Aleksi
El estrés y la ansiedad casi me desquiciaron después de ver ese maldito vídeo de Bella golpeada y suplicando que no la abandonara. La sensación de confusión me sofocó. Algo despertó en mí saber que ella se entregó porque creía con convicción que yo la rescataría. Confiaba en mí. No podía fallarle.
No me abandones. Tú no, por favor.
Sus palabras frágiles se reprodujeron en mi cabeza como un disco rayado. Mordí mis nudillos mientras mi furia emanaba de nuevo con más fuerza. Yo era un maldito huracán a punto de destruir todo a su paso. No me contendría. Mataría por ella. Aleksander lamentaría haberle puesto las manos encima. Quería torturarlo. Quería verlo sangrar. Quería que le doliera más que a Bella. Quería que agonizara. Me aseguraría de que fuera jodidamente doloroso.
Se necesitaba de una enorme cantidad de control y racionalidad en un momento así. Mis venas estaban a punto de reventar, pero de algún modo logré tranquilizarme y me concentré en lo importante. Las hélices del helicóptero giraban mientras cargaba mi metralleta. Igor me ofreció una tregua a cambio de que le perdonara la vida y la de su puta. Me prometió que sus hombres no dispararían cuando llegáramos a nuestro destino y se disculpó por la estupidez que cometió su hijo. Gracioso. Un traidor era un traidor. Yo no creía en las segundas oportunidades. Su maldito descuido había arriesgado mi imperio. No lo dejaría pasar.
―Hay diez hombres en total―gritó Viktor y se ajustó los auriculares―. Parecen estar alerta.
Miré el paisaje verdoso desde las alturas. El helicóptero se acercaba en una zona aislada rodeada de campos. A la distancia, había una finca a punto de desmoronarse. Mi mandíbula se apretó. La trajeron en un lugar difícil de localizar. Era afortunada por tener el chip. Nunca se lo sacaría después de esto.
―Quiero muertos a todos―dije.
Viktor asintió.
―Sí, señor.
La aplicación de seguimiento mostraba a Bella en el mismo lugar. Esperaba no haber llegado tarde. Casi tres horas de su desaparición era extremo. Maldición. Primero tuve que asegurarme de tener a Igor dónde quería. Fue su desesperación que lo obligó a ceder. Su pequeña y embarazada novia estaba a mi merced con uno de mis hombres en su departamento. También envié un vídeo de ella recibiendo un golpe en la cara. Me gustaba aplicar los mismos métodos. Ojo por ojo.
―Señor Kozlov, estamos a punto de descender―informó el piloto.
Viktor se ubicó a mi lado cerca de la puerta abierta con su rifle apuntando a los objetivos. Las balas empezaron a repiquetear en el armazón metálico y las hélices se sacudieron. Me quité los auriculares y me preparé para atacar. Diez hombres no nos derribarían. Observé desde la mirilla con cuidado, apenas inmutándome por los disparos. Entrecerré los ojos y disparé. Dos caídos.
El helicóptero se inclinó de costado, un poco más cerca del suelo. Los hombres de Igor trataron de derribar la cola y destrozar las hélices. La balacera que lanzábamos desde arriba los obligó a esconderse detrás de arbustos y entrar en la casa.
―¡No quiero que nadie mate a la escoria Solovióv! ―advertí―. ¡Es mío!
El helicóptero aterrizó abruptamente y ni siquiera esperé a que se estabilizara para saltar al pasto. El amanecer se asomaba detrás de las montañas. No era consciente del tiempo. Solo quería llegar a ella lo antes posible. Viktor me cubrió las espaldas matando a varios hombres de Igor. ¿No se suponía que no lucharían contra nosotros? Tal vez cambió de opinión y se dio cuenta de que no se negociaba con los monstruos. Yo no era conocido por ser tolerante y pacífico.

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Cautivos [En Librerías]
General FictionEsto no es un cuento de hadas. Es una pesadilla. Obra registrada. Prohibida su copia o adaptación. Código de Registro: 1709303636679