Save Me/Larry Stylinson

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Prólogo

En un mundo donde las reglas estaban aseguradas mediante el destierro, la desposesión de los privilegios naturales de aquellas criaturas, o la congelación de las almas, pocos se atrevían a desafiar a sus superiores.

Mediante un sistema que no se alejaba mucho de la acaparada en el cerebro humano, los habitantes de cada planeta vivían armoniosamente en sus respectivas cúpulas individuales. Los gobernantes, la máxima autoridad era muy considerada, pero también muy severa una vez se incumplían los reglamentos que, votados unánimemente tanto por los grandes cargos como por el pueblo, estaban establecidos.

Por un lado, el Planeta de la Luz, habitado por maravillosas criaturas con forma humana, a quienes les acompañaban alas largas y amplias, llenas de plumas blancas que desprendían una luz despampanante en cada vuelo. Poseían almas equipadas con poderes para realizar el bien, acompañados de una fuerza extraordinaria que sólo se alimentaba mediante las buenas acciones. Una vez eras desposeído de tu alma, dejabas de existir para todos. En caso de infracción, te desposeían de tu gracia y te mandaban allí donde el bien cada día existía menos: la Tierra. Así, reinaba la paz, la diversión, quedando a un lado el lado oscuro universal. Todos temían ir a la Tierra, pues los maestros, los más sabios, y aquellos que habían tenido el privilegio o la desgracia de haber recibido una misión especial en aquel planeta tan desconcertante para todos los habitantes del Planeta de la Luz, habían difundido historias y anécdotas sobre aquellos seres, logrando concienciar a todos los ángeles, logrando asustarlos.

Por otro lado, el Planeta de la Oscuridad, gobernado indisciplinadamente por seres oscuros cuya ira, frustración y envidia cegaba sus ojos rojos, impidiéndoles ver más allá de su ego y orgullo. No existía la paz general, pues la justicia era tomada por cada mano, de forma individual e injusta. Además, aquel concepto tan ridículo no entraba en esas mentes tan perturbadoras. No era algo concebible para los demonios, los habitantes de aquel planeta. Todos poseían almas, al igual que los ángeles, pero eran almas negras, destruidas, destrozadas por el odio. Eran almas llenas de poderes oscuros capaces de destruir la fuerza más imponente del universo. A consecuencia de otra coincidencia, también poseían alas, largas y poderosas, que desprendían pequeñas llamas de fuego en cada vuelo, adornadas con un color rojo como la sangre en cada pluma, algo quemadas en las puntas.

Ambos planetas, demasiado distintos, habían llegado a un pacto inquebrantable, impidiendo el contacto directo entre ambas poblaciones, para evitar así el contacto entre unos seres con los otros. Eran polos demasiado opuestos, y un acuerdo entre ambos pueblos había sido imposible de realizar. La misma historia de aquellos dos planetas lo había dejado perpetuo. Mediante desastrosas guerras, dejando demasiadas pérdidas de por medio, confirmaron la imposibilidad de lograr establecer la paz y armonía entre ambos. Lo habían dado por imposible, limitándose a un pacto que, en los últimos siglos, había dejado a ambos planetas completamente alejados el uno del otro.

No obstante, aquella paz de siglos no duraría durante mucho más tiempo. Un amor más que poderoso lograría derrumbar todas aquellas barreras que podrían crearse. Lograría corromper a la más honesta de las almas, pulverizar y armonizar a la más oscura de ellas, logrando cambiar la perspectiva de ambos planetas. Las guerras no durarían en aparecer, las pérdidas serían considerables, pero aquel amor sería demasiado grande como para ocultarlo.

El hijo predilecto del Rey del Planeta de la Luz, y el descendiente más lejano del gobernador del Planeta de la Oscuridad cambiarían el rumbo de aquel universo para siempre, fundiéndose en uno solo, alcanzando metas inconcebibles en las mentes de todas las creaturas vivientes que fueron pendientes de aquella historia.


Un amor invencible, un amor incomprendido, un amor capaz de cualquier cosa, incluso a cosas que se escapan de los sentidos comunes y los que no son comunes, un amor de salvación, un amor verdadero. 

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