Ella era luz. Iluminaba los días de todos los que le rodeaban, pero Ella no se daba cuenta. Igual que luz era fuego, un fuego que ardía en su interior, un fuego revolucionario, un fuego independiente, un fuego que nunca nadie jamás había contemplado en su plenitud. Ella era reservaba, tímida, no solía abrirse a los demás. Ella se sentía como un precipicio al que hay que tirarse para llegar a ese fuego, a esa luz. Un precipicio, quizás, difícil de encontrar, pero con Él era distinto.
Le había conocido en el metro, mientras leía un libro que le habían recomendado y que Él ya había leído. Después de aquél primer encuentro habían seguido hablando en el metro. Ella se había empapado de Él, disfrutaba cada segundo que pasaba junto a él. Cada charla, cada palabra que salía de Él suponía una fresca gota de agua para el desierto en el que ella se encontraba. Y eso Ella lo agradecía. Pero Ella dudaba. Ella no creía que Él pudiera nunca asomarse a su precipicio, Ella no le veía interesado, así que decidió que las cosas fluyeran.
Mientras hablaban por las mañanas en el metro Él le sonreía y Ella se sonrojaba, mientras atesoraba cada minuto que pasaba con Él y lo envolvía en paños de seda para que jamás se perdieran en el olvido. De vez en cuando, Ella se atrevía a recordar y desenvolvía uno de esos segundos para que este soplara levemente sobre su rostro, como una brisa fresca.
Ahora los dos estaban en el cine, viendo esa película que tanto tiempo llevaban esperando ver estrenada, el uno sentado junto al otro. Ella miraba fijamente a la pantalla por no perderse en el rostro de Él, por no entrar en un mar cuyas olas murmuran "¿Y si...?" mientras rompían en el océano de las posibilidades. Ella se había sumergido en ese mar cada vez que hablaba con él, cada vez que le miraba a los ojos y él le sonreía. Y había nadado en sus aguas. Había nadado hasta extenuarse, hasta hundirse en ellas y hasta prácticamente ahogarse. La última vez que se había sumergido, un gran ola le golpeó fuertemente mientras gritaba "¿Y si...?", fue arrastrada metros bajo el nivel del mar y poco le faltó para quedarse sin aire antes de salir a la superficie. Allí abajo, en el fondo del océano de las posibilidades Ella había visto un enorme círculo rojo. "Pulsa aquí" rezaba el cartel. Había tenido que decidir entre morir en el intento o pulsar el botón por curiosidad y, aguantando el poco aire que le quedaba, salió a la superficie.
Cuando acabó la película ambos salieron entusiasmados. Él comentó los puntos débiles de la misma, Ella agradeció a los guionistas que no estropearan una buena ambientación, pero a ambos les gustó el resultado final.
—¿Quieres cenar algo? —preguntó Él envuelto en entusiasmo.
—Por supuesto —respondió ella mientras se preguntaba "¿Se atreverá a saltar ahora?".
Se sentaron en la mesa de un restaurante de elección de Él, ya que el cine estaba en su barrio. Ambos pidieron y comieron y hablaron y rieron. Ella se perdió de nuevo en el océano del chico, intentando llegar hasta el botón, pero no estando dispuesta a arriesgar su vida volvió a la orilla desde donde contempló a las olas murmurar "¿Y si...?", mientras arrastraban conchas, arena y algas. Y en medio de aquél barullo, la silueta del botón rojo se perdía entre la espuma, pero Ella aún lo veía. Estaba allí, a varios metros bajo el agua. Pero hacía frío, y estaba mojada y extenuada por los esfuerzos de llegar hasta aquél botón.
—¿Y si no estás haciendo suficiente? —murmuró una ola que acarició los pies de Ella.
—¡Estoy haciendo suficiente! ¡No puedo llegar! —gritó ella.
Llegaron los postres. Después de una cena deliciosa. El camarero se acercó y preguntó amablemente:
—¿Qué desean los novios?
—No es mi novia —dijo Él.
Ella sintió como la ola le golpeaba la cara y le arrastraba mar adentro desde donde se veía el botón rojo cada vez más pequeño, cada vez más lejano e imposible de alcanzar. Ella luchaba contra la corriente con desesperación, pero éste le arrastraba cada vez con más fuerza hacia el océano profundo donde cada vez las olas murmuraban más fuerte:
—¿Y si no estás haciendo suficiente?
—¿Y si eso no basta?
—¿Y si esa no es la manera?
—Yo un helado de chocolate, por favor —dijo Ella al camarero.
—De vainilla —pidió también Él.
Al día siguiente volvieron a encontrarse en el metro. Ella iba de rojo y Él iba de azul. Ambos hablaron como habían hecho cada mañana y como habían hecho la noche anterior durante la cena. Hablaron y rieron. Ella le miró a los ojos. Sus pies desnudos pisaban la fría arena, humedecida por las olas del océano. La playa estaba llena de carteles que rezaban "Púlsalo". Ella lloró. No se atrevía a pulsarlo. No quería morir ahogada en el mar. Se sentía impotente. Mirara a donde mirara Ella solo veía el vasto océano abrirse ante ella, encerrada en una pequeña isla en la que se sentía segura, donde el agua solo rozaba sus pies descalzos y donde el murmullo de las olas era casi inaudible. Segura, pero impotente.
Por un momento, el tiempo comenzó a pasar lento por Ella. Veía al otro hablar muy lentamente, y los segundos eran más fácil de atesorar. No era la primera vez que le pasaba. Sucedía siempre que Ella estaba a punto de llegar a su estación. Significaba que no volvería a verle hasta el día siguiente. Significaba que estos últimos segundos debía de aprovecharlos. Era su última oportunidad de nadar hacia el botón.
Se zambulló en las aguas, que comenzaron a alborotarse, llenando su cabeza de "¿Y si...?" y aturdiéndola. Ella veía a lo lejos el botón rojo que tanto anhelaba. Comenzaba a sentirse poderosa. Sus brazadas se llenaron de fuerza y sus patadas le hacían avanzar metros. Ya casi estaba.
Un fuerte dolor le recorrió entonces el cuerpo. Sus piernas dejaron de responder y sus brazos corrieron en auxilio de una garganta seca a la que los pulmones le habían comunicado el más trágico de los finales. "Aún no" quiso gritar mientras sus piernas nadaban hacia la superficie, alejándose del botón que permanecía inmóvil en el fondo, esperando a alguien, quizás a ella. Cuando llegó a la superficie las olas dejaron de murmurar dando paso al más denso de los silencios, un silencio que fue roto por el llanto de Ella, un llanto de impotencia, de culpabilidad, de rabia. Un llanto que se perdió con el murmullo que volvieron a iniciar las olas.