Yo sabía que él no estaba bien, por ello a veces me invade un sentimiento de culpabilidad que insta a mí mente a actuar como él lo hizo. Debí de actuar cuando sentí que las cosas se estaban saliendo de control. Jamás creí que las cosas llegarían a tal punto y, que a pesar de ser tan cercano a él me sorprende cuanto disimuló lo que sentía, todo lo empezó a guardar en un cajón con candado en lo más recóndito de la habitación oscura de su corazón. Pero no pude hacer nada, no puedo hacer nada al respecto, ya no puedo cambiar el pasado. Lamentablemente la vida es como un reloj de arena el cual no podemos dar reinicio. Y esto fue lo que sucedió con Ezequiel.
Ezequiel y yo nos conocimos hace diez años, cuando yo recién había llegado con mi madre y mi hermana del otro lado del país. Casualmente era mi vecino de al frente y mi compañero de clase. Recuerdo la primera vez que tuve contacto con él... fue un domingo en la tarde, si así fue, yo estaba llorando a la orilla de la calle que atraviesa el vecindario porque mi abuela había fallecido hacia poco, tenía las rodillas apoyadas en mi pecho y la cabeza hundida en ellas, entonces se acercó a mí por detrás con su pequeña bicicleta oxidada. No recuerdo porque estaba llorando allí pero si recuerdo las palabras de Ezequiel. Nunca creí que esa insignificante conversación de niños llegara a ser la mejor amistad de mi vida.
Lo peor del día en que Ezequiel murió fue que no era un día de esos que aparecen en las películas, lluviosos y tristes, no, era un día soleado. De mi habitación escuchaba el canto de las aves y la risa de los hijos de mis vecinos que jugaban a hacer carreras con sus bicicletas por el asfalto. Digo que era lo peor porque yo deseaba gritarle al mundo que odiaba su felicidad, no quería escuchar más risas si no era la de Ezequiel cuando bromeábamos, no quería días soleados si nos los compartía con mi mejor amigo, esa tarde no quería ser feliz ni alegrarme por nadie. Muchas veces los hombres no queremos aceptar que tenemos nuestra parte débil, nuestra parte sensible. Yo si lo hago, no me quiero hacer el valiente si bien sé que no lo soy.
Todo esto había empezado hace más de dos años cuando Scarlett Everly se mudó a nuestro pueblo, ya que es un lugar tranquilo y agradable para vivir. Ella es de aspecto muy atractivo, muy no, demasiado atractivo. Tenía la tez bronceada, cabello rizado y negro, los labios carnosos y perfectos, lo que más me gustaba de ella eran sus ojos oscuros, con solo que te mirara era imposible no verlos fijamente hasta que ella dejara de hacerlo. Hasta había llegado a pensar que era una especie de bruja encantadora que te podía controlar. Ahora que lo pienso así fue, pero no conmigo, sino con Ezequiel.
Desde que Ezequiel la vio, ella se convirtió en su delirio. Era su adicción, su perdición. Al principio solo nos dedicábamos a verla, no nos importaba que ella lo notara, al cabo que debía de estar acostumbrada a ser el centro de atención. Pero luego Ezequiel estaba perdiendo la cabeza por ella, empezó a obsequiarle rosas, chocolates, a fotografiarla desprevenidamente incluso la espiaba en el camino cuando salíamos del colegio. Pero yo no le dije nada, solo me dedicaba a escuchar sus delirios con Scarlett que jamás ocurrieron. Yo tenía muy presente los problemas mentales de mi a migo, creía que no eran tan serios, más si lo eran y me di cuenta ya cuando de nada servía.
Como era de esperarse Scarlett en dos meses terminó siendo de las personas más reconocidas de todo el colegio, no solo por su belleza sino también por su inteligencia, envidia de muchas y el deseo de muchos. Pero solo es una persona, ahora no la veo tan atractiva como lo hacía antes, porque la conocí. Ella es el ser más malvado y oscuro que nunca vi, que se esconde bajo esa perfección. La verdadera Scarlett Everly es un monstruo destructor de personas, de Ezequiel. Desde que ella descubrió que podía controlar a mi amigo a su antojo no dejo de hacerle la vida imposible, era su marioneta hasta que rompió su juguete y quedó irreparable. ¿Qué porque no hice nada? No lo sabía, él nuca me lo dijo. Ezequiel había cambiado y misteriosamente salía de su casa, incluso volvía al día siguiente de quien sabe dónde, él nunca me dijo que estaba pasando por más que le preguntara. Con el tiempo deje de preocuparme por Ezequiel, sabía que las cosas en su familia eran un desorden, que su enfermedad mental no estaba mejorando pero de nada servía que me preocupara si levantaba un muro entre nosotros cada vez que intentaba acercarme. Todo era parte de las "restricciones" de Sra.Malvada, estoy seguro de que tenía en mente que conmigo a su lado el no cumpliría todos sus caprichos por eso nos distanció.
