Una señora carga una carreola mientras que su acompañante, con un bebé en brazos mira con cautela el momento justo para poder cruzar la avenida. La señora hace una seña al microbús en el que aguardo ahora, para que este se detenga, pero no lo hace. Me alejó con el gesto de las mujeres maldiciendo al chofer por no haber hecho la parada. Una pareja camina lentamente de la mano rumbo a la esquina próxima. Decenas de niños jugueteando y brincando salen de su escuela tras un duro día de trabajo, las maestras le dicen a las madres algo que, por supuesto, yo no puedo escuchar; los vendedores ansiosos preparan sus mejores botanas para dárselas a los niños, yogur congelado cubierto con chocolate y cereal, frituras empapadas de salsa, fruta picada con un toque de miel. Peregrinos pasan de un lado al otro del semáforo de ida a y vuelta de la iglesia, caminan a un paso constante siendo interrumpidos en intervalos por vendedores de artículos que no aprecio con claridad. Cientos de personas cruzan el puente a la espera de un transporte que pueda llevarlos a su destino. Un viejo camina con ayuda de su bastón teniendo precaución de la multitud. Una niña con su mochila. Un hombre, sus audífonos y su portafolio. Una mujer con vestido. Un niño sin dinero.
Yo estoy aquí en el autobús y veo por la ventana porque me gusta ver la vida pasar.
