Acto 1

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ESCENA I

DON DIEGO, SIMÓN.

Sale DON DIEGO de su cuarto, SIMÓN, que está sentado en una silla, se levanta.

DON DIEGO: ¿No han venido todavía?

SIMÓN: No, señor.

DON DIEGO: Despacio lo han tomado, por cierto.

SIMÓN: Como su tía la quiere tanto, según parece, y no la ha visto desde que la llevaron a Guadalajara...

DON DIEGO: Sí. Yo no digo que no la viese; pero con media hora de visita y cuatro lágrimas estaba concluido.

SIMÓN: Ello también ha sido extraña determinación la de estarse usted dos días enteros sin salir de la posada. Cansa el leer, cansa el dormir... Y, sobre todo, cansa la mugre del cuarto, las sillas desvencijadas, las estampas del hijo pródigo, el ruido de campanillas y cascabeles, y la conversación ronca de carromateros y patanes, que no permiten un instante de quietud.

DON DIEGO: Ha sido conveniente el hacerlo así. Aquí me conocen todos: el Corregidor, el señor Abad, el Visitador, el Rector de Málaga... ¡Qué sé yo! Todos. Y ha sido preciso estarme quieto y no exponerme a que me hallasen por ahí.

SIMÓN: Yo no alcanzo la causa de tanto retiro. Pues ¿hay más en esto que haber acompañado usted a Doña Irene hasta Guadalajara para sacar del convento a la niña y volvernos con ellas a Madrid?

DON DIEGO: Sí, hombre; algo más hay de lo que has visto.

SIMÓN: Adelante.

DON DIEGO: Algo, algo... Ello tú al cabo lo has de saber, y no puede tar darse mucho... Mira, Simón, por Dios te encargo que no lo digas... Tú eres hombre de bien, y me has servido muchos años con fidelidad... Ya ves que hemos sacado a esa niña del convento y nos la llevamos a Madrid.

SIMÓN: Sí, señor.

DON DIEGO: Pues bien... Pero te vuelvo a encargar que a nadie lo descubras.

SIMÓN: Bien está, señor. Jamás he gustado de chismes.

DON DIEGO: Ya lo sé. Por eso quiero fiarme de ti. Yo, la verdad, nunca había visto a la tal Doña Paquita. Pero, mediante la amistad con su madre, he tenido frecuentes noticias de ella; he leído muchas de las cartas que escribía; he visto algunas de su tía la monja, con quien ha vivido en Guadalajara; en suma, he tenido cuantos informes pudiera desear acerca de sus inclinaciones y su conducta. Ya he logrado verla; he procurado observarla en estos pocos días y, a decir verdad, cuantos elogios hicieron de ella me parecen escasos.

SIMÓN: Sí, por cierto... Es muy linda y...

DON DIEGO: Es muy linda, muy graciosa, muy humilde... Y, sobre todo, ¡aquel candor, aquella inocencia! Vamos, es de lo que no se encuentra por ahí... Y talento... Sí señor, mucho talento... Conque, para acabar de informarte, lo que yo he pensado es...

SIMÓN: No hay que decírmelo.

DON DIEGO: ¿No? ¿Por qué?

SIMÓN: Porque ya lo adivino. Y me parece excelente idea.

DON DIEGO: ¿Qué dices?

SIMÓN: Excelente.

DON DIEGO: ¿Conque al instante has conocido?...

SIMÓN: ¿Pues no es claro?... ¡Vaya!... Dígole a usted que me parece muy buena boda. Buena, buena.

DON DIEGO: Sí señor... Ya lo he mirado bien y lo tengo por cosa muy acertada.

SIMÓN: Seguro que sí.

DON DIEGO: Pero quiero absolutamente que no se sepa hasta que esté

hecho.

El sí de las niñas - Leandro FernandezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora