Todo en su vida

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Lizzy se despertó en el mismo cuarto de ayer, mirando al techo; tal y cual cómo había dormido la noche anterior en aquella habitación abrumada por drogas. No recordaba nada de lo sucedido, por suerte tenía en su velador, un reloj para recordarle la hora. Eran las una y media de la tarde, pero no le importaba, ya nada le importaba, en realidad.

-Lizzy... Cariño, levántate de la cama, ya has dormido lo suficiente.- Le decía su ex novio, actualmente esposo, Jesús. Pero ella no lo oía claramente, las voces le parecían ecos interminables de conversaciones sin sentido alguno.

Jesús volvió a la cocina, para prepararle el desayuno. Estaban acostumbrados a desayunar a esa hora o a las diez de la mañana, pero Lizzy se había quedado dormida, así que Jesús prefirió esperarla.

Lizzy McQueen había sido, durante dieciséis años, la hija ejemplar para cualquier familia del norte de California, tenía excelentes calificaciones, buenos modales, planes para el futuro. Pero muchas veces, todo cambia en un solo día, o noche. Un viernes cualquiera, Lizzy fue invitada a una fiesta de tercer grado en su preparatoria, se reunió con amigos; los de siempre. Marc, quien era un pequeño narcotraficante en su escuela secundaria, también asistió para vender su mercancía; Alice, la mejor amiga de Lizzy desde el primer grado, también fue invitada a aquella fiesta. Entre tanta gente, ella sólo saludaba tranquilamente, no molestaba a nadie. Allí conoció a su novio, quién sería su futuro esposo, Jesús Grassle. Se llevaron bien desde el principio, Lizzy era tranquila, y él bastante reservado, pero sociable. Eran el uno para el otro, comenzaron a salir inmediatamente, y ambos querían un poco más, un poco más de libertad y de espacio propio, por eso en cuanto tuvieron un trabajo, se fueron a vivir solos. Y se casaron. Los padres de Lizzy jamás aprobaron la relación; decían que Jesús era un drogo, y ella estaría perdida si se iba con él. Quizás Lizzy encontró esperanzas en esa alma perdida; quizás ambos estaban perdidos en un gran océano creado para encontrarse. Quizás estaban destinados a crear un camino por su propia cuenta en cualquier lado, quizás, quizás...

Lizzy se sentó en la fría y desastrosa cama. Su pelo aún conservaba brillo y suavidad, pero su rostro confesaba estar agotado, ¿agotado de qué?, quizás de la vida que llevaban, no era la mejor, pero era la vida que tenían. A veces las personas no escogen la vida que llevan, simplemente les toca vivir eso. Sea bueno o malo. Buscó en la mesita de noche algún rastro del polvo, suave y cristalino, su vitamina mañanera, pero nada. No la encontraba, quizás se la habían fumado anoche o quizás la dejó y no lo recordaba. Mientras Jesús preparaba huevos revueltos, Lizzy se levantó al baño, para asearse. Debía de ir a una cita con una amiga, Mary Jane, la vendedora y dueña de la tienda de discos "Sound", quién le daba discos a Jesús, ya que trabajaba en una estación de radio local (el nombre no importa). Por eso necesitaba la droga para escribir y mantenerse despierto, aunque muy pocas veces abusaban de la sustancia del diablo. Lizzy también trabajaba en escritura, era periodista de rock en una revista local, debía criticar y entregar informes, para que salieran a la venta, debían de ser buenos. Muy buenos.

Cuando Jesús estaba colocando las últimas cosas para desayunar. Oyó un desplome en el baño, era Lizzy. "Se habrá cortado" pensó, pero no había rastros de sangres. Estaba tan débil, que hasta la más mínima brisa le afectaría. La cargó hasta una silla en la cocina, y marcó a una ambulancia.

Lizzy solía cortarse desde los dieciséis años, le parecía extraordinario, cómo una herida en el brazo o en cualquier otro lado, podía estimular un dolor físico para ignorar un dolor emocional. Había prometido dejar de hacerlo, ya que ponía en riesgo su salud, con el tacto de las drogas, era más peligroso. Jesús le había enseñado a inyectarse en los hombros para esconder la evidencia frente a sus padres, ya que no se escondían nada el uno al otro. Por eso le pareció extraño el no ver pinchadas o sangre en sus brazos, aquellos brazos tan delicados, que alguna vez probaron el beso de una aguja, para calmarse, para sentir placer. Aquellos brazos de cisne, de bailarina de ballet.

Rosas y EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora