El temblor que siento en las piernas actúa como el único amigo que me acompaña en este duro paso de cambiar de escuela. Me encuentro en la puerta del Gregory Browerville Minnesota High School, mi nuevo centro educativo.
Pese a que solo estaré aquí dos años hay algo en mí que me da a pensar que será un período de tiempo mucho más extenso que el que realmente es. ¿Cómo será mi vida aquí?
Avanzo por la gran pasarela que separa la puerta principal de la calle. Hay gente sentada en los bancos que adornan los jardines que hay a los lados de mi camino, pero nadie se molesta en mirarme. Algunas bicis aparcadas de forma ordenada junto con el perfecto mantenimiento de la fachada me imponen respeto por el edificio, pues solo las imperfecciones muestran el lado más humilde y humano de las cosas.
Una vez dentro y en medio de la tormenta de personas que circula por el recibidor sujeto la carpeta con mi documentación más fuerte que nunca. En un principio debo entregar esto en secretaría, pero como para encontrarla ahora.
De repente escucho un grito que destaca entre el murmureo general de la multitud.
—¡Estúpida máquina! —grita una voz femenina acompañada de una patada.
Me quedo mirando a la chica que ha llamado mi atención. No hay nada que destacar en la vestimenta, ya que lleva el mismo uniforme que yo estreno hoy. Es de tez blanca, ojos grandes de color marrón y pelo castaño muy corto. Mantiene una expresión enfadada, como si se debatiera en un duelo mental contra la máquina que seguramente se le ha tragado una moneda sin soltar la bebida que haya elegido.
Decido acercarme.
—Hola —saludo con cautela, poniéndole una mano en el hombro.
—¿Eh? —la chica se gira y se me queda mirando. Tras unos segundos de silencio recupera el turno de palabra—. ¿Quién eres?
—Me llamo Amanda, soy nueva. Te he visto apurada con esto y creo que puedo serte de ayuda.
Me mira de forma extraña, cosa que interpreto como un permiso para demostrar la habilidad que aprendí junto con Keith hace dos años. Me acerco a la parte inferior de la máquina y le doy un sutil golpe por la parte que conecta con el soporte de las latas. Una de ellas cae en la trampilla; nunca falla.
Tomo la bebida y se la entrego. Sigue con la mirada puesta en mí.
—Gracias —dice al fin, animada.
—De nada. Se debe ir con recursos por la vida —se me ocurre decirle—. Ahora me falta encontrar la secretaría para entregar todo esto —agito los papeles— y que me dirijan a mi clase.
—Yo puedo ayudarte con eso, si quieres —se ofrece. Menos mal que lo ha dicho ella, que si no...
—Me harías un favor.
—Ven, por aquí.
Me toma de la mano y empieza a abrirse camino entre la gente de diferentes edades como si fuera experta en ello. Pronto estoy enfrente de la puerta que en principio lleva a mi inicio como alumna. Doy un par de golpecitos en ella y me dan permiso para cruzarla, ahuyentándome así del ya más vacío río de personas que sigue circulando por los pasillos.
—Buenas, ¿en qué te puedo ayudar?
—Hola, soy Amanda Brown. Traigo la documentación que pedíais, hoy ingreso en el centro.
Enfrente de mí se encuentra una señora de apariencia un tanto fría. Hasta que no le he dicho mi nombre no ha levantado la mirada de la pantalla en la que está trabajando. Aun mirándome, su expresión no cambia.
—Dame —dice directamente.
Obedezco entregándole las hojas. Tras revisarlas y hacerme firmar en un par de ellas me empieza a dar indicaciones para llegar a mi aula, pero la interrumpen:
—No pasa nada, ya la llevo yo —dice la chica que me ha acompañado hasta aquí. Por lo visto se ha quedado esperando.
—Como queráis —dice despreocupada—, aquí tienes tu horario y bienvenida.
Tras tomar una hoja con las asignaturas que debo vencer me vuelvo a reunir con la chica. Definitivamente esta señora se ha rendido ante los años de trabajo que lleva aquí.
—He escuchado que te toca en mi clase, seremos compañeras —me dice refiriéndose al aula que me ha indicado la secretaria.
—¿Ah, sí?
El hecho innegable es que me alegro. Por lo menos ya conozco a alguien de mi grupo que parece amable. Ambas subimos las desiertas escaleras que nos conducen al piso en el que se encuentra el pasillo de nuestro curso. Hace diez minutos que ha empezado la primera clase del día, espero que no riñan a esta chica por mi culpa.
—Por cierto, ¿cómo te llamas? —rompo el silencio justo cuando encontramos la clase.
—Sam —me responde rápidamente—, pensaba que no me lo preguntarías nunca.
Rio por la nariz y ella abre la entrada sin avisar. Entra la primera para servirme de escudo ante las miradas del resto de mis compañeros. Pegada a ella aparezco yo, captando toda la atención irremediablemente.
—Llegas tarde, Samantha —dice la profesora antes de verme a mí.
—Me he encontrado con la nueva, la he acompañado hasta aquí.
—Oh, en ese caso puedes sentarte —le ordena la mujer a la chica
Ella toma asiento mientras la profesora me hace acercarme a ella.
—Me dijeron que vendrías esta semana, no te esperaba tan pronto —me dice con un tono amigable.
Me limito a sonreír.
—¿Así que tu nombre es...?
—Amanda, Amanda Brown.
—Pues bienvenida, Amanda. Puedes sentarte en algún asiento vacío. Ya nos iremos conociendo —dice dándome una palmadita en el hombro.
—Muchas gracias —le respondo antes de rastrear mi lugar.
Encuentro mi asiento ideal al final de la clase: al lado de la ventana. Todos los pupitres están separados, así que no tengo a nadie pegado a mí. Intuyo que el mundo exterior será mi mejor aliado en esta etapa.
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Tres pisos separan nuestro amor
RomanceAmanda Brown es una chica de 16 años de un pequeño pueblo de Dakota del Sur. No es una chica como las demás, mientras todas se preocupan solo por gustar a los chicos ella tiene que soportar una dura situación familiar: sus dos hermanos y su madre al...