicciones; el amor de mamá por las botellas es una de las razones que nos ha obligado a mudarnos.Keith y yo nos proponemos empezar a subir cajas, pero vemos que la suerte no está de nuestro lado al ver que el ascensor está roto. Afortunadamente lo que llevamos ahora es ligero y nos permite llegar hasta el quinto piso para buscar nuestra puerta.
—A ver —mi hermano deja los dos paquetes en el suelo para sacar las llaves—, esperemos que quepa todo.
La respuesta es clara una vez se abre la puerta:
—Yo creo que no —digo.
Mi nuevo piso está formado por tres habitaciones, una cocina, un salón no muy amplio y un baño. Nuestra anterior casa era mucho más grande, cosa que me hace pensar que quizá debamos vender algunas de nuestras pertinencias.
Con fuerza de voluntad y mucha paciencia conseguimos llenar la casa de cajas y paquetes como si de un pavo de Navidad se tratara. Me voy a mi supuesta habitación cuando hemos acabado de organizarlo todo, aunque quedan la mayoría de cosas por sacar.
—¿Aquí? —me pregunto a mí misma.
Es un cuarto algo pequeño, aunque si lo decoro con mis cosas y algún que otro poster puede llegar a ser bonito.
Donde pondré mi cama hay una ventana. Espero acostumbrarme rápido a las vistas, que no son muy impresionantes que digamos.
—Un edificio aquí en medio. Qué bonito.
Mi habitación da justo al lado de un bloque que parece que lo han construido hace poco. Al estar en un quinto puedo ver varias ventanas desde la mía, pero permanecen todas cerradas excepto la del tercer piso. Me fijo bien, pero no hay nadie en la habitación.
Escucho pequeños golpes en la puerta y por inercia respondo con un "¡Pasa!". Es Keith.
—Amanda, acabo de llamar a la escuela ahora que tenía tiempo —empieza a decirme mientras se mantiene detrás de mí—, empiezas mañana.
Esto último hace que me gire de golpe.
—¿Mañana ya? —suelto con un tono que baila entre el miedo y la sorpresa.
Nunca se me ha dado bien hacer amigos, no me gustan los cambios de compañía. Esta situación, pero, me obliga a que me abra a los demás para ver si alguien me tiene en cuenta de forma agradable.
—Venga, que con suerte quizá te harás un buen grupo de amigos. Los lazos entre compañeros son imprescindibles —me dice mientras se va.
Una vez he comprendido que mi hermano acaba de hacer de avión de bombardeo —ha soltado la noticia y se ha ido casi antes de que pudiera reaccionar— me dedico a sacar mis cosas de las cajas para intentar tener una pequeña dosis de familiarización con el ambiente.
—Va a estar entretenido, esto.
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Tres pisos separan nuestro amor
RomanceAmanda Brown es una chica de 16 años de un pequeño pueblo de Dakota del Sur. No es una chica como las demás, mientras todas se preocupan solo por gustar a los chicos ella tiene que soportar una dura situación familiar: sus dos hermanos y su madre al...