Muertes como regalo de Navidad

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Somme, Francia, 25 de diciembre de 1917

Querido amor clandestino:

¡Feliz Navidad! Estarás pensando: "de feliz no tiene nada", mas para mí sí. Añoraba tus cartas embriagadas de aquella fragancia natural que desprendía tu cabello rojo del amanecer, se me nublaba la vista al mantener ininteligibles tus ojos profundos como las infinidades del océano en el que veía aquel brillo del lucero cuando nos encontrábamos cada noche, a escondidas de nuestros familiares, demostrando amor mutuo en el ocaso iluminado por tu resplandeciente sonrisa; una verdadera, sin miedo a los prejuicios, colmados de coraje y valentía por si alguna vez nos descubrían. Contemplé aquella carta rugosa, con la tinta difuminada a causa de tus lágrimas de regocijo, en la que confesabas que estabas encinta. No derramé ni una sola gota salada, no emití ningún sollozo, no expresé sentimientos faciales visibles, pero en ese instante, en mi interior, era el más dichoso del mundo; esperabas a la criatura que habitaba en tu vientre, y cada vez que lo acariciabas, apreciaba la calidez que transmitías y me llegaba hacia mí. Como si yo estuviese conectado con ese ser procedente de nuestra procreación.

Si buscas palabras de afecto, conforte, alivio... No las encontrarás jamás. Es una situación delicada la que estamos viviendo y, por mucho que ansíe el fin de la guerra y la llegada hacia ti, es mi deber, como soldado, estar junto a mi patria y mantenerme firme y fiel, defiendiéndonos a capa y espada, confiándonos los unos con los otros y entregando nuestro cuerpo y alma para que el número mayor posible de personas sobrevivamos.

Confieso que tengo miedo. He visto y olido la propia muerte. Se ha llevado consigo muchos cuerpos entregados en el frente de batalla con sudor y lágrimas en él. He presenciado cómo los del bando contrario se llevaban las vidas de compañeros y aliados. He observado cómo apretaban el cañón del fusil y les incrustaban la bala entre ceja y ceja, en el corazón, en el pulmón que dificultaba su actividad respiratoria y en el estómago dejando desangrarse a causa de las escasas medicinas. Sigo vivo. Soy inútil.

Te habrás percatado en cómo, aparte del contenido, está escrita la carta resguardada en el sobre. Exacto, está escrito con puño y letra, pero no con tinta y pluma, sino con sangre. Sangre que derramé por civiles, sangre que derramé por estar a tu lado y protegerte. Sangre que quiero que olisquees, acaricies, saborees, conserves. Todo por si algún día no regreso a nuestra morada. Quiero que la guardes como parte de mi ser, del amor que sentí por ti, siento y seguiré sintiendo incluso en, si lo hay, el más allá. Cuida de nuestro vástago, dale el cariño que su padre no le dio, reemplázame si te vuelves a enamorar de otro hombre. Imagina que estoy ahí. Quiero estar presente en tu corazón y no tu mente. Todo dicho. Tengo la certeza que lo cumplirás por ; por los dos.

Con cariño,

tu amado soldado Jules Rousseau.

Amor en la carta con destinatario ocultoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora