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El aroma a suavizante que desprendían las sabanas de tonos blancos pertenecientes al cordel del quinto piso, ahí, en la azotea. Aquel aroma era tan intenso pero a la vez, en ocasiones, se tornaba en el mejor de los olores

Admire el lugar una vez más y me encamine hacia barandal tratando de esquivar las sabanas con mis manos, al llegar me encontré con una chica. Normalmente la azotea siempre se encontraba solitaria por lo que me lleve una sorpresa.

Aquella chica era de tez pálida, de cabellos dorados y mirada perdida. Llevaba un vestido de color blanco que danzaba al compás de las sabanas de aquel lugar, además, también traía consigo una libreta de hojas limpias, no había tinta o carbón que las tiñeran.

Ella miraba hacia un punto fijo en el horizonte como si de arte se tratase.

Al ver lo concentrada que estaba deje de mirarla y no me moleste en saludarla, solo me acerque al barandal y empecé a apreciar la ciudad. Aquella ciudad que ella tanto admiraba a lo lejos con tanta fascinación. Sentía curiosidad.

Corrieron los minutos en pleno silencio, nada más que el sonido de los autos y ruidos pertenecientes de la calle, eso solo paso hasta que escuche unos pasos resonar que se acercaban hacia a mí, y entonces fije la mirada hacia la vía contraria.

-¡T-toma!-dijo aquella chica esforzándose en decir aquella frase, para luego extender hacia mi rostro la hoja que sostenía entre sus manos. Confundido accedí a leer.

Y con una mala caligrafía, y un dibujo del atardecer ella me escribió aquella frase: ¨De que te sirve apreciar el paisaje colorido mientras todo tú se encuentra en blanco y negro¨

Al terminar de leer la vi y me sonrió tímidamente lo que causo que yo también lo hiciera junto a ella.

El atardecer. El aroma a suavizante. Las sabanas de blanco. Y tu sonrisa.

Sin dudas. Así fue el día en que te conocí, y no lo olvidare jamás, dulce Mei.


Mi querida MeiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora