Capítulo uno.,

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S OÑAR ES PERJUDICIAL PARA LA SALUD Y LA CORDURA (INCLUSO LAS DE LOS DEMÁS), AUNQUE PAREZCA CRUEL, HAY QUE RENUNCIAR A LOS SUEÑOS S i obedece este consejo, el caminante respira aliviado, pues descubre que acaba de coronar una empinada cumbre. Más allá, la senda se desliza en un declive que apenas exige esfuerzo a las piernas, el corazón o la mente. Pero el descanso que ofrece esta nueva forma de viajar acarrea una contrapartida: por largo y sinuoso que sea el camino, el final del trayecto está ya a la vista.









Nada hay que oculte la desnuda pared que nos aguarda. Pues tal es la virtud de los sueños: que apartan nuestra mirada del huesudo rostro de la muerte. Pero si el caminante es demasiado joven, le será imposible renunciar a sus sueños aunque el mundo se empeñe en robárselos. Por eso, muchas noches, Derguín Gorión, estafado por la vida a sus diecinueve años, aguardaba a que el silencio se adueñara de la casa. Entonces abandonaba el calor del lecho, cruzaba de puntillas las losas del corredor y se deslizaba en la que sea
que sea el camino, el final del trayecto está ya a la vista. Nada hay que oculte la desnuda pared que nos aguarda. Pues tal es la virtud de los sueños: que apartan nuestra mirada del huesudo rostro de la muerte.






Pero si el caminante es demasiado joven, le será imposible renunciar a sus sueños aunque el mundo se empeñe en robárselos. Por eso, muchas noches, Derguín Gorión, estafado por la vida a sus diecinueve años, aguardaba a que el silencio se adueñara de la casa. Entonces abandonaba el calor del lecho, cruzaba de puntillas las losas del corredor y se deslizaba en la sala de varones. Sus manos palpaban a oscuras el armero familiar, buscaban la empuñadura de la espada y tiraban de ella con cuidado para extraerla de la panoplia. Cuando sentía el peso del acero en la mano, Derguín tenía la ilusión de que recobraba una mano perdida. Con los dientes apretados, tiraba de la puerta hacia arriba para que sus goznes no chirriaran, la empujaba con el hombro y salía al patio trasero. No le importaba pisar descalzo la tierra batida aunque escarchara. Allí dejaba caer la túnica de lino y se quedaba desnudo bajo el firmamento: solos él y su espada, la luz de las lunas y el blanco Cinturón de Zenort.

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⏰ Última actualización: Jul 20, 2016 ⏰

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