No lo he soportado más. No sólo no entendía que lo que estaba haciendo sólo la estaba perjudicando más, y más, si no que, encima, cual témpano clavándose en el suelo, lanzó una serie de frases que igualmente atravesaron mi corazón y mi mente. Pese a explicarle el problema, no hizo más que, rotundamente, pasar de él sólo para hablar del tema de su interés: Mi irregular estado de amistad por ella. Estúpido, ¿no? Explicar que tu padre ha estado ingresado en el hospital y que, sin preguntar si quiera <<¿Cómo está?>> o <<¿Qué le ha pasado?>>, directamente me diga que por qué no había quedado con ella, y eso, fue el desencadenante. Harto de todos sus ataques, de todas y cada una de sus patrañas y engaños, de todos sus intereses personales.
Harto de todas sus promesas que, lleno de ilusión, me creí. Harto de sus palabras, llenas pero falsas, de sus humores, de sus penurias, de sus problemas. Todo, absolutamente todo, me irritó. Y cual volcán, me encendí y eché todos y cada uno de mis argumentos contra ella. Todo lo que pensaba con su nueva relación de amistad, como la cambia, como la aleja y como, poco a poco, deja de ser ella misma. Se adapta a su nueva amistad, sin importarle que eso genere un campo negativo en ella. Y ahora, ambas son como una gota de petróleo y una de agua. El petróleo, más denso, ha tragado al agua y la ha convertido en su semejante, tan solo habiendo sacrificado algo de su densidad.
Respondió afectada, ante el dolor que causaron mis palabras, pero no cedí. Ella, sin darse cuenta, me había dejado lleno de cicatrices que no sanaban pese al tiempo. Pequeños resquicios que terminaron formando un boquete. Salió con su típica victimización de "Yo no me esperaba esto", "Nada sale como quiero", "Me duele lo que dices", y un largo etcétera, de argumentos que una y otra vez había usado cuando algo no estaba a su semejanza. Pero ya lo he dicho. Ni cedí al principio, ni cedí entonces.
Continué hablando con ella de forma airada, totalmente frustrado por la mezcla entre mis sentimientos y mi malestar físico, sin pausa y con estocadas poderosas, como la de un profesional de la esgrima. Ahora que había empezado, no podía simplemente detenerme, y dejar todo olvidado. Debía dejar todo solucionado y aclarado, ya fuera para bien o para mal.
[...]
Después de una charla profunda y montada en su desesperación y en mi cólera, cada vez menor, decidimos quedar al día siguiente, y empezó el verdadero trabajo. Abrí el armario, y saqué de él el portafolios de plástico donde guardo todos y cada uno de mis análisis objetivos a aquella gente que considero de "conocida" en adelante. Busqué su nombre y saqué la hoja. Ahí estaban: Todos los aspectos negativos, neutrales y positivos, escritos en ese orden. Sin duda, la hoja más escrita de todas; supongo que es por la larga amistad que nos une. Una amistad que se podía cortar cual hoja de bonsái.
Cogí las tijeras y recorté los puntos positivos, y, doblando la hoja hasta dejar un espacio aceptable, escribí su nombre en mi idioma favorito, y después, en rúnico, "Lo otro tendrás que traducirlo, pero tendrás que entender esta parte. Creo que debes tener y guardar todo esto para aprender", seguido de mi firma. Después, usando un trozo pequeño sobrante del recorte, escribí, también en rúnico: "Cuando leas esto, escríbeme la palabra VALOR, y te daré la última hoja. Metí el pequeño recorte dentro del papel, y, después de doblarlo de nuevo, cogí la grapadora y lo grapé.
Finalmente, y supongo que a la vez de manera inútil, abrí el segundo cajón de mi mesita de noche, y, metiendo la mano hasta el fondo, cogí el papel. Un papel que me recordaba la agonía y la desesperación que sentí tiempo atrás: Mi nota de suicidio de hace 4 años. Después de leerla, copié en el espacio sobrante, como pude, todos los puntos positivos , y volví a guardar la hoja.
[16/07/2016 \\ 02:29]