Me disculpo si por un momento, durante toda mi explicación crees que te estoy subestimando, porque no es mi intención, ni mucho menos.
Me parecés hoy más bello que nunca.
Nos revolcamos en mi ignorancia, la misma que te pide perdón por haberte hecho malinterpretar, forzar y más, significantemente más de lo que las palabras me dejarían confesarte.
Aborrezco dar testimonio de una mentira más que al sentimiento una vez exhibida. Actualmente está ocurriendo, a la par que te hacés lugar entre mis brazos y piernas. Una que otra calumnia se me habrá escapado de halago a halago. Mucho más preocupante: te hice creer que valía la pena verme empuñar el lápiz. Los garabatos y yo nos sinceramos a la hora de comentarte que, estuve desinteresada, ¡desinteresada! Cuando a mi alcance estaban todo y vos. ¡Vos! Que nunca me subestimaste, ni necesitaste sincerarte. Todo en vos, cada pulgada cabe en mi debilidad.
Espero no recibir respuesta, puesto que en dicho caso mi fragilidad padecería numerosas síncopes.
Aclarar antes de que todo termine que; mi fin es distinguir cuán cerca voy a estar, lo mucho que voy a hablar y (si alguna deidad interviniera para permitírmelo), agradecer tu ausencia en mi derroche cuando me encuentres pensando. Quizá en números, nunca nos llevamos bien.
Me atrevo a pedirte que me saludes cada vez que me veas entre mis hombros y me acusaría de farsante si dijera que sería lo mismo viceversa. Ya no soy una farsante, ya no.