Pesadillas

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La chica rubia observa al castaño dormir, apenas iluminado por un rayo de luna que se filtra por la ventana, aún así puede percibir el sudor que perla su frente y las pequeñas sacudidas, que parecen un vano intento por escapar de las pesadillas. Se ve tentada a despertarlo, pero no lo hace porque se supone que no debería estar allí, debería estar encerrada en el cuarto de al lado, junto a su novio, e ignorar los gritos que ocasionalmente traspasan las paredes, como lo hace él. Pero no puede, de alguna forma siente que su cuñado la llama en medio de sus pesadillas; y no es que grite su nombre, que quizás ni siquiera conozca, es algo distinto, como si se metiera en sus sueños para rogarle que lo ayude ¿Cómo? ¿Por qué? No tiene idea, pero es una certeza difícil de ignorar.

El tic-toc del reloj resuena desde algún lugar de la sombría habitación, seguro, constante, se repite una y otra vez. Tic-toc, Helena cierra los ojos. Tic-toc, un búho ulula desde la ventana. Tic-toc, la chica inhala profundo al notar que contenía la respiración. Tic-toc, exhala al tiempo que abre los ojos y se encuentra con dos orbes grises casi gatunos observándola desde la cama. La exhalación se queda por la mitad.

— ¿Quién eres? —susurra, como si temiera que alguien lo escuchara.

—Soy Helena, la novia de tu hermano —contesta en el mismo tono, sin poder apartar la vista de los ojos cansados del otro. Este se gira y dirige la mirada al techo.

—Bien Helena, puedes volver a dormir, no haré más ruido en lo que queda de la noche. —A la rubia se le ocurren mil preguntas sobre lo que parecen sueños aterradores, pero se obliga a tragárselas, sin embargo aún no es capaz de salir de la habitación. El chico parece tardar un poco en notarlo, pero cuando lo hace se sienta con las piernas cruzadas sobre la cama, apoya los codos sobre las rodillas y la barbilla en los puños. La observa, sentada a poco más de un metro, en la silla de su escritorio. Los escrutadores ojos grises parecen querer leer hasta su alma, con un éxito cuestionable.

—Veamos, pequeña Helena. — ¿Por qué insiste en repetir su nombre? —. ¿Qué te trajo a la cueva del loco? ¿Acaso te atrapó la boca del lobo? ¿O solo quisiste arriesgarte un poco? —Las palabras, pronunciadas en un tono burlón, chocan con la seriedad de la cara y la postura de quien las articula. Parecen una broma destinada a cubrir algo más siniestro. ¿Piensa esto la rubia mientras las palabras le roban el aliento y le impiden responder? —. ¿Y bien? No tengo toda la noche.

Ella se levanta de golpe, sintiendo una imperante necesidad de salir corriendo. Tiene miedo, pero ¿de qué? No puede ser de ese chico cansado sentado frente a ella ¿verdad?

—No lo sé. —Se siente obligada a contestar antes de huir de la habitación. El castaño la observa partir, después de que se cierra la puerta relaja los músculos, dejando caer la cabeza sobre el pecho para luego echarla hacia atrás bruscamente, soltando un gruñido gutural. Finalmente se tumba en la cama, con la mirada fija en el techo.

A la luz del alba un chico de cabello castaño y ojos color ciruela despierta para encontrar a su novia con la piel de gallina, los ojos abiertos como platos, pálida mientras mira al vacío, con un extraño temblor en las manos.

—Helena, mi amor ¿Estás bien?

—Sí, solo tuve una pesadilla —responde intentando controlar su cuerpo, sin grandes resultados.

—Tranquila, ya pasó —dice envolviéndola con sus brazos y proporcionándole suaves caricias en un intento de calmarla. Lo consigue al cabo de un rato. Cuando la chica parece haber vuelto a dormir la deja cuidadosamente sobre la cama y baja por algo de comer. En la cocina se encuentra a su madre tomando el desayuno antes de salir al trabajo.

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