Capítulo 1: Resurreción

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Recobré la consciencia muy lentamente, abotargado por el frío, con los miembros dormidos. Poco a poco mi mente fue abriéndose paso entre la bruma de mis ojos, como arrastrada por una afilada garra desde el lado de los vivos, para traerme de vuelta a un mundo de dolor inenarrable.

—Gghh... ¡gh! —comencé a gemir al sentirme abierto por la cintura. Los brazos me pesaban, la cabeza me pitaba, el frío constreñía mi cuerpo—. Ghaa... —traté de moverme, pero las piernas apenas me respondían. También me dolía la espalda. El hielo ardía—. ¿Ah...?

Conseguí abrir los ojos al tocarme el abdomen con dedos temblorosos, y lo hice aterrado: podía sentir mi carne abierta con las yemas, las tripas blandas y heladas de dentro. Aquello era mi interior, mi estómago abierto. Sentí ganas de vomitar, pero solo pude toser sangre y atragantarme con ella, ahogando lágrimas de horror, de dolor. Era tan intenso que ojala me desmayara o me muriera de nuevo, eso llegué a pensar, pero no con palabras, porque eran difíciles de articular con la garganta reseca y los pulmones ardiendo. Mi aliento era tan frío que me dañaba al respirar.

—So... co... rro...

El gemido, proveniente de mi derecha, consiguió arrancarme un momento de mi intensa tortura para mirar a alguien que, con el torso medio congelado, lloraba implorando ayuda. Era uno de aquellos brujos, los que oraban a la Luna para que mantuvieran a Whitehowl atrapado. Reconocerle me permitió recordar toda la línea de sucesos: el laberinto, los demonios, la puerta, Vassilis llegando al templo, yo escondiéndome tras la estatua, el ritual, las niñas colándose dentro, Tamara corriendo hacia su madre y luego...

<Grrr> Un gruñido sonó enfrente mía y me aterró hasta los huesos. Levanté la cabeza con esfuerzo sobrehumano para mirar a la entrada de la sala. Estaba en el laberinto, y no había luz, pero yo veía con claridad perfecta: por el pasillo llegaba un niño, de unos 11 años y cabello blanco revuelto, andando desnudo a cuatro patas con algo entre los afilados dientes: una pierna, una pierna humana. El niño, cuyos enormes ojos dorados brillaban en la oscuridad atravesados por pupilas verticales, llevó el ensangrentado miembro junto al cadáver despedazo de otro de los brujos, a mi izquierda.

Fue entonces cuando reparé, no éramos solo dos en aquella sala del laberinto: lo menos éramos 9 los que murimos. Sus restos, comenzando a recuperar la vida gracias al poder de aquel niño demoníaco, se amontonaban despedazados, congelados y aplastados por doquier mientras comenzaban a gruñir por la agonía de regresar de entre los muertos. En mi caso, la cintura había sido seccionada por una inmensa dentellada, y apenas conseguía cerrar la herida, pero la carne ya crecía bajo mis costillas, cubriendo mis entrañas con músculo nuevo y pálida piel.

Whitehowl dejó el pedazo de carne junto a su viejo propietario y volvió el rostro hacia mí. Mis ojos se cruzaron con los suyos un instante. Al siguiente, y con un veloz trote, se abalanzó sobre mí y abrió sus inmensas fauces ante mis ojos. Los dientes eran más grandes y afilados de lo lógico, y la boca casi se le desencajaba, replegando los negros labios hasta las mismas orejas. Su aliento era puro frío, y su piel blanca como la nieve, al igual que su pelo. Aparté la cara de aquella aterradora visión y lloré, temblando como un niño. Aquella cosa me había matado, me partió por la mitad, y ahora seguía aterrorizándome. ¿De verdad había vuelto a la vida? ¿No estaba en el infierno?

—No lo estás... —gruñó con voz grave, respirando junto a mi mejilla, como si pudiera oír mis pensamientos—, eres mi perro ahora, humano miserable. Mío. Mi mascota, mi juguete. ¿Te ha quedado claro? —asentí lentamente—. Deberías darme las gracias, pedazo de carne —ladró en mi oreja—. Cadáver, chucho. Fiambre. ¿O debo devorarte de nuevo para que me muestres respeto? —negué con la cabeza arrugando los labios—. Más te vale que lo recuerdes bien: yo soy tu amo, perro. La manada no se somete, no perdona y no se abandona —tras lo cual bajó el volumen, apoyó la frente en mi mejilla y frotó la melena contra mi sien para lamerme después la oreja. Su saliva era tan fría y repugnante que me provocó un espasmo y quise apartarlo de mí, pero no me atreví—. Si eres capaz de entenderlo, tú y yo seremos casi como hermanos. Después de todo —añadió alzándose y dándome de lado—, es gracias a ti y a esas niñas que soy al fin libre...

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⏰ Última actualización: Jul 27, 2014 ⏰

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