El día que me vaya, mi vida no será la misma. Tomaré las maletas y no solo empacare ropa; alistare una nueva meta, para forjar un nuevo destino. De seguro tendre miedo, mas lo he perdido todo. Solo queda la esperanza de comen-zar una nueva vida.
El día que me vaya: lloraré. Tras 22 años de vivir con mi madre, mi tía, hermana y primo; visualiza-ré un mundo sin ellos, donde solo tendremos contacto mediante la inerte internet. Ese dia perderé la esencia.
El día que me vaya: pensaré. Una vida llena de servicio, ¿Será lo mismo allá? ¿Que retos enfrentaré? ¿Será todo igual?
Me imagino una tarde de febrero. Terminando de empacar mi vida en dos maletas, una de ellas prestada; la otra por ahí. Solo llevaré mi ropa. Nada más. Quiero dejar de lado esta vida material, para empezar a creer en un espacio donde la enemistad sea con la avaricia, la gula y el deseo pose(ce)si(ci)vo(bo).
Pero me llevare mi Mac, mi Iphone y mi Play 4 porque la renuncia no debe ser inmediata... Sino {pa-u-latina} donde la cercanía a la ascética de la renuncia es lenta, muy lenta.
Dejaré los recuerdos de aquellos abrazos que cambiaban vidas, los besos a la luz del escondite en Agronomía, dejaré las habladas de fútbol, de política y las peleas por la Liga o Saprissa.
Perderé las tardes de café. Un buen tamal. Una taZa de té. Un beso en el Steinvorth. Filosofías de la vida. Comedia barata, un nuevo presidente. Las aulas de Sociales. Eso perderé.
El día que me vaya: intentaré buscarte. Para decirte una historia, vacía pero conmovedora. Una historia que no puede dejar de escuchar. Una
historia que NECESITO contar.
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