En mi memoria está muy vívidamente la imagen de Ezequiel y el día en que me habló después de seis o siete meses sin contacto, había llegado a horas de la madrugada en un mar de lágrimas a tocar la puerta de mi casa, tenía moratones en los pómulos, rasguños en los brazos, la camisa que llevaba puesta tenia rastros de sangre. Me contó que había salido con Scarlett y ella llevo consigo a otro chico mucho más fuerte y fornido que él, en frente de todos sus amigos lo había obligado a pelear en el gran garaje de los padres del "amigo con derechos" de ella, Bard. Obviamente Ezequiel perdería, eso era lo que ella quería ver, para esa mujer mi mejor amigo era su perro de peleas. Dijo que no era la primera vez que lo hacía pero que las veces anteriores no le había ido tan mal. Concluida la pelea todos se fueron a beber y lo dejaron sin dinero, sin transporte, muy lejos de casa. Ese día me acompañó al cementerio por la tarde y la pasamos muy bien, todo como los fines de semana de antes, reíamos, salíamos al parque y regresábamos a molestar a mi hermana hasta que a Ezequiel lo llamara su madre para que volviera a casa a tomar sus medicamentos. Creía que al fin tomaría un buen rumbo en su vida y dejaría de relacionarse con Sra.Malvada, pero no fue así.
Solo dos meses, dos meses y ella lo envió al sepulcro. De nuevo Ezequiel había dejado de hablarme y se mudó de casa al departamento de un "amigo" para evitar el contacto conmigo, le iba mal en el colegio y cada vez que me veía me evadía. Era parte del grupo de Scarlett, no entiendo porque quiso dejar de ser quien realmente era para encajar con ese tipo de personas, vagabundos, rebeldes, incluso Scarlett había dejado de ser nombrada en los mejores promedios de la institución. ¿Ezequiel porque lo hiciste? Cada vez que pienso en cómo pudo ser su vida se me revuelven las emociones, sin importar sus problemas... él pudo ser alguien en la vida, pudo encontrar la felicidad. Mas tomo pésimas decisiones. A mi parecer la culpa de todo este embrollo fue de ella, ella sabía sus dificultades y se aprovechó de ellas.
Nunca entendí a la madre de Ezequiel, tal vez la muerte de su esposo y el hermano gemelo de Ezequiel había hecho que su corazón se volviera insensible, se hundiera en su depresión y no pensara que tenía un hijo que necesitaba urgentemente más de su atención. Nunca vi de parte de ella una muestra de amor, como un abrazo o un beso hacia él, además de darle los medicamentos en el tiempo asignado. Al menos yo sé que tengo una familia y Ezequiel fue parte de ella, siempre estuve para sí.
El día que desperté con la noticia de que mi mejor amigo se había suicidado sentí un vacío profundo, como si me hubieran arrebatado el alma. Llore al punto de que se me hincharan los parpados y tuviera un terrible dolor de cabeza. Mientras me vestía para su funeral, note que había un papel en mi ventana algo arrugado, con intriga lo tome y era una carta de Ezequiel. Quiero terminar este relato recordando la imagen de mí, leyendo en el borde de mi cama detenidamente cada palabra escrita por Ezequiel con lágrimas bajando por mis mejillas y recordando los momentos más relevantes de nuestra amistad. Y les digo, no cometas los errores que cometió Ezequiel, piénsalo bien, no dejes que alguien te lleve consigo a su perdición.
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Señorita Malvada
Short StoryYo sabía que él no estaba bien, por ello a veces me invade un sentimiento de culpabilidad que insta a mí mente a actuar como él lo hizo. Debí de actuar cuando sentí que las cosas se estaban saliendo de control. Jamás creí que las cosas llegarían a...