Nieve y Sangre

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Ottadalen, Noruega, 9 de Febrero de 1891.


Los lugareños no recordaban una noche tan fría y devastadora como la recién pasada: el viento había arrancado de raíz grandes árboles y la inmensa masa de nieve había hecho desplomarse a más de una docena de techos de las casas que poblaban la zona. Pero mientras en las calles los vecinos luchaban contra los fenómenos meteorológicos de la naturaleza para restaurar sus hogares, otro tipo de batalla se podía apreciar en una de las cabañas de madera cercanas al lago.

Eran las 2:18 de la madrugada cuando un grito de dolor quebró el silencio de la habitación de matrimonio del piso superior. Melinda Shacklebolt había tenido una fortísima contracción y sentía que ese sería el día en que sus pequeños vendrían al mundo. A su lado estaba su marido, George Grindelwald, descendiente y heredero del mago tenebroso Gellert Grindelwald. Habían escapado de Londres para que sus hijos no tuvieran que soportar el mal trato de los magos indignados por las terribles acciones de Gellert y poder ofrecerles un lugar más tranquilo donde crecer.

El matrimonio estaba seguro de que ese será el momento más feliz de sus vidas, cuando después de seis horas de insufrible dolor y angustia, sostenían en brazos a los dos mellizos recién nacidos. Decidieron que se llamarían Valerius y David. Asimismo, acordaron que presentarían a los niños con un apellido inventado, pues ningún Grindelwald estaba seguro en el Mundo Mágico por la sed de venganza de los magos.

Ya en el primer año de vida, los hermanos empezaron a manifestar su magia haciendo desaparecer y mover pequeños objetos, únicamente en momentos de enfado y de manera totalmente involuntaria. A medida que crecían, esos pequeños actos fueron siendo cada vez más comunes y de mayor importancia. Para George y Melinda resultaba cada vez más difícil ocultar las acciones de sus hijos del resto de los ciudadanos de la zona y, en más de una ocasión, habían tenido que borrar ciertos recuerdos de la mente de personas que habían visto cosas indebidas.

La tensión se acrecentaba día tras día cuando ambos leían El Profeta durante el desayuno. Habían perdido la cuenta del número de magos y brujas asesinados en el último año por las continuas y macabras acciones de Gellert Grindelwald. Eran muchos los grupos de magos radicales que se estaban formando para exterminar a todos los miembros de dicha familia y acabar de una vez por todas con su patriarca, cabecilla de todas las masacres.

Ottadalen, Noruega, 8 de Febrero de 1893.

George había salido temprano después de desayunar y se había dirigido en secreto a Oslo para comprar los regalos de cumpleaños de los mellizos, que se celebraría a día siguiente. Melinda los había llevado a la habitación contigua a la suya y los había cambiado y vestido para salir a pasear un rato por los alrededores de la cabaña y que así jugasen con la nieve. Mientras David construía su muñeco de nieve con sus manos enguantadas, Valerius estaba sentado detrás de su hermano, concentrado en el palo que hacía de nariz. Después de varios minutos, el palo salió súbitamente despedido hacia un lado, deshaciendo el muñeco por ese costado. Los llantos de David no se hicieron esperar y, entre lágrimas, corrió hasta su hermano y se tiró encima suyo parara pellizcarle los mofletes colorados por el frío, pero Valerius reaccionó y se engancharon mutuamente, rodando por el suelo y pegándose con sus pequeñas manos.

- ¡Parad niños, parad! - gritaba Melinda mientras corría hacia sus hijos para separarlos - si vuestro padre os ve pelear de esa forma se va a enfadar mucho y no habrá regalitos mañana.

Cuando logró distanciarlos, la magia interna de los niños afloró por toda la rabia que tenían acumulada y gran cantidad de bolas de nieve empezaron a volar por el aire sin ninguna mano que las manejase y las lanzara. Melinda los reprimió por su comportamiento fuera de casa, pero jamás había sentido tanto miedo hasta el momento en que vio a su vecina observando la escena. Pese al asombro, intentó no reflejar sus emociones.

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