Lazo Musical Eterno

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Aquel cálido verano de 2005, nieta y abuelo disfrutaban, por primera vez juntos, de una melódica balada que sonaba por los desgastados parlantes de un viejo tocadiscos. Si bien la pequeña no lograba comprender como es que tan bello sonido provenía de esa caja maltrecha y oxidada, noto como los bellos de sus brazos se erizaban y el corazón con fuerza le palpitaba.

Aquellos ojos cansados, cargados de dulzura y orgullo, la observaban mover sus pequeños y regordetes dedos a la par del apasionado Richard Clayderman, con la increíble balada para aquella afortunada Adelina. La pequeña sonreía al sentir las teclas ser presionadas, tratando sutilmente de imitar esos desconocidos movimientos. En ese momento ella lo sintió, el piano seria su gran pasión.

Cinco años más tarde, la misma niña se encontraba sentada en una vieja cama, con la empapada fotografía del hombre que más amo en mano. Tristes sollozos se escuchaban, acompañados del ritmo de aquella balada en la que Vivaldi representaba, a la estación más fría y gris del año, donde los pájaros callan y las flores se resguardan. El alzheimer consumió la cabeza del mayor, al último ya ni recordaba como era el nombre de la niña sentada a su lado con quien solía compartir su gusto más preciado; la música. A ella le dolía ver a su abuelo tendido en esa cama, suspirando de la nada, y parpadeando cada vez más despacio, pero decidió ser fuerte y quedarse con el hasta el final, para tener diez años era increíble su capacidad de comprender las cosas. Unos minutos antes de que la última nota de la partitura del anciano sonara le susurro a su nieta : La música feliz te hará, siempre debes tocar, yo a tu lado he de estar.

Cuando todo perdido para ella estaba, un sonido se hizo notar, era uno particular, de su instrumento favorito se trataba. Camino en busca del mismo, mirando para todas partes, el sonido se intensificaba, y su corazón desbocado palpitaba. De repente lo vio, un viejo piano de madera, cubierto por una fina capa de polvo, y cuatro teclas partidas; era el piano de su abuelo, se lo había dejado a ella. Su compañero musical la abandonó, pero uno nuevo llegó, vestido de blancas y negras, con sonido en la cuarta novena, y ocho octavas de pura fortaleza.

Con el transcurso del tiempo ella aprendía cada vez más de lo hermoso que es el sueño musical. Un día decidió, dejar grabado en la madera de su piano, aquella frase que su abuelo repetía a diario; "De poetas y locos todos tenemos un poco". Realmente le costaba entender a que se refería, pero estaba segura de que con el paso del tiempo lo averiguaría.

Beethoven componía sin escuchar nada, trazando invisibles patrones sobre las teclas desgastadas, creando así, magnificas baladas, las cuales resonaban día y noche en la cabeza de la niña, que con el piano transmitía, sus sentimientos más profundos, guardados con seguro. Para ella ni el aleteo de las primeras mariposas en primavera, se comparaban con el glorioso sonido de aquel magnifico instrumento de 88 teclas, blancas y negras.

Ahora en su habitación ella está, escuchando una melodía al azar, realmente sin notar que son sus dedos los que la hacen sonar, sobre aquel viejo piano con cuatro teclas sin funcionar. Un millón de recuerdos la invaden, su abuelo en todos ellos está unido a la melodía de los violines al sonar, los tambores retumbar y el viento soplar.

Una lágrima retenida por años resbaló de sus parpados mientras las yemas de sus dedos acariciaban la frase escrita en la madera añeja del piano frente a ella, entonces lo entendió; la locura que la música le generó durante todo este tiempo era la más bella poesía escrita a puño y letra sobre el pentagrama que es su vida.

Solo algo logro pasar por su mente en ese momento: La música lo es todo, desde mis dedos a mi corazón.


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