El Abuelo

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El abuelo parecía un poco disgustado por la visita de sus nietos, sobre todo porque su estancia significa quitarle el título de anfitrión en las extrañas reuniones que se llevaban a cabo en su sótano. De esas juntas solo se sabía que existían, pero nadie ajeno a los asistentes podía decir de qué se trataban, aunque la mayoría de la gente suponía que eran cosas de viejos.

A parte de no poder realizar sus asambleas, el anciano tampoco podía asistir a ellas al estar atendiendo a sus nietos, los días le parecían eternos esperando a que sus padres volvieran por ellos, sin embargo, para su mala suerte, el viaje que ellos hacían tardó más de lo esperado y un día tuvo que mentir. Dijo que los niños no estaban más con él, entonces sus colegas volvieron a planear su reunión en el habitual sótano.

Mientras los ancianos hacían lo acostumbrado lejos de la vista de la gente, los chicos se encargaron de espiarlos, pero encontraron sus prácticas demasiado aburridas, pues llevaban todos los hombres pésimos disfraces, con capas negras y bailaban alrededor de unas velas, al mismo tiempo que recitaban palabras difíciles de entender guiados por unos discos de acetatos.

Cuando todos se marcharon, los niños entraron en aquella habitación para burlarse de lo que habían visto, parodiando el baile de los viejos, y encendiendo el extraño aparato que tocaba los discos. Al cabo de unos minutos, la habitación se llenó de humo y un olor extraño hizo toser a los niños.

El abuelo apenas regresaba después de haber acompañado a sus visitantes hasta la puerta, y de inmediato cayó al suelo en una especie de reverencia. Quería con todas sus fuerzas levantar la mirada para comprobar que su visión era cierta y que el señor de las tinieblas, el mismo Diablo se encontraba sentado en una silla preparada para él.

Después de 20 años, el Demonio atendió a sus invocaciones, eso era lo que él creía, pero al ente oscuro no le interesaban aquellos viejos, estaba ahí, por el olor a niño, almas frescas e inocentes que ya se estaba saboreando.

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