Casper Lemming

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—Repite, Bonnie. No he escuchado la última parte del mensaje —dijo Casper a través de la radio instalada en la vieja Bessie, una furgoneta Ford con más de treinta años y con kilómetros suficientes como para dar la vuelta al mundo.

—Los campistas dicen que fueron atacados por algo, una criatura enorme.

—Sí, eso lo he entendido. Pero dime cómo describieron a ese animal, las palabras exactas que usaron al darte el aviso.

—De acuerdo. Dice así: Una gran salamandra sin rabo que andaba sobre sus patas traseras, con una boca y unos ojos enormes. —Bonnie esperó unos segundos antes de añadir—. ¿Papá, lo has escuchado? No dicen nada más en el teletipo.

—Sí, sí... Es que no podía creerlo, mi niña. Perdona. Ahora mismo salgo para la zona del suceso con Cristopher y Clerk. Te mantengo informado.

Realmente Casper, el jefe de guardabosques de Danvers, sí que podía creerlo. Antes de que Bonnie naciera, él mismo fue testigo de algo parecido: una criatura encorvada, de extremidades alargadas y una mirada perpetua que reflectaba la luz de la luna en los contornos de un rostro de piel gomosa y achatada.

Le costaba enfocar la imagen que había distorsionado tantas veces en su memoria. Todo el mundo conocía la historia de su encuentro con el "hombre-pez" y, por supuesto, nadie le había creído a pesar de repetirla hasta la saciedad. Hacía más de veinte años que había visto a ese ser no muy lejos de su casa, a las afueras de Danvers, y nunca pudo demostrar su existencia. Ni siquiera Marion, su difunta esposa, lo había creído. Aunque ella jamás se lo confesó a la cara, él no le reprochaba su escepticismo, y menos en ese momento que la añoraba hasta sentir dolor en el pecho.

Casper salió de la vieja Bessie y echó un vistazo a su alrededor. La luz del atardecer languidecía sobre las copas de los árboles dibujando sombras sobre el camino de tierra y las paredes de troncos de pino del puesto forestal. Quedaban pocas horas de luz y el calor, acumulado durante todo el día, llameaba bajo el canto de las chicharras; como un sonajero en las manos de un niño incansable.

Casper Lemming se enjugó la frente despejada por la edad y se volvió a colocar el gastado sombrero de ala ancha con la insignia del parque forestal de Danvers. Haber pensado en su mujer y en tiempos mejores le hizo sentir más viejo de lo que era, incluso un mal presentimiento le veló el rostro como la sombra de un buitre.

En una semana llegará el momento de jubilarme, pensó para espantar el mal agüero, me dedicaré a la pesca o, tal vez, viaje al norte a visitar a mi hermano. Ya habrá tiempo de decidirlo.

Del interior de la espartana estructura de troncos que formaba la cabaña de los guardabosques salía a borbotones la risa de Clerk seguido por el vozarrón de Cristopher, el marido de Bonnie. El viejo guarda se convenció de que eran la compañía perfecta para sus últimos días de servicio, o para cumplir con el que fuera su último aviso. Casper decidió ponerse en marcha.

Al abrir la puerta sus compañeros charlaban amistosamente con una sonrisa en los labios que se petrificó al ver el gesto de Casper.

―¿Qué pasa, jefe? ¿Malas noticias? ―preguntó Clerk.

―Al contrario, un poco de acción para estos viejos huesos siempre es una buena noticia, jovencita. Tenemos un aviso de un animal peligroso en la zona del zoo inundado. Hay que salir de inmediato y echar un vistazo antes de que nos coja la noche.

Casper cogió su mochila del rincón donde la había dejado. Meditó por un momento si debía compartir la extraña descripción del animal o guardársela hasta el último momento. Sabía que Clerk, una mestiza de sangre india, tenía reparos ante cualquier cosa que saliera fuera de lo natural.

―¿Qué es lo que pasa, Casper? ¿Hay algún peligro? ¿Es un oso?―dijo Cristopher.

―No, Cris. No hay osos en Danvers. Tal vez sea una falsa alarma o la broma de unos campistas adolescentes. La cuestión es que es nuestro trabajo y debemos tomar las precauciones necesarias. ¿Cargaste los rifles en la vieja Bessie esta mañana?

―Bonnie se ocupó de ello.

―Perfecto ―asintió Casper con un movimiento de cabeza―, no hay tiempo que perder.

En menos de un minuto los tres guardabosques estaban subidos al vehículo. El estampido del motor ahuyentó un grupo de grajos que moteó el cielo anaranjado dejando un eco de graznidos a lo lejos. Si Casper comprendiera el idioma del bosque, o lo entendiera tanto como él creía, habría comprendido que esos ecos anunciaban una desgracia inminente.

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⏰ Última actualización: Jul 26, 2016 ⏰

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El zoo abandonado de DanversDonde viven las historias. Descúbrelo ahora