Avanzaba a paso apresurado en medio de la noche, sintiendo su cuerpo y mente cansados. Casi arrastraba sus pies en medio de esa carretera vacía, esquivando las piedras que sobresalían de la superficie de tierra que los automóviles evitaban a toda cosa por miedo de destrozar los amortiguadores. En medio de un barrio bajo si nada para destacar, esa calle de tierra era el camino más corto y directo a su hogar. Estaba muy cansado por la jornada laboral de hoy... mucho más larga de lo habitual. Por culpa de un capricho del jefe, él se quedó trabajando horas extra.
Doblando la esquina se encontraba su tan preciada casa. Ya no podía esperar por entrar y tumbarse en la cama para descansar. Ni siquiera tenía planeado cenar ya que solo deseaba dormir lo más posible antes de que el trabajo del día siguiente tocara a su puerta, como un visitante indeseado que tendría que tolerar en contra de su propia voluntad.
Al ser un joven soltero, en su modesta casa solo lo esperaba su mejor amigo: un viejo perro; un pastor alemán completamente negro. Aunque el fiel animal ya no tenía las energías de siempre, cada vez que veía a su preciado amo llegar, se acercaba moviendo la cola para darle la bienvenida. Su dueño era bastante considerado con su mascota y en este último año lo dejaba dormir en el interior de la casa junto con él. El invierno era crudo como pocos y le preocupaba la salud de su viejo perro si lo dejaba dormir a la intemperie. Por ende, ya era una costumbre abrirle la puerta de la casa todas las noches para permitirle un descanso más cálido y reconfortante. Podría decirse incluso que ya lo hacía por simple inercia.
Sin pensar demasiado, el cansado trabajador metió la llave en la cerradura y entró a la casa con prisa, evitando dejar la puerta abierta mucho tiempo para que el helado viento no entrase. Apenas encendiendo la luz del comedor, se dirigió a su cuarto sin más. Luego de quitarse los zapatos y el abrigo, quedando solo en su ropa interior, se escabulló entre las gruesas frazadas las cuales estaban tan frías que parecían cortar su piel. Luego de unos cuantos minutos logró entrar en calor y pudo eliminar todas las tensiones de su cuerpo. Antes de darse cuenta cayó preso del sueño.
Quién sabe cuanto tiempo pasó desde que cerró los ojos. La noche presentaba una quietud impresionante, dejando oír el susurro de los grillos... pero ante tal quietud, un ruido solido lo despertó. Algo exaltado, el joven abrió sus ojos y observó, sin moverse de su cama, hacia la puerta entreabierta de su cuarto. Luego de despejar un poco su mente y eliminar la confusión que el sueño le provocaba, logró identificar ese sonido como una silla tumbándose. Dibujando una leve sonrisa se dio cuenta que el culpable había sido su preciada mascota. Los años habían deteriorado los sentidos del pobre animal y con frecuencia solía chocarse las cosas. No sería la primera vez que su perro tumbase una silla por andar deambulando en busca de algún resto de comida. Al llegar a esa conclusión, cerró sus ojos una vez más. Podía escuchar de manera esporádica el sonido de las largas uñas del animal rosando el suelo cuando caminaba. Ese sonido agudo era tan familiar que para él sonaba como una canción de cuna. En un barrio peligroso como ese, tener a un guardián en el comedor le daba un sentimiento de seguridad en su pecho que le permitía descansar más tranquilo.
No era de extrañar que un sueño interrumpido por un sonido así de alterador costaría en regresar, por lo que el joven se removió en sus cobijas para buscar nuevamente una posición cómoda. Mirando hacia el lado del comedor, de vez en cuando abría sus ojos y observaba la luz que se filtraba por la puerta entreabierta de su cuarto. A los pocos segundos escuchó como los pasos de su perro se acercaban, divisó su sombra detrás de la puerta y con algo de picardía infantil cerró sus ojos para hacerse el dormido. Tal y como lo previó, su perro empujó lentamente la puerta y entró a su dormitorio. Con una sonrisa inocente, el joven se mantuvo sereno como si estuviese hundido en un sueño profundo, escuchando con atención los pasos de su mascota y el sonido de su hocico olfateando todo a su alrededor. No tardó demasiado en sentir que el perro se acercaba a el, olfateando su rostro como si quisiera llamar su atención. Al no dar ningún tipo de respuesta, el joven sintió aquella cálida lengua lamiendo su cara. Conteniendo las ganas de reírse, se mantuvo con los ojos cerrados hasta que el animal abandonó el cuarto, dejándolo tranquilo. Tras observar una vez más la puerta de su cuarto, la cual ahora estaba más abierta que antes, suspiró y decidió finalmente dormir.
La luz de la mañana se filtró por las cortinas blancas de la ventana al día siguiente, dándole de lleno en la cara. Tallando sus ojos y moviéndose con pesadez, el joven se desperezó y se quedó mirando al techo. El reloj colgado en la pared marcaba las 9:28 A.M. indicando que había dormido más de lo habitual. Sintiéndose relajado por el sonido de los pájaros revoloteando, se quedó en silencio para disfrutar de la paz que aquella mañana le ofrecía... sin embargo escuchó algo que le heló la sangre. Sintiendo su cuerpo temblar, incapaz siquiera de moverse, victima del miedo absoluto, su mente retrocedió en el tiempo recordando lo que había hecho la noche anterior antes de acostarse a dormir. Gracias al cansancio acumulado no lo notó en su momento, pero aquellos ladridos provenientes del patio trasero le recordaron que la noche anterior había olvidado a su perro afuera.
ESTÁS LEYENDO
Mi mejor amigo
Short StoryÉsta historia consta de un solo capítulo. Una historia corta que relata lo sucedido una noche normal y corriente en la vida de un trabajador solitario, cuya única compañía es la de su fiel mascota